lunes, 29 de junio de 2009

Terminología Epistemológica

Terminología Epistemológica

Por Cornelius Van Til

REVELACIÓN

Según la Escritura, Dios ha creado el “universo.” Dios ha creado el tiempo y el espacio. Dios ha creado todos los “hechos” de la ciencia. Dios ha creado la mente humana. En esta mente humana Dios ha establecido las leyes del pensamiento de acuerdo a las cuales ha de operar. En los hechos de la ciencia Dios ha establecido las leyes del ser de acuerdo a las cuales funcionan. En otras palabras, la impresión del plan de Dios se halla sobre toda su creación.

Podemos caracterizar toda esta situación diciendo que la creación de Dios es una revelación de Dios. Dios se reveló a sí mismo en la naturaleza y Dios también se reveló a Sí mismo en la mente del hombre. De modo que es imposible para la mente del hombre funcionar excepto en una atmósfera de revelación. Y todo pensamiento del hombre, cuando ha funcionado normalmente en esta atmósfera de revelación, expresará la verdad tal y como ha sido establecida en la creación por Dios. Por lo tanto, podemos llamar a una epistemología Cristiana una epistemología revelacional.

ANÁLISIS Y SÍNTESIS

Debemos ahora buscar definir esta epistemología revelacional de manera más cercana relacionándola aún más definidamente con la concepción de aquel que da la revelación. La pregunta sobremanera importante es, ¿Qué tipo de Dios se revela a Sí mismo? Los pensadores panteístas también hablan de Dios revelándose a Sí mismo, y por lo tanto, también pudieran hablar de una epistemología revelacional si lo desearan. Pero, por causa de la claridad, el término revelación debiese en realidad estar reservado para el pensamiento bíblico. De acuerdo a esta visión Dios ha sido, y es, eternamente auto-consciente. No hay sombra de ignorancia o de oscuridad en Él.

CORRESPONDENCIA

Es este concepto de un Dios completamente auto-consciente el que es sumamente importante en epistemología. Esto es inmediatamente obvio a partir de las implicaciones de tal concepto para el hecho del conocimiento humano.

El verdadero conocimiento humano se corresponde con el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y del mundo. Suponga que soy un científico investigando la vida y costumbres de una vaca. ¿Qué es esta vaca? Digo que es un animal. Pero esto solamente nos trae de regreso a la pregunta. ¿Qué es un animal? Para responder esa pregunta debo saber qué es la vida. Pero, una vez más, para saber qué es la vida debo saber cómo ésta se relaciona con el mundo inorgánico. Y así, puede que continúe, y así debo hacerlo, hasta alcanzar los límites del universo. Y aún cuando haya alcanzado las fronteras del universo todavía no sé qué es la vaca. El conocimiento completo de qué es una vaca puede ser poseído solo por una inteligencia absoluta, i.e., por uno que tiene, por así decir, el bosquejo de todo el universo.

Pero no se deriva, a partir de esto, que el conocimiento que yo tengo de la vaca no sea verdadero hasta ese momento. Es verdadero si se corresponde con el conocimiento que Dios tiene de la vaca.
A partir de esta presentación del tema, está claro que lo que queremos dar a entender con el término correspondencia no es lo que a menudo se quiere dar a entender con él en la literatura epistemológica. En la literatura sobre el tema, correspondencia generalmente significa una correspondencia entre la idea que tengo en mi mente y el “objeto que está allá afuera.” Esta era la única cuestión en disputa en la batalla entre los “realistas” y los “idealistas subjetivos.” No estaban interesados en el asunto más allá de nuestras mentes, i.e., el si Dios debía ser tomado en cuenta en la correspondencia. Podemos llamar a nuestra posición en epistemología una Teoría de la Correspondencia de la Verdad, si solo tenemos en mente que está opuesta a lo que históricamente se ha conocido con ese nombre.

COHERENCIA

En oposición a la teoría histórica de la correspondencia de la verdad se erigió en la tradición de Kant-Hegel la así llamada Teoría de la Coherencia de la Verdad. Los idealistas argumentaban de la manera en que nosotros hemos argumentado antes con respecto a la vaca. Decían que el verdadero conocimiento no puede obtenerse por una mera correspondencia de una idea de la mente con un objeto existente aparte de la mente. La mente y el objeto del cual busca conocimiento son partes de un gran sistema de realidad y uno debe tener conocimiento de la totalidad de esta realidad antes que uno tenga conocimiento de alguna de sus partes.

Por consiguiente, los Idealistas decían que lo que realmente contaba en el conocimiento era la coherencia de cualquier hecho con todos los otros hechos. Conocer el lugar de un hecho en el universo como un todo es tener verdadero conocimiento. Esta posición, como veremos plenamente más tarde, se aproxima, en forma, a aquello que seguimos en nuestra posición. No obstante, es solamente en forma que se aproxima a nuestra posición. Que esto es verdad se puede ver a partir del hecho determinante de que el Absoluto, al cual el idealista busca relacionar todo conocimiento, no es el Dios completamente auto-consciente del Cristianismo. No podemos probar este punto aquí. Solamente lo enunciamos aquí como nuestra convicción con el objeto de aclarar el terreno.

El Absoluto del idealismo, creemos, no es en realidad un absoluto porque existe como meramente correlativo al mundo del espacio-tiempo. Por consiguiente, hay nuevos hechos que surgen para él lo mismo que para nosotros. Dios se convierte en un primus inter pares, un Uno entre otros. No puede ser ya más el estándar del conocimiento humano.

Es nuestra convicción que solamente el Cristiano puede obtener una coherencia real en su pensamiento. Si todos nuestros pensamientos con respecto a los hechos del universo se hallan en correspondencia con las ideas de Dios con respecto a estos hechos, entonces habrá coherencia, de manera natural, en nuestro pensamiento porque existe una coherencia completa en el pensamiento de Dios. Por otro lado, sostenemos que la teoría idealista de la coherencia de la verdad no puede conducir a la coherencia porque omite la fuente de toda coherencia, a saber, Dios.

En un sentido, sería bueno para nosotros llamarle a nuestra posición la Teoría de Coherencia de la Verdad porque afirmamos tener verdadera coherencia. Ya sea que llamemos a nuestra posición teoría de correspondencia o que la llamemos una teoría de coherencia, tenemos, en cada caso, que distinguirla agudamente de las teorías que históricamente han tenido esos nombres. En consecuencia, el factor determinante debe ser una consideración de aquello que es lo más fundamental en nuestra teoría de correspondencia o de coherencia. Ahora, esto depende de la cuestión de si tenemos el conocimiento de Dios en la mente primero que todo, o si comenzamos con el conocimiento humano. Para Dios, la coherencia es el término que viene primero.

Hubo coherencia en el plan de Dios antes que hubiese cualquier hecho de espacio-tiempo con el cual pudiera corresponderse su conocimiento, o que pudiera corresponderse a su conocimiento. Por otro lado, cuando pensamos en el conocimiento humano, la correspondencia es de importancia primordial. Si ha de haber una verdadera coherencia en nuestro conocimiento debe haber correspondencia entre nuestras ideas de los hechos y las ideas de Dios de estos hechos. O más bien, debiésemos decir que nuestras ideas se deben corresponder con las ideas de Dios.

Ahora, puesto que estamos tratando con oponentes que hablan del conocimiento humano casi de manera exclusiva, quizá podamos mejor resaltar la particularidad de nuestra posición llamándola la Teoría de la Correspondencia de la Verdad. Una razón adicional para esta decisión es que, al presente, la antigua teoría de la correspondencia casi se ha desvanecido, dejando a la teoría de coherencia en control del campo. De modo que, tenemos la ventaja de un nombre diferente al nombre actual, dado que estamos interesados en aclarar que en verdad tenemos una teoría diferente a la teoría en boga.

OBJETIVIDAD

Otro término que necesita una descripción antes de poder proceder con nuestra evaluación histórica es el término “objetividad.” En lenguaje ordinario entendemos por “objeto” cualquier cosa que existe “allá afuera,” es decir, independientemente de la mente humana. Luego afirmamos tener un conocimiento objetivo de algo si la idea que tenemos en nuestras mentes de esa cosa se corresponde con la cosa tal y como existe independientemente de la mente. Podemos tener ideas falsas con respecto a una cosa. En ese caso decimos que es solamente subjetivo o que no se corresponde con la realidad. La controversia entre Berkeley y sus oponentes giraba en torno al punto sobre si hay o no objetos “allá afuera” a los cuales se corresponde nuestro conocimiento. Berkeley decía que ser es ser percibido. Por lo tanto, decía que todo conocimiento es solamente subjetivo. Sus oponentes sostenían lo contrario. Se dice que Johnson trató de refutar a Berkeley dando puntapiés a una piedra.

La teoría de la coherencia de la verdad implicaba una nueva concepción de la objetividad. Para ella, la objetividad ya no era la correspondencia de una idea a un cierto objeto supuesto a existir en total independencia de la mente. Para ella, la objetividad quería decir una referencia significativa a todo el sistema de verdad. Uno tendría una idea verdadera de una vaca no por tener una réplica de la vaca en la mente de uno, sino por entender el lugar de la vaca en el universo.

Ahora, se entenderá fácilmente que, en lo que tiene que ver con la forma de la materia, la concepción Cristiana de la objetividad se halla más cercana a la última que a la primera posición. Para nosotros también la cuestión primordial no es la naturaleza totalmente otra de la vaca. Lo que nos interesa principalmente es que nuestra idea de la vaca se corresponda con la idea que Dios tiene de la vaca. Si no es así, nuestro conocimiento es falso y puede ser llamado subjetivo. Pero debiese notarse la diferencia exacta entre la concepción idealista de la objetividad y la nuestra. La diferencia se halla justo aquí, que para el idealista, el sistema de referencia se encuentra en el Universo inclusivo de Dios y el hombre, mientras que para nosotros, el punto de referencia se encuentra sólo en Dios.

Por lo tanto, cuando examinamos las varias visiones epistemológicas con respecto a su “objetividad,” estamos interesados mayormente en saber si estas visiones han buscado el conocimiento de un objeto colocándolo en su correcta relación con el Dios auto-consciente.
Los otros asuntos son lo suficientemente interesantes de por sí pero no son, comparativamente hablando, de gran importancia. Incluso si uno no estuviera ansioso respecto a la verdad del asunto, todavía debiese ser claro para él de que no puede haber una cuestión más fundamental en la epistemología que la cuestión de si los hechos pueden o no ser conocidos sin referencia a Dios. Suponga, por causa del argumento, que existe tal Dios.

Y ciertamente, cualquiera debiese estar dispuesto a aceptar la posibilidad de ello, a menos que haya probado la imposibilidad de la existencia de Dios. Suponga entonces la existencia de Dios. Entonces sería un hecho que todo hecho sería verdaderamente conocido solamente con referencia a Él. Si entonces uno no colocara un hecho en relación con Dios, estaría en error con respecto al hecho bajo investigación. O suponga que uno comenzaría sus investigaciones como científico, sin ni siquiera preguntarse si es necesario o no hacer referencia a tal Dios en sus investigaciones, tal persona estaría en una ignorancia constante y fundamental desde el principio. Y esta ignorancia sería una ignorancia culpable, puesto que es Dios quien le da vida y todas las cosas buenas. Debiese ser obvio entonces que uno debiese resolver para sí mismo estas cuestiones epistemológicas de lo más fundamental, el si Dios existe o no. Cristo dice que, como el Hijo de Dios, él vendrá a juzgar y condenar a todos aquellos que no hayan llegado al Padre a través de Él.

MÉTODO

Finalmente, debemos discutir la cuestión del método. En esta etapa solo estamos interesados en ver qué tipo de método de investigación está implicado en el Cristianismo. Desde el comienzo se debiese observar claramente que todo sistema de pensamiento necesariamente tiene un cierto método que le es propio. Generalmente este hecho es pasado por alto. Se da por sentado que todos comienzan de la misma manera con un examen de los hechos, y que las diferencias entre los sistemas surgen únicamente como resultado de tales investigaciones. Sin embargo, éste no es realmente el caso. No podría ser en verdad el caso. En primer lugar, este no podría ser el caso con un Cristiano. Su hecho fundamental y determinante es el hecho de la existencia de Dios. Esa es su conclusión final. Pero ese debe ser también su punto de partida. Si el Cristiano está en lo correcto en su conclusión final con respecto a Dios, entonces ni siquiera entraría en contacto con ningún hecho a menos que fuese a través del medio de Dios.

Y dado que el hombre, a través de la caída en Adán, llegó a ser un pecador, el hombre no puede conocer, y por lo tanto, amar a Dios excepto a través de Cristo el Mediador. Y es solo en la Escritura que aprende acerca de este Mediador. La Escritura es la Palabra de Cristo, el Hijo de Dios e Hijo del hombre. Ningún pecador conoce nada verdaderamente excepto que conozca a Cristo, y nadie conoce a Cristo verdaderamente a menos que el Espíritu Santo, el Espíritu enviado por el Padre y el Hijo, le regenere. Si todas las cosas deben ser vistas “en Dios” para ser vistas verdaderamente, uno podría ver por siempre en todas partes sin ver jamás un hecho tal y como es realmente. Si debo ver a través de un telescopio para ver una estrella distante, no puedo primero mirar la estrella para ver si existe un telescopio a través del cual pueda verlo. Si debo mirar a través de un microscopio para ver un germen, no puedo primero ver el germen con el ojo desnudo para ver si hay un microscopio a través del cual pueda verlo.

Si fuese una cuestión de ver algo a simple vista y ver el mismo objeto más claramente a través de un telescopio o de un microscopio, el asunto sería diferente. Puede que veamos un paisaje débilmente a simple vista y luego mirarlo a través de un telescopio y verlo más claramente. Pero tal no es el caso con la posición Cristiana. De acuerdo a ella, nada en lo absoluto puede ser conocido verdaderamente con respecto a cualquier hecho a menos que sea conocido a través y por medio de, el conocimiento de Dios que el hombre tiene. Pero si se aceptara de buena gana que el Cristiano comienza con parcialidad, no se aceptaría tan de buena gana que sus oponentes también comienzan con parcialidad. Y no obstante, este no es menos el caso. Y la razón para esto es realmente la misma como la que se dio antes en el caso del Cristiano. Podemos una vez ilustrar esto con nuestra analogía del telescopio. Él se mantiene firme en su convicción de que hay algunos hechos que puede saber verdaderamente sin mirar a través de un telescopio. Esto se implica en la idea misma de comenzar a ver si existe un Dios. Esta persona observará que incluso decir que hay algunos hechos que pueden ser conocidos sin referencia a Dios es ya, lo opuesto a la posición Cristiana. No es necesario decir que todos los hechos pueden ser conocidos sin referencia a Dios con el objeto de tener una clara negación de la posición Cristiana.

La afirmación del Cristianismo es exactamente que no existe un solo hecho que pueda ser conocido sin Dios. Por ende, si alguien asegura que existe siquiera un hecho que puede ser conocido sin Dios, entonces esa persona razona como un no-Cristiano. Se desprende entonces que tal persona en efecto rechaza la totalidad de la posición Cristiana, las conclusiones finales lo mismo que el punto de partida. Y eso significa que tal persona, desde el principio, ha dado por sentado que no hay ningún Dios en quien puedan ser conocidos los “hechos.” En otras palabras, tal persona ha dado por sentado que Dios no es, al menos, un “hecho” que pueda estar relacionado con cualquier otro “hecho,” de modo que ningún otro hecho pueda ser entendido sin referencia al “hecho” de Dios. Era necesario señalar este punto, que todo ser humano debe necesariamente comenzar con una clara “parcialidad,” en esta etapa, porque a menudo se asume que la verdadera diferencia entre la posición tradicionalmente Cristiana y los métodos ordinarios filosóficos y científicos existen en el hecho de que solo la posición tradicional tiene prejuicios, mientras que todas las demás son imparciales. Fue necesario también enfatizar la universalidad del “prejuicio” en este punto porque de este modo se hará claro que cuando el Cristiano y su oponente usan la misma terminología no están dando a entender las mismas cosas. Ambos hablan de métodos inductivo, deductivo y trascendental, pero cada uno de ellos presupone su propio punto de partida, cuando usa estos términos, y que el hecho le da a estos términos un significado diferente en cada caso. Se deriva de esto, también, que cuando el Cristiano se está oponiendo no se está oponiendo a estos métodos como tales, sino a las presuposiciones anti-Cristianas que se hallan en la base de ellos.

CONOCIMIENTO

Cuál método se ajusta a un cierto sistema de pensamiento depende de la idea del conocimiento que tenga un sistema. Para el sistema Cristiano el conocimiento consiste en entender la relación de cualquier hecho con Dios tal y como se revela en la Escritura.

Conozco un hecho verdaderamente en la medida que entiendo la relación exacta que tal hecho sustenta en el plan de Dios. Es el plan de Dios lo que le da significado a cualquier hecho en términos del plan de Dios. El significado total de cualquier hecho se ve agotado por su posición en el plan de Dios y su relación con él. Esto significa que todo hecho está relacionado con cualquier otro hecho. El plan de Dios es una unidad. Y es esta unidad del plan de dios, fundamentado como se halla en el mismo ser de Dios, lo que provee la unidad que buscamos entre todos los hechos finitos. Si alguno sostuviera que un hecho puede ser plenamente entendido sin referencia a todos los otros hechos, el tal es tan antiteísta como cuando sostiene que un hecho puede ser entendido sin referencia a Dios.

IMPLICACIÓN

A partir de esta concepción del conocimiento se hará evidente cuál método estará obligado a usar un Cristiano. Ese método quizá lo podamos designar mejor como el método de implicación. Lo que buscamos hacer en nuestra búsqueda para entender el universo es trabajar nosotros mismos aún más profundamente en las relaciones que los hechos del universo sustentan para con Dios. Es decir, buscamos implicarnos nosotros mismos más profundamente en una comprensión del plan de Dios en todo hecho que investiguemos. Suponga que soy un biólogo estudiando el color de ciertas ranas. Para hacer esto, debo buscar saber todo acerca de las ranas en general. Debo tener alguna concepción respecto a las especies como un todo, antes de poder estudiar inteligentemente al individuo. O si estoy estudiando algún animal sobre el cual no hay ninguna información disponible en los registros de la ciencia, todavía es necesario que tenga una teoría sobre la vida animal en general con el objeto de lanzarme en una investigación fructífera. De modo que, al comenzar cualquier investigación, lo general precede a lo particular.

Nadie sin alguna noción general de la vida animal pensará jamás investigar un punto en detalle. Luego, cuando continúe mi investigación, debo buscar relacionar esta rana particular con las otras ranas, luego las ranas a la otra vida animal, y luego la vida animal como tal con la vida humana, y la vida humana con la concepción que tengo de Dios. Ahora, este enfoque desde abajo hacia arriba, de lo particular a lo general, es el aspecto inductivo del método de implicación. Mientras mayor sea la cantidad de estudio detallado y mientras mayor sea el cuidado con que tal estudio sea llevado a cabo, más verdaderamente Cristiano será el método.

Es importante mencionar este punto con el objeto de ayudar a remover la mala interpretación común de que el Cristianismo se opone a la investigación de los hechos. Los oponentes del Cristianismo todavía están buscando como propagar esta mala interpretación, y esto puede verse, por ejemplo, en un libro como el de Stewart G. Cole, La Historia del Fundamentalismo. A lo largo de todo el libro se declara una y otra vez que los creyentes en la posición tradicionalmente Cristiana están opuestos a la propagación del conocimiento de todos los hechos descubiertos por la ciencia. Ahora, fuese muchísimo mejor para el Liberalismo si estuviese dispuesto a pelear abiertamente y admitir que toda la lucha es una que tiene que ver con dos filosofías de vida mutuamente opuestas, en lugar de ser una lucha que tiene que ver con ocultar o no ocultar ciertos hechos.

DEDUCCIÓN E INDUCCIÓN

Luego, correspondiéndose con el aspecto inductivo del método de implicación se halla el aspecto deductivo. Podemos definir este como el control de lo general sobre lo particular. Nuestra concepción de Dios controla la investigación de todo hecho. Tenemos la seguridad, tan certera como nuestra convicción de la verdad de toda la posición Cristiana, de que ciertos “hechos” nunca serán descubiertos. Uno de estos, por ejemplo, es “el eslabón perdido.” Asumimos el término “eslabón perdido” en su significado corriente de una transición gradual de lo no-racional a lo racional. Como tal, es una concepción anti Cristiana, puesto que implica que lo no-racional es más último que lo racional. Al menos el anti Cristiano quiere dejar la cuestión de la relatividad del carácter último de lo racional a lo no-racional como una cuestión abierta, mientras que el Cristiano nunca puede permitirse eso. Para el Cristiano, es una cuestión establecida, no una cuestión abierta. Y esta diferencia entre el Cristiano y sus oponentes se hace más que evidente en el método de investigación de los hechos. El anti Cristiano sostiene que puede surgir cualquier clase de hecho. Él cree que este es uno de los requerimientos más importantes de una actitud verdaderamente científica. Por otro lado, el Cristiano sostiene que no aparecerá ningún hecho que pueda desmentir el carácter último del hecho de Dios, y por ende, de aquello que Él ha revelado sobre sí mismo y su plan para el mundo por medio de Cristo en las Escrituras. Podemos ilustrar este punto con el ejemplo de un matemático que descubre que tres puntos están relacionados unos con otros por medio de un círculo. Luego, cuando procede a dibujar el círculo sigue un curso definitivamente “prescrito” aún si todavía no ha hecho ninguna marca en el papel. Si es el círculo el que relaciona a los puntos, y si el círculo agota la relación de los puntos, el matemático no puede de manera razonable esperar encontrar otros puntos en una tangente del círculo que se hallen, no obstante, relacionados con los puntos del círculo. Ahora, podemos comparar el círculo del matemático con el concepto Cristiano de Dios. Sostenemos que el significado de cualquier hecho finito se halla agotado por su relación con el plan de Dios. Por lo tanto, lo mismo será verdad para cualquier otro hecho, sean dos o tres, etc. Y se deriva que ningún otro hecho puede hallarse en alguna relación posible con estos hechos a menos que también estén relacionados con este plan de Dios que lo abarca todo. En otras palabras, sólo los hechos Cristianos son posibles. Pues cualquier hecho, para ser del todo un hecho, debe ser lo que la Escritura dice que es. Este es el principal punto en disputa entre los Cristianos y los no Cristianos. La diferencia entre los dos no solamente se evidencia en la interpretación de los hechos después que han sido encontrados, sino incluso en la cuestión de cuáles hechos uno puede esperar encontrar. Y todo esto sin decir, como se asume con tanta frecuencia, que el no Cristiano esté en lo correcto al buscar cualquier tipo de hecho. Si se prueba al final que la posición Cristiana es la correcta, entonces la posición anti Cristiana estaba equivocada, no solamente al final, sino ya desde el principio.

De la descripción dada de los aspectos deductivo e inductivo del método de implicación, se hará ahora evidente que lo que se ha conocido históricamente como los métodos deductivo e inductivo, se hallan ambos igualmente opuestos al método Cristiano. Por el método deductivo, tal y como fue ejercido, e.g., por los Griegos, se daba a entender que uno comienza sus investigaciones con la suposición de la certeza y el carácter último de ciertos axiomas, tales como, por ejemplo, la de la relación causal. En ese caso, no se consideraba de gran importancia la pregunta de si estos axiomas descansan en Dios o en el universo. No que la pregunta no hubiese sido planteada. Platón si consideró la cuestión de si Dios se hallaba detrás de las ideas o si las ideas se hallaban detrás de Dios. No obstante, esta cuestión no recibió la importancia que nosotros le damos. Debemos señalar el punto con más fortaleza. A la pregunta se le daba, en efecto, una respuesta equivocada. Se asumía que la verdad, la belleza y el bien descansaban en sí mismas y que Dios se hallaba subordinado a ellas. Para nosotros la cuestión es sobremanera importante. Si se piensa que los axiomas de los que depende la ciencia descansan en el universo, se sostiene en efecto lo opuesto de la posición Cristiana. Entonces, la única racionalidad de la que saben en el universo es la mente del hombre. Por ende, se puede declarar la alternativa diciendo que, de acuerdo a la posición Cristiana, la base de la investigación humana se halla en Dios, mientras que, para la posición antiteísta, la base de la investigación humana se halla en Dios.

Lo mismo sucede con el método más moderno de la inducción. Lo que se quiere dar a entender por la inducción como un método de ciencia es la reunión de hechos sin referencia a ningún axioma, con el objeto de descubrir adónde podrán conducirnos estos hechos. Muchos científicos afirman que este método es el método de la ciencia. Pero ya hemos visto que la noción usual que subyace en este método es una noción antiteísta, que puede haber cualquier tipo de hecho. De allí que, la diferencia entre el método prevaleciente de la ciencia y el método del Cristianismo no es que el primero esté interesado en descubrir los hechos y que esté listo para seguir los hechos en cualquier dirección hacia donde estos puedan conducir, mientras que el último no está dispuesto a seguir los hechos. La diferencia es más bien que el primero quiere estudiar los hechos sin Dios, mientras que el segundo quiere estudiar los hechos a la luz de la revelación que Dios da de Sí mismo en Cristo. De modo que, la antítesis es, una vez más, entre aquellos para quienes el centro final de referencia en el conocimiento yace en el hombre, y aquellos para quienes el centro final de referencia para el conocimiento yace en Dios, tal y como este Dios habla en la Escritura.
Por consiguiente, prestamos muy poca atención a la batalla histórica entre los apóstoles de la deducción y los apóstoles de la inducción. Nuestra lucha no es contra ninguno de ellos en particular sino con ambos en lo general.

Para nosotros lo único significativo en este sentido es que a menudo se descubre que es más difícil distinguir nuestro método del método deductivo que del método inductivo. Pero la acusación favorita en contra nuestra es que todavía estamos obligados para con el pasado y que, por lo tanto, empleamos el método deductivo. Nuestros oponentes, de manera irreflexiva, identifican nuestro método con el método Griego de deducción. Por esta razón es necesario que establezcamos la diferencia entre estos dos métodos de la manera más clara que podamos.
De nuestra discusión también se hará evidente que incluso el método de implicación, tal y como es empleado por la filosofía idealista, es bastante opuesto al nuestro. Especialmente aquí es de gran importancia distinguir con claridad. Hemos escogido a propósito el nombre implicación para nuestro método porque creemos que realmente se ajusta con el esquema Cristiano, mientras que no se ajusta con ningún otro esquema. Por ende, debemos hacer esfuerzos particulares para hacer notar que el método de implicación, tal y como es propugnado especialmente por B. Bosanquet y otros Idealistas, se opone en realidad tan fundamentalmente a nuestro método como lo hace el deductivismo antiguo y el inductivismo moderno. La diferencia es, una vez más, que nosotros creemos que los Idealistas han dejado a Dios fuera de toda consideración.

A PRIORI Y A POSTERIORI

Íntimamente relacionados con los términos inductivo y deductivo están los términos a posteriori y a priori. El significado literal de estos términos es “de aquello que se sigue o que es subsiguiente,” y “de aquello que es antes” respectivamente. Un método a posteriori es que uno que es prácticamente idéntico con el método empírico o inductivo. El método a priori es generalmente identificado con el método deductivo. Necesitamos solamente observar que un razonamiento a priori, y un razonamiento a posteriori, son igualmente anti Cristianos, si estos términos se entienden en su sentido histórico. Como tales contemplan la actividad del hombre en el universo pero no toman en consideración el significado de Dios por encima del universo.

TRASCENDENTAL

Debiese notarse un punto más sobre la cuestión del método, a saber, que desde un cierto punto de vista, el método de implicación también puede ser llamado un método trascendental. Ya hemos indicado que el método Cristiano no usa ni el método inductivo ni el deductivo tal y como son entendidos por los oponentes del Cristianismo, sino que tiene elementos de ambos, de la inducción y la deducción en él, si estos términos se entienden en un sentido Cristiano. Ahora, cuando estos dos elementos se combinan, tenemos lo que queremos dar a entender por un argumento verdaderamente trascendental. Un argumento verdaderamente trascendental toma cualquier hecho de la experiencia que desea investigar, y trata de determinar cuáles deben ser las presuposiciones de tal hecho, con el objeto de hacerlo lo que es.

Un argumento exclusivamente deductivo tomará un axioma tal como el que toda causa debe tener un efecto, y razonará en línea recta a partir de tal axioma, derivando todo tipo de conclusiones acerca de Dios y el hombre. Un argumento puramente inductivo comenzaría con cualquier hecho y buscaría en línea recta una causa de tal efecto, y quizá concluya en que este universo debe haber tenido una causa. Ambos métodos han sido usados, como veremos, en pro de la defensa del Cristianismo. Sin embargo, ninguno de ellos podía ser totalmente Cristiano a menos que ya presupongan a Dios. Cualquier método, como se señaló antes, que no sostenga que ningún hecho puede ser conocido a menos que Dios le dé significado a ese hecho, es un método anti Cristiano. Por otro lado, si Dios es reconocido como la única y final explicación de cualquier hecho, ni el método inductivo ni el deductivo pueden usarse ya más en exclusión del otro. Que éste es el caso se puede comprender mejor si tenemos en mente que el Dios que contemplamos es un Dios absoluto.

Ahora, el único argumento que llena los requisitos para un Dios absoluto es un argumento trascendental. Un argumento deductivo como tal conduce únicamente de un punto en el universo a otro punto en el universo. Así también un argumento inductivo como tal nunca puede llevar más allá del universo. En cualquier caso no hay más que una regresión infinita. En ambos casos es posible que la pequeña niña inteligente pregunte, “Si Dios hizo el universo, ¿quién hizo a Dios?” y no se le dará ninguna respuesta. Esta respuesta es, por ejemplo, una contestación favorita del polemista ateo, Clarence Darrow. Pero si se les dijera a tales oponentes del Cristianismo que, a menos que hubiese un Dios absoluto, sus propias preguntas y dudas no tendrían significado en lo absoluto, no habría un argumento de contestación. Allí yacen los puntos medulares. Es la firme convicción de todo Cristiano epistemológicamente auto-consciente que ningún ser humano puede proferir una sola sílaba, ya sea en negación o en afirmación, a menos que ésta fuese en pro de la existencia de Dios. De modo que, el argumento trascendental busca descubrir qué tipo de fundamentos debe tener la casa del conocimiento humano, con el objeto de ser lo que es. No busca descubrir si la casa tiene un fundamento, sino que presupone que ya tiene uno. Sostenemos que el método anti Cristiano, ya sea deductivo o inductivo, puede compararse a un hombre que insistirá primero en que la estatua de William Penn en al ayuntamiento de Filadelfia puede ser concebida de manera inteligente sin el fundamento sobre el cual se levanta, con el objeto de investigar después si la estatua realmente tiene o no un fundamento.

Por lo tanto, se debiese notar de manera particular que solamente un sistema de filosofía que tome con seriedad el concepto de un Dios absoluto estará empleando un método trascendental. Un Dios verdaderamente trascendente y un método trascendental van de la mano. Se desprende entonces que si hemos estado en lo correcto en nuestra afirmación de que el Idealismo Hegeliano no cree en un Dios trascendente, en realidad no ha usado el método trascendental como afirma haberlo hecho.

Ahora, en esta coyuntura puede ser bueno insertar una breve discusión del lugar de la Escritura en todo esto. El oponente del Cristiano habrá notado desde hace mucho que francamente estamos prejuiciados, y que toda la posición es “biblicista.” Por otro lado, algunos fundamentalistas pueden haber temido que hemos estado tratando de edificar una especie de filosofía Cristiana sin la Biblia. Ahora, podemos decir que si éste fuese el caso, el oponente del Cristianismo ha percibido el asunto correctamente. La posición que hemos buscado bosquejar de manera breve francamente es tomada de la Biblia.

Y esto se aplica especialmente al concepto central de toda la posición, viz., el concepto de un Dios absoluto. En ninguna otra parte de la literatura humana, creemos, se presenta el concepto de un Dios absoluto. Y este hecho está, una vez más, íntimamente asociado con el hecho de que en ninguna otra parte hay una concepción del pecado, tal como el que se presenta en la Biblia. De acuerdo a la Biblia, el pecado ha puesto al hombre en enemistad contra Dios. Por consiguiente, ha sido la labor del hombre alejarse de la idea de Dios, es decir, un Dios verdaderamente absoluto. Y la mejor manera de hacer esto fue sustituirlo con la idea de un Dios finito. Y la mejor manera de llevar a cabo este propósito subordinado fue hacerlo de manera que pareciera que se retenía la idea de un Dios absoluto. De allí la gran insistencia por parte de aquellos que son realmente anti Cristianos, de que son Cristianos.

De modo que parece que debemos tomar la Biblia, su concepción del pecado, su concepción de Cristo, su concepción de Dios y todo lo que está involucrado en estos conceptos – tomar todo esto junto – o no tomar ninguno de ellos. Así también, hace poca diferencia si comenzamos con la noción de un Dios absoluto o con la noción de una Biblia absoluta. Una se deriva de la otra. Están implicadas juntas en la cosmovisión Cristiana de la vida. O las defendemos a todas o no defendemos ninguna. Sólo un absoluto es posible, y solamente un absoluto puede hablarnos. De modo que, debe ser siempre la misma voz del mismo absoluto, aún cuando parezca hablarnos en diferentes lugares. La Biblia debe ser verdad porque solamente ella habla de un Dios absoluto. E igualmente cierto es que creemos en un Dios absoluto porque la Biblia nos habla de uno.1
Y esto nos trae al punto del razonamiento circular. Se señala constantemente la acusación de que si el asunto permanece en pie con el Cristianismo, ha escrito su propia sentencia de muerte en lo que concierne a los hombres inteligentes. ¿Quién quisiera cometer tal error garrafal en lógica elemental, como decir que creemos que algo es verdad porque se halla en la Biblia? Nuestra respuesta a esto, brevemente, es que preferimos razonar en un círculo a no razonar del todo. Sostenemos que es verdad que el razonamiento circular es el único razonamiento que es posible para el hombre finito.

El método de implicación, tal y como ha sido bosquejado antes, es razonamiento circular. O podemos llamarlo razonamiento en espiral. Debemos andar alrededor de una cosa, una y otra vez, para ver más de sus dimensiones y saber más acerca de ella, en general, a menos que seamos más grandes que aquello que estamos investigando. A menos que seamos más grandes que Dios no podremos razonar acerca de Él de ninguna otra manera que por medio de un argumento trascendental o circular. El rechazo a admitir la necesidad del razonamiento circular es, en sí mismo, una señal evidente de oposición al Cristianismo. Razonar en un círculo vicioso es la única alternativa a razonar en un círculo tal y como se discutió antes.

En una manera bastante áspera hemos buscado en este capítulo definir la terminología a usarse, y con ello hemos buscado también dar algo como un bosquejo preliminar de la epistemología Cristiana. Fue necesario que hiciésemos esto antes de comenzar nuestra revisión histórica para que pudiésemos tener algún estándar por el cual juzgar la historia. Pues incluso aquellos que comienzan con el propósito declarado de dejar que la historia produzca su propio estándar, en realidad han comenzado con una filosofía de la historia, a saber, una que sostiene que la historia es, en sí misma aparte de Dios, producir tal estándar. Además de esto, fue necesario que justificáramos nuestra elección del material histórico. Hemos dicho que, para nosotros, la cuestión del lugar dado al concepto de Dios determina el valor de una teoría de la epistemología. De allí que es esta cuestión principalmente la que buscamos contestar en nuestra investigación histórica. Pero nuestros oponentes van a pensar que tal procedimiento es una señal evidente de perdición. Para ellos la cuestión de la posición no es de primordial importancia. Por consiguiente, aún esto es un punto controversial sobre el cual uno tiene que tomar partido desde el principio. Es en sí mismo un mérito llegar a ser consciente desde el principio del carácter intensamente controversial de todo esfuerzo por construir una cosmovisión de la vida y el mundo.
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1 En algunas de sus recientes publicaciones – particularmente en su obra De Heilige Schrift, 1966 – 1967 – el Dr. G. C. Verkouwer les advierte a los Cristianos ortodoxos en contra de tener una visión formal de la Escritura. Subraya el hecho de que el contenido de la enseñanza bíblica y la idea de la Biblia están implicadas la una con la otra. Es este punto el que el sílabo señalaba en 1939.

miércoles, 24 de junio de 2009

¿Hay contradicción entre la fe y la razón?

En esta oportunidad quiero compartir parte de mis lecturas, ya que me parece oportuno compartir estos conocimientos expuestos en el siguiente material, espero que lo puedan leer y meditar al final; no esta demás comentarles que coincido totalmente en el tema.


La fe puesta en jaque


La pregunta que introduce la siguiente reflexión ha sido combustible inagotable para milenios de filosofía, ciencia y religión. Por tratarse de una problemática tan abrumadora, solo me limitaré a arrojar un poco de luz –Dios lo permita mediante algunas consideraciones necesarias, especialmente pensadas en el desafío que significa ser un creyente en Cristo en la adolescencia.

En un sentido amplio, quisiera remitirme a algunos devaneos ideológicos1 que han dado forma –y contenido a la sociedad como la conocemos hoy. Todo comienza con aquel movimiento filosófico del siglo XVIII que suscita más de un bostezo en las eternas clases de historia: la Ilustración. Los principios ilustrados, entre otras incidencias, elevaron la razón a una posición privilegiada como instrumento adecuado para acceder al verdadero conocimiento. Desde entonces, en occidente, el intelecto llegaría a ser la única herramienta confiable para poder conocer el mundo que nos rodea. El estatus que alcanzó la razón humana en la Ilustración dio hálito de vida a una tendencia posterior conocida como racionalismo. En este contexto, la fe fue suplantada por la razón humana como camino más seguro hacia la verdad. Este mismo racionalismo generó planteamientos afines –como el naturalismo2 y el materialismo y opuestos –como el romanticismo y el idealismo. La elevada confianza que adquirió la razón no ha sido desafiada sino hasta en la actualidad, por los filósofos postmodernitas, los cuales plantean que no podemos confiar en la razón como instrumento objetivo del pensamiento.


Como ya quedó anunciado en el párrafo anterior, el impacto que en el ámbito religioso generaron estas ideas fue el desmesurado desprestigio de la fe. La fe ha sido puesta en jaque por el dominio de la razón (como si se tratara de dos enemigas encolerizadas); aparentemente el delicado cuello de la fe se encuentra amenazado por la filosa espada de la razón. ¿Pero se trata precisamente de una asidua batalla entre ambas?


Denunciando algunos mitos

La conclusión que más se oye a gritos en la en la sociedad moderna, como respuesta a la pregunta anterior es: “¡SÍ! La fe se encuentra en graves problemas, puesto que la razón humana ha logrado desnudar su falta de fundamento. Las

1 Para un contexto más detallado, véase anexo I.

2 Fundamento teórico para las ciencias naturales.

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Religiones como el cristianismo no son más que una fe ciega en asuntos irracionales. La razón es incompatible con una fe de ese tipo. Aquel que cree, necesariamente debe vendar los ojos de la razón y cometer suicidio intelectual.”

Las iglesias cristianas, conscientes de las demandas de la razón, han reaccionado ya sea adaptándose a tales demandas, o bien, rechazándolas como amenazas proferidas desde el mismo infierno. Las primeras –llamémoslas modernistas subordinan la fe a la razón y las segundas –llamémoslas conservadoras tienden a rechazar la razón.

Las tendencias modernistas, en efecto, se esmeran por adaptar la Biblia a las ciencias y a la razón humana. Por lo mismo, no es de extrañar que acaben por negar toda creencia que no se ajusta a la lógica. Creencias como los milagros, la trinidad, la doble naturaleza de Cristo, la inspiración de la Biblia, etc.


Por el contrario, dentro de los grupos conservadores de cristianos, muchas veces se oyen afirmaciones prejuiciadas acerca de la razón, que la conciben como un instrumento antirreligioso. Cualquier intento por razonar la fe puede ser calificado como “racionalismo encubierto”. Sin duda, esto se debe a la nociva influencia que ejerció el racionalismo en las congregaciones cristianas durante los últimos siglos. Pero no debemos olvidar que el intelecto es don de Dios.


Ambas reacciones parten de un supuesto erróneo que requiere urgente denuncia: fe y razón se oponen. Algunos dejan la fe para vivir una religión racionalista. Otros optan por una fe ciega, a pesar de la razón. Ambos extremos han respondido con un “sí” a nuestra pregunta inicial: ¿hay contradicción entre la razón y la fe? Pero nada hay más distante de lo que la Biblia indica sobre el asunto. En la fe apostólica nunca hubo divorcio entre la fe y la razón. Al contrario, siempre fueron compañeras de armas. El mal entendido que visualiza una fe enemistada con la razón ha dado lugar a ideas equivocadas como la de plantear que “la fe cristiana es una fe ciega y sin fundamento”.


Las razones por las que resulta inaceptable pensar en una fe ciega, sin fundamento y opuesta a la razón, son las siguientes:


1. El primer mandamiento de todos

Unos maestros religiosos acercándose a Jesús para ponerlo a prueba en los asuntos de la Ley judía, le preguntaron: “¿cuál es el primer mandamiento de todos?” Sin un gramo de duda Jesús respondió citando la Ley, del siguiente modo: “El primer mandamiento de todos es: […] Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento” (Marcos 12:29,30). La pregunta que conviene hacernos acontinuación es: ¿cómo podríamos amar a Dios con toda nuestra mente si, como algunos dicen, la mente rechaza lo que creemos? Dado que podemos amar a Dios, no solo con nuestro corazón, alma y fuerzas, sino también con nuestra mente, la idea de una fe irracional se desmorona. En efecto, para creer, no solo necesitamos integrar emociones y voluntad, sino también nuestra mente.



2. Jesús rechazó tal concepto

La fe que demandó Jesús de nosotros, no era un salto hacia la oscuridad intelectual, sino hacia la luz, la luz del evangelio. Él mismo señaló en Juan 8:32 “Y conoceréis la verdad [no ignoraréis], y la verdad os libertará.”


3. El testimonio del apóstol Pablo

Todos conocemos la conversión de Pablo: algo misterioso lo llevó a creer en Cristo. No obstante, él mismo expresa a Timoteo: “yo sé a quién he creído” (1 Timoteo 1:12). Esto indica notablemente que, la obra regeneradora del Espíritu Santo no se aplica a los escogidos a pesar de la razón, Él no obra una fe sin fundamento en el corazón de los cristianos.



4. Lo valioso de la fe en Cristo

Según lo expresa el mismo Pablo, “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:14). Por esto sabemos que lo valioso de la fe es el objeto de nuestra fe es decir, Cristo, la resurrección, la Biblia y no la fe en sí misma. Pues no sirve de nada creer en un castillo en las nubes, en cuadrados redondos o en caballos voladores, si tales hechos son absolutamente falsos. El Cristianismo, contrario a lo que muchos piensan, está fundado en hechos. Nosotros creemos en un Dios vivo y verdadero que, si bien no podemos ni pretendemos demostrar, Él ha dispuesto las cosas de tal suerte que podemos reconocer sus efectos y evidencias. El ejemplo bíblico más claro con respecto a este asunto es el que ya citamos acerca de la resurrección de Jesús (1 Corintios 15:14). Aquí Pablo deja muy claro que la fe cristiana es fe en Cristo. Su valor no radica en el que cree o en la fe en sí misma, sino en aquel en el cual se cree. De hecho, si el objeto de nuestra fe fuera falso, la fe sería vana. Esto queda claramente ilustrado en 1 Corintios 15:19 “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres.” Esto significa, “si ponemos nuestra fe en un Mesías no resucitado”.

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La paradoja de la fe

Hasta aquí hemos asumido que, en la perspectiva bíblica, no hay contradicción entre fe y razón. Pero para los incrédulos la fe cristiana sigue siendo un atentado contra la razón. Por ejemplo, la creencia en un Dios trino, que es uno y que es tres al mismo tiempo; o la creencia en un Mesías que es perfecto hombre y perfecto Dios a la vez; o la creencia en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, contradicen la lógica humana. Esto amerita alguna buena explicación. ¿Acaso negaremos que la lógica desafíe tales doctrinas? Ante esta dificultad, no debemos cometer el error de pensar que debemos creer solo lo que podemos comprender totalmente. No debemos esperar que la descomunal verdad quepa dentro de las paredes de nuestra mente. Josh McDowell y Thomas Williams ilustran dicha improcedencia del siguiente modo:


“Confinar la creencia dentro de los límites de la mente es como proteger del peligro a un niño en crecimiento encerrándolo en un cuarto oscuro. Estará seguro de los perros, las avispas y de conductores ebrios, pero su desarrollo se obstaculizará. Nunca experimentará la alegría de la luz del sol, de un césped ni de las mariposas. De la misma manera, nuestras creencias estarán “seguras” si conservamos solo aquellas que podemos guardar con llave dentro de las paredes de nuestra comprensión, pero nunca experimentaremos la alegría de zambullirnos en las gigantes olas de la verdad y descubrir la realidad más allá del horizonte de la comprensión de la mente.”3



La fe supera la razón en aquello que le resulta imposible de concebir. Esto no significa que ambas se opongan, sino que la fe llega más allá que la razón, pero en la misma dirección. Tomando prestada una metáfora de los mismos autores citados, “cuando la razón llega al borde del abismo del conocimiento, señala el puente que la fe debe cruzar”4.

En definitiva, negamos que la razón desafíe la fe, en cambio, afirmamos que la fe desafía la razón. Dios espera que superemos la barrera de la razón mediante un salto de fe. Cuando la razón nos dice: “es imposible”; la fe nos dice: “para Dios es posible”. En este sentido, no habría contradicción, sino paradoja. La paradoja es una contradicción aparente. Aquellos que no logran entender la fe (es decir, los incrédulos) seguirán pensando que es un atentado contra la razón, pero aquellos cuyo entendimiento ha sido iluminado por el Espíritu Santo somos capaces de distinguir la contradicción aparente, es decir, la paradoja. Por eso Pablo,


3 McDowell, J y Williams, T. 2006. En busca de certeza. Editorial Mundo Hispano. p.139.

4 Íbid. p.141.

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enseñando a los corintios, dijo que “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21). Nosotros negamos que nuestro Dios todopoderoso esté limitado por las dimensiones lógicas de la mente humana. Pero asimismo sabemos que la razón es don de Dios y que podemos amarlo, no solo con nuestra alma o con nuestro corazón, sino también con toda nuestra mente. Por ello, los cristianos creemos que “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; mas a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios” (1 Corintios 1:18).


Razones para creer


“¿Por qué la Biblia es un documento histórico confiable? ¿Quién nos asegura que Jesús resucitó? ¿Realmente Dios existe?5 ¿Cómo sabemos que los 66 libros que conforman la escritura son los únicos por medio de los cuales Dios ha hablado? ¿Cómo superar las aparentes contradicciones de los evangelios? ¿Acaso existió Jesús? ¿Qué sucede si la ciencia dice una cosa y la Biblia dice otra? ¿Por qué creo?”

Los incrédulos formulan buenas preguntas, pero los cristianos no siempre propiciamos buenas respuestas. Tenemos el deber de estar preparados para responder a quiénes nos pregunten porqué creemos6. No para satisfacer la arrogancia intelectual de los incrédulos, sino para quitar los obstáculos que ponen los incrédulos a la predicación del evangelio.

La adolescencia trae consigo un cúmulo de preguntas y dudas del tipo indicado al comienzo. Pocos son los que salen de su comodidad intelectual para satisfacer estas incertidumbres, pero aquellos que emprenden el rumbo en busca de evidencias no serán defraudados, pues la fe cristiana no es una fe ciega, sino una fe en hechos, hechos que pueden ser sometidos al juicio de la razón.

El trasfondo que enmarca tanto la defensa de esta fe fundamentada como sus evidencias se denomina apologética. La apologética es la herramienta teológica que agrupa de manera sistemática nuestras razones para creer. Si bien esta herramienta no pretende convencer ni persuadir a los incrédulos, sí representa una utilidad favorable para desmitificar los prejuicios con que se califica al evangelio como una fe ciega e infundada.

El desafío que planteo para aquellos que han llegado a estas alturas del estudio es el de zambullirse en los cimientos de la fe y estar dispuesto a sudar más de lo que estarían dispuestos a sudar con un partido de fútbol o con un paseo por el pavimento ardiente. Cuando consagremos la razón a los asuntos de nuestro Padre, cuando aprendamos que la emoción y la voluntad no bastan, solo entonces estaremos preparados para responder con mansedumbre a quienes demanden razón de la esperanza que tenemos.

5 Véase anexo II

6 Confrontar con 1 Pedro 3:15.




Anexos

I. Esbozo de las ideas religiosas en Europa (siglos XVIII al XX)


1. Ideas filosóficas


Los principios ilustrados del siglo XVIII, que elevaron la razón a una posición privilegiada para poder acceder al verdadero conocimiento, influenciaron los siglos siguientes con la tendencia conocida como racionalismo. En este contexto, la fe fue suplantada por la razón humana como camino más seguro hacia la verdad. Este mismo racionalismo generó planteamientos afines –como el naturalismo y el materialismo y opuestos –como el romanticismo y el idealismo. 7


El naturalismo se posicionó como cimiento epistemológico para las ciencias naturales al afirmar que la realidad, como conjunto, existe por completo y exclusivamente en la naturaleza. Ésta, a su vez, funciona como un sistema cerrado, cuyas reacciones entrabadas de causas y efectos dan forma a la totalidad del universo conocido y por conocer. El naturalismo niega de entrada lo sobrenatural y postula que la investigación científica es la única adecuada para aproximarnos a la realidad.


El materialismo estableció aserciones análogas al naturalismo, aunque su dirección apuntó, más bien, hacia las ciencias sociales. En este paradigma, la materia sería la realidad última y todo lo espiritual o inmaterial debe ser reducido a una explicación fisiológica de base cientificista. La consecuencia de esto fue la eliminación abrupta de conceptos como “alma”, “conciencia”, “espíritu”, etc.

En igual nivel de incidencia filosófica, se halla el liberalismo, que impugnó todo aquello que restringía la libertad individual. Esta corriente, entre otras, hizo desplazar el concepto de la verdad absoluta sustituyéndolo por una verdad relativa, según la cual cada individuo construye su propia verdad.


Un resultado visible y vigente en la sociedad moderna y contemporánea, cuyo antecedente puede ser rastreado en cada uno de estos movimientos, es el escepticismo, filosofía de vida caracterizada por la incredulidad y el cuestionamiento de los sistemas religiosos. El escepticismo acentúa la propuesta racionalista, coartando la fe y las creencias de cualquier clase.


2. Ideas teológicas


Cada directriz filosófica tuvo su influjo en la teología de los siglos XIX y XX, teniendo resabios incluso en nuestros días. El racionalismo vulgar, que quería reducir toda la fe a un rígido sistema filosófico, puso a la razón humana como autoridad suprema y desestimó la autoridad de la Biblia. Este racionalismo, en su versión naturalista y materialista, dio origen al liberalismo teológico o modernismo, según el cual la mayoría de las escuelas teológicas del siglo XIX reformularon y reinterpretaron sus doctrinas cristianas en función de los descubrimientos científicos (e.g. evolucionismo), psicológicos (e.g. negación del pecado), históricos (e.g. datación tardía de los evangelios) y lingüísticos (e.g. crítica textual, depuración del texto griego en base a un par de manuscritos del siglo IV pero deficientes). El resultado de esto fue una concatenación de atentados doctrinales en contra de la trinidad, la inspiración de la Biblia, la divinidad de Jesucristo, los milagros, etc. Las herejías más arcaicas se apoderaron nuevamente del escenario teológico europeo, destacándose entre éstas: el deísmo (creencia en un dios personal, creador del universo, al cual dio leyes naturales inflexibles y enseguida lo dejó librado a ellas, sin volver a intervenir en él de ningún modo); el panteísmo (por el cual creían que todo es Dios, que Dios es la naturaleza, por lo cual cada ser humano debe buscarlo sólo dentro de sí mismo, sin ninguna otra autoridad que su propia razón. Idea fuertemente promulgada por Spinoza); el agnosticismo (según el cual negaron la posibilidad de conocer a Dios) y el ateísmo (la negación de la existencia de Dios). Basado en este liberalismo teológico, a veces contradiciéndolo, pero en el fondo, siempre en conformidad con sus ideas racionalistas básicas, han aparecido en el siglo XX una infinidad de falsas teologías, unidas en su rechazo y desprecio –ya sea implícito o explícito– por la Biblia como autoridad suprema. Las iglesias dieron cabida lentamente a los heresiarcas de la época y las bases de la apostasía moderna fueron instauradas sólidamente en los credos denominacionales. Para condecorar todo esto, surgió el afamado movimiento ecuménico del siglo XIX, tanto en círculos evangélicos (Consejo Mundial de Iglesias, 1948) como católicos (Concilio Vaticano II, 1959). Éste promulga, entre otras ideas antibíblicas, la conformación de una súperiglesia mundial que agrupe todos los credos religiosos, sin importar las divergencias doctrinales y su sustento escritural.


II. Argumento Cosmológico

La pregunta por el ser


Heidegger en su libro titulado “¿Qué es metafísica?” formalizó la pregunta por excelencia que la ontología se ha formulado desde tiempos inmemoriales: ¿por qué es el ser que no más bien la nada? El alcance que tiene esta interrogante supone un grito de incertidumbre por parte de quienes la profieren, puesto que se está cuestionando la misma existencia, no solo individual, sino además la de la totalidad del ser: todo lo que era, continúa siendo y será. El monumental misterio del ser, por más abstracto que parezca, es un misterio que está presente en cada individuo racional. ¿Cuál es el sentido de todo lo que existe? ¿Por qué existe el universo y en vez de aquello no hubo nada? En fin.


El problema del origen

Uno de los tantos intentos aproximativos que ha habido para abarcar este misterio astronómico es el que podríamos denominar finitud infinitud. Con ello aludimos a que el dilema del ser puede derivarse, entre sus muchas aristas, al problema del origen, si es que lo hubo realmente. Este problema es, de igual modo, otro gran misterio, pero, a diferencia de la pregunta por el ser, es más susceptible de dimensionar en términos lógicos, puesto que nos obliga a enfrentarnos a la ineludible alternativa de reconocer que el ser –o para delimitar más el problema, el universo tuvo un origen (es finito) o, por el contrario, ha existido desde siempre (es infinito).

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El universo es finito: prueba científica

Ahora bien, la concepción de un pasado infinito (es decir, un universo que siempre ha existido sin un comienzo) es imposible, tanto desde la óptica científica como filosófica. En primer lugar, posee serios problemas con la segunda ley de la termodinámica, según la cual sabemos que la energía utilizable del universo se está disipando gradualmente y, consecuentemente, jamás podrá ser reutilizada. Con certeza, este hecho vaticina que el universo está condenado a la muerte térmica, una vez que alcancemos la entropía máxima. Pues bien, en el supuesto de que el universo ha existido desde siempre es inconcebible que hayamos recorrido una temporalidad infinita hasta encontrarnos en un hoy, dado que si el tiempo que ha transcurrido es infinito, ¿cómo es que no hemos alcanzado esa entropía máxima? ¿Por qué hay tantos soles que no se extinguieron, entre ellos nuestro sistema solar, del cual nuestra tierra sigue aprovechando su energía térmica? En este supuesto pasado infinito, la entropía tuvo tiempo de sobra para regular todos los desniveles térmicos hasta llegar al cero Kelvin absoluto y, sin embargo, no fue así.


El universo es finito: prueba filosófica

Aun cuando esta prueba es suficiente para desacreditar el supuesto pasado infinito del universo, presentaremos, a continuación, un razonamiento lógico según el cual resulta imposible esta teoría. En la argumentación anterior, mencionamos que era imposible haber recorrido una temporalidad infinita a causa de la segunda ley de la termodinámica. Pero supongamos que no haya existido tal ley. En ese caso, el haber recorrido una temporalidad infinita es, de igual modo, una imposibilidad. La razón es la siguiente: si bien es posible de concebir una serie infinita abstracta de puntos, por ejemplo, entre una línea imaginaria que va desde A hasta B, sin importar el largo que ésta tenga, no obstante, en la realidad tangible esta abstracción es imposible de concretar. Pensemos, ahora, en los dos extremos de una piscina; por más ínfimas que sean las brazadas que demos, tarde o temprano llegaremos al otro extremo. En síntesis, el infinito no es concebible en nuestra materialidad tangible. En el caso del universo, si aceptamos el supuesto de que ha existido desde siempre, entonces tendríamos que admitir que hemos recorrido una distancia concreta y a su vez infinita hasta encontrarnos en un hoy, lo cual es totalmente improbable por lo ya indicado.

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¿Qué hay con “de la nada nada se hace”?

De paso, es preciso mencionar el argumento empleado por quienes adscriben a la teoría que hemos rebatido: ex nihilo nihil fit (de la nada nada se hace). Sobre este supuesto se ha pretendido demostrar que la materia es eterna. Sin embargo, el mismo tipo de silogismo –a saber: de noA no viene A usado en tal máxima no suele ser empleado con la misma fuerza argumentativa para el siguiente enunciado: de la novida no proviene la vida. La razón de ello es sumamente clara: la materia como tal es inanimada o, si se prefiere, muerta. La conclusión al respecto es evidente.


Primera conclusión

Por lo pronto, ha quedado al descubierto que la teoría del estado constante no se sostiene, pues carece de fundamento tanto científico como filosófico. En consecuencia, no nos queda más que admitir que hubo un origen.


La infranqueable ley de causalidad

En los segmentos anteriores hemos concluido que el universo es una entidad finita, de la misma clase que lo son entidades reales como una gota de rocío deslizándose por una ventana, el vidrio del cual se compone dicha ventana, la madera del marco que la circunda, el árbol del cual se extrajo semejante madera, la tierra, las galaxias, hasta llegar al universo mismo: una entidad inconmensurable para el ser humano, pero finita, tal como los entes anteriores. Por ley de causalidad, sabemos que todo ente finito es efecto de una causa anterior. Lo importante de esta relación causaefecto no es la relación en sí misma, sino el hecho de que la causa es algo, es decir, una sustancia existente que, con cierto poder inherente, es capaz de efectuar aquello de lo cual es causa. Para ilustrar este punto, pensemos en las entidades finitas ya mencionadas: una gota de rocío se desliza por una ventana es causa de una sustancia del mundo real posible de identificar con las condiciones atmosféricas que generan la lluvia; o en el caso del marco de dicha ventana, es presumible que pudo ser causado por un determinado carpintero, quien a su vez aprendió sus habilidades en cierto manual de carpintería o bajo la tutela de su padre. El caso de los hechos cíclicos tales como el sucederse de las estaciones del año, ameritan una consideración especial, puesto que las entidades que relacionan no pueden ser identificadas con una relación de causalidad. Por ejemplo, nadie pensaría que la primavera es efecto del

invierno. No obstante, el ciclo total de las estaciones necesariamente tuvo un origen o causa distinta de sí mismo, de lo contrario sería otro de los entes concretos y supuestamente infinitos, lo cual es falso.


Una causa incausada todo suficiente

En seguida, la cadena total de causas de efectos que a su vez son causas de otros efectos no puede ser eterna; necesariamente debió haber una causa que fuese causa de todas las causas y que a su vez sea causa de sí misma, es decir, una causa incausada o, como lo llama Leibniz, un principio de razón suficiente para todo lo que es. Esta causa –tal como todas las causas debe ser mayor que su efecto y, como ya indicamos, debe estar dotada de un poder adecuado que le permita causar esta suma de fenómenos astronómicos. Dicha causa no pudo ser el universo –pues, como ya lo expusimos, éste tuvo un origen, sino algo que está más allá del universo mismo…


Segunda conclusión

Es cierto que el resultado final de esta argumentación –aquel Ser incausado que es causa de todo lo que es no nos dice mucho acerca del Dios cristiano y del Génesis 1:1, pero nadie negará que desde aquí al ateísmo se requiere mayor fe que aquella por la cual nosotros creemos que



Dios es la causa.


Por Claudio Garrido Sepulveda

martes, 23 de junio de 2009

CATECISMO MENOR DE WESTMINSTER

Catecismo Menor de Westminster

(La forma original es del año 1647--
Esta es la forma adoptada por la Iglesia Presbiteriana en el siglo XIX)



P. 1. ¿Cuál es el fin principal del hombre?
R.El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios, y gozar de él para siempre. Sal. 86:9; Is. 60:21; Rom. 11:36; 1 Cor. 6:20; 1 Cor. 10:31; Apoc. 4:11; Sal. 16:5–11; Sal. 144:15; Is. 12:2; Lu. 2:10; Fil. 4:4; Apoc. 21:3–4.

P. 2. ¿Qué regla ha dado Dios para enseñarnos cómo hemos de glorificarle y gozar de él?
R.La palabra de Dios que se contiene en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, es la única regla que ha dado Dios para enseñarnos cómo hemos de glorificarle y gozar de él. Mateo. 19:4–5; Gen. 2:24; Lucas 24:27, 44; 1 Cor. 2:13; 1 Cor. 14:37; 2 Pe. 1:20–21; 2 Pe. 3:2,15–16; Dt. 4:2; Sal. 19:7–11; Is. 8:20; Juan 15:11; Juan 20:30–31; Hechos 17:11; 2 Tim. 3:15–17; 1 Juan 1:4.

P. 3. ¿Qué es lo que principalmente enseñan las Escrituras?
R.Lo que principalmente enseñan las Escrituras es lo que el hombre ha de creer respecto a Dios y los deberes que Dios impone al hombre. Gen. 1:1; Juan 5:39; Juan 20:31; Rom. 10:17; 2 Tim. 3:15; Dt. 10:12–13; Jos. 1:8; Sal. 119:105; Mic. 6:8;
2 Tim. 3:16–17.

P. 4. ¿Qué es Dios?
R.Dios es un Espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad. Dt. 4:15–19; Lucas 24:39; Juan 1:18; Juan 4:24; Hechos 17:29. 1 Reyes 8:27; Sal. 139:7–10; Sal. 145:3; Sal. 147:5; Jer. 23:24; Rom. 11:33–36; Dt. 33:27; Sal. 90:2; Sal. 102:12, 24–27; Apoc. 1:4, 8; Sal. 33:11; Mal. 3:6; Heb. 1:12; Heb. 6:17–18; Heb. 13:8; Santiago 1:17; Ex. 3:14; Sal. 115:2–3;1 Tim. 1:17; 1 Tim. 6:15–16; Sal. 104:24; Rom. 11:33–34; Heb. 4:13; 1 Juan 3:20; Gen. 17:1; Mateo 19:26; Apoc. 1:8; Hab. 1:13; 1 Ped. 1:15–16; 1 Juan 3:3, 5; Apoc. 15:4; Gen. 18:25; Ex. 34:6–7; Dt. 32:4; Rom. 3:5, 26; Sal. 103:5; Sal. 107:8; Mateo 19:17; Rom. 2:4; Ex. 34:6; Dt. 32:4; Sal. 86:15; Sal. 117:2; Heb. 6:18.

P. 5. ¿Hay más de un Dios?
R.No hay sino uno solo, el Dios Vivo y verdadero. Dt. 6:4; Is. 44:6; Is. 45:21–22; 1 Cor. 8:4–6; Jer. 10:10; Juan 17:3; 1 Tes. 1:9; 1 Juan 5:20.

P. 6. ¿Cuántas personas hay en la Divinidad?
R.Hay tres personas en la Divinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y estas tres personas son un solo Dios, las mismas en sustancia, iguales en poder y gloria. Mateo 3:16–17; Mateo 28:19; 2 Cor. 13:14; 1 Ped. 1:2; Sal. 45:6; Juan 1:1; Juan 17:5; Hechos 5:3–4; Rom. 9:5; Col. 2:9. Judas 24–25.

P. 7. ¿Qué son los decretos de Dios?
R.Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su propia voluntad, en virtud del cual ha preordenado, para su propia gloría, todo lo que sucede. Sal. 33:11; Is. 14:24; Hechos 2:23; Ef. 1:11–12.

P. 8. ¿Cómo ejecuta Dios sus decretos?
R. Dios ejecuta sus decretos en las obras de creación y de providencia. Sal. 148:8; Is. 40:26; Dan. 4:35; Hechos 4:24–28; Apoc. 4:11.

P. 9. ¿Qué es la obra de creación?
R.La obra de creación consiste en el haber hecho Dios todas las cosas de la nada, por su poderosa palabra, en el espacio de seis días y todas muy buenas. Gen. 1:1; Sal. 33:6, 9; Heb. 11:3; Gen. 1:31.

P. 10. ¿Cómo creó Dios al hombre?
R.Dios creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen, en ciencia, justicia y santidad, con dominio sobre todas las criaturas. Gen. 1:27; Col. 3:10; Ef. 4:24; Gen. 1:28; Sal. 8.

P. 11. ¿Cuáles son las obras de providencia de Dios?
R.Las obras de providencia de Dios son aquellas con que santa, sabia y poderosamente, preserva y gobierna a todas sus criaturas y todas las acciones de éstas. Sal. 145:17; Sal. 104:24; Heb. 1:3; Neh. 9:6; Ef. 1:19–22; Sal. 36:6; Pr. 16:33; Mateo 10:30.

P. 12. ¿Qué acto particular de providencia ejecutó Dios respecto del hombre en el estado en el que éste fue creado?
R.Cuando Dios hubo creado al hombre, hizo con él una alianza de vida bajo condición de perfecta obediencia; vedándole a comer del árbol de la ciencia del bien y del mal so pena de muerte. Gen. 2:16–17; Santiago 2:10.

P. 13. ¿Permanecieron nuestros primeros padres en el estado en que fueron creados?
R.Nuestros primeros padres, dejados a su libre albedrío, cayeron del estado en que fueron creados, pecando contra Dios. Gen. 3:6–8, 13; 2 Cor. 11:3.

P. 14. ¿Qué es el pecado?
R.El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de ella. Lev. 5:17; Santiago 4:17; 1 Juan 3:4.

P. 15. ¿Cuál fue el pecado por cuya causa nuestros primeros padres cayeron del estado en que fueron creados?
R.El pecado por cuya causa nuestros primeros padres cayeron del estado en que fueron creados fue el comer del fruto prohibido. Gén. 3:6.

P. 16. ¿Cayó todo el género humano en la primera transgresión?
R.Habiéndose hecho la alianza con Adán, no para él solo, sino también para su posteridad, todo el género humano descendiendo de él según la generación ordinaria, pecó en él y cayó con él en su primera transgresión. Gen. 2:16–17; Santiago 2:10; Rom. 5:12–21; 1 Cor. 15:22.

P. 17. ¿A qué estado redujo la caída al hombre?
R.La caída redujo al hombre a un estado de pecado y de miseria. Gen. 3:16–19, 23; Rom. 3:16; Rom. 5:12; Ef. 2:1.

P. 18. ¿En qué consiste lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?
R.Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste en la culpabilidad del primer pecado de Adán, la falta de justicia original y la depravación de toda su naturaleza, llamada comúnmente pecado original, con todas las transgresiones actuales que de ella dimanan. Rom. 5:12, 19; Rom. 3:10; Col. 3:10; Ef. 4:24; Sal. 51:5; Juan 3:6; Rom. 3:18; Rom. 8:7–8; Ef. 2:3; Gen. 6:5; Sal. 53:1–3; Mateo 15:19; Rom. 3:10–18, 23; Gál. 5:19–21; Santiago 1:14–15.

P. 19. ¿En qué consiste la miseria del estado en que cayó el hombre?
R.Todo el género humano perdió por su caída, la comunión con Dios, está bajo su ira, y maldición, y expuesto a todas las miserias de esta vida actual, a la muerte misma, y a las penas del infierno para siempre. Gen. 3:8, 24; Juan 8:34, 42, 44; Ef. 2:12; Ef. 4:18; Juan 3:36; Rom. 1:18; Ef. 2:3.; Ef. 5:6; Gál. 3:10; Apon. 22:3; Gen. 3:16–19; Job 5:7; Ecl. 2:22–23; Rom. 8:18–23; Ezeq. 18:4; Rom. 5:12; Rom. 6:23; Mateo 25:41, 46; 2 Tes. 1:9; Apoc. 14:9–11.

P. 20. ¿Dejó Dios a todo el género humano perecer en su estado de pecado y de miseria?
R.Habiendo Dios, de su propia soberana voluntad, elegido desde el principio a los que han de gozar de la vida eterna, entró en una alianza de gracia para libertarles de su estado de pecado y de miseria, e introducirles en un estado de salud, por medio de un Redentor. Hechos 13:48; Ef. 1:4–5; 2 Tes. 2:13–14; Gen. 3:15; Gen. 17:7; Ex. 19:5–6; Jer. 31:31–34; Mateo 20:28; 1 Cor. 11:25; Heb. 9:15.

P. 21. ¿Quién es el Redentor de los elegidos de Dios?
R.El único Redentor de los elegidos de Dios es el Señor Jesucristo, quien siendo el Hijo eterno de Dios, se hizo hombre; y así era y permanece para siempre, Dios y hombre en dos naturalezas distintas y una sola persona. Juan 14:6; Hechos 4:12; 1 FIM. 2:5–6; Sal. 2:7; Mateo 3:17; Mateo 17:5; Juan 1:18; Isa. 9:6; Mateo 1:23; Juan 1:14; Gál. 4:4; Hechos 1:11; Heb. 7:24–25.

P. 22. ¿Cómo se hizo Cristo hombre siendo como era Hijo de Dios?
R.Cristo el Hijo de Dios, se hizo hombre, tomándose un cuerpo verdadero y una alma racional; siendo concebido por obra del Espíritu Santo en el vientre de la Virgen María, de la cual nació, mas sin pecado. Fil. 2:7; Heb. 2:14, 17; Lucas 1:27, 31, 35; 2 Cor. 5:21; Heb. 4:15; Heb. 7:26; 1 Juan 3:5.

P. 23. ¿Qué oficios ejecuta Cristo como Redentor nuestro?
R.Cristo, como Redentor nuestro, ejecuta los oficios de Profeta, de Sacerdote y de Rey, tanto en su estado de humillación como en el de exaltación. Dt. 18:18; Hechos 2:33Acts 3:22–23; Heb. 1:1–2; Heb. 4:14–15; Heb. 5:5–6; Is. 9:6–7; Lucas 1:32–33; Juan 18:37; 1 Cor. 15:25.

P. 24. ¿Cómo ejecuta Cristo el oficio de Profeta?
R.Cristo ejecuta el oficio de Profeta, revelándonos por su Palabra y Espíritu, la voluntad de Dios para nuestra salvación. Lucas 4:18–19, 21; Hechos 1:1–2; Heb. 2:3; Juan 15:26–27; Hechos 1:8; 1 Ped. 1:11; Juan 4:41–42; Juan 20:30–31.

P. 25. ¿Cómo ejecuta Cristo el oficio de Sacerdote?
R.Cristo ejecuta el oficio de Sacerdote en haberse ofrecido a sí mismo, una sola vez en sacrificio para satisfacer las demandas de la justicia Divina, reconciliarnos con Dios. y en interceder continuamente por nosotros. Is. 53; Hechos 8:32–35; Heb. 9:26–28; Heb. 10:12; Rom. 5:10–11; 2 Cor. 5:18; Col. 1:21–22; Rom. 8:34; Heb. 7:25; Heb. 9:24.

P. 26. ¿Cómo ejecuta Cristo el oficio de Rey?
R.Cristo ejercita el oficio de Rey. sujetándonos a sí mismo, rigiendo y defendiéndonos, y restringiendo y venciendo a todos sus enemigos y los nuestros. Sal. 110:3; Mateo 28:18–20; Juan 17:2; Sal. 2:6–9; Sal. 110:1–2; Mateo 12:28; 1 Cor. 15:24–26; Col. 2:15.

P. 27. ¿En qué consistió la humillación de Cristo?
R.La humillación de Cristo consistió en haber nacido, y esto, en una baja condición sujeto a la ley sufriendo las miserias de esta vida. La ira de Dios y la muerte maldita de la Cruz: en haber sido sepultado y en haber permanecido bajo el dominio de la muerte por algún tiempo. Lucas 2:7; 2 Cor. 8:9; Gál. 4:4; Gal. 4:4; Is. 53:3; Lucas 9:58; Juan 4:6; Juan 11:35; Heb. 2:18; Sal. 22:1; Mateo 27:46; Is. 53:10; 1 Juan 2:2; Gál. 3:13; Fil. 2:8; Mateo 12:40; 1 Cor. 15:3–4.


P. 28. ¿En qué consiste la exaltación de Cristo?
R.La exaltación de Cristo consiste en haber resucitado de entre los muertos al tercer día, en haber ascendido al cielo, en estar sentado a la diestra de Dios Padre y en venir, el último día para juzgar al mundo. 1 Cor. 15:4; Sal. 68:18; Hechos 1:11; Ef. 4:8; Sal. 110:1; Hechos 2:33–34; Heb. 1:3; Mateo 16:27; Hechos 17:31.

P. 29. ¿Cómo somos hechos partícipes de la redención comprada por Cristo?
R.Somos hechos partícipes de la redención comprada por Cristo, por la aplicación eficaz que de ella nos hace el Espíritu Santo. Tito 3:4-7.

P. 30. ¿Cómo nos aplica el Espíritu Santo la redención comprada por Cristo?
R.El Espíritu Santo nos aplica la redención comprada por Cristo, obrando fe en nosotros, y uniéndonos así a Cristo por nuestro llamamiento eficaz. Rom. 10:17; 1 Cor. 2:12–16; Ef. 2:8; Fil. 1:29. Juan 15:5; 1 Cor. 1:9; Ef. 3:17.

P. 31. ¿Qué es llamamiento eficaz?
R.Llamamiento eficaz es la obra del Espíritu de Dios por la cual, convenciéndonos de nuestro pecado y de nuestra miseria, ilustrando nuestras mentes con el conocimiento de Cristo y renovando nuestras voluntades, nos persuade a abrazar a Cristo, que nos ha sido ofrecido gratuitamente en el Evangelio, y nos pone en capacidad de hacerlo. Hechos 26:18; 1 Cor. 2:10, 12; 2 Cor. 4:6; Ef. 1:17–18; Dt. 30:6; Ez. 36:26–27; Juan 3:5; Tito 3:5; Juan 6:44–45; Hechos 16:14; Is. 45:22; Mateo 11:28–30; Apoc. 22:17.

P. 32. ¿De qué beneficio participan en esta vida los que son eficazmente llamados?
R.Los que son eficazmente llamados participan en esta vida de la justificación, de la adopción de la santificación y de los varios beneficios que en esta vida acompañan a éstos, o se derivan de ellas. Rom. 8:30; 1 Cor. 1:30; 1 Cor. 6:11; Ef. 1:5.

P. 33. ¿Qué es la justificación?
R.La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual él perdona todos nuestros pecados y nos acepta como justos delante de él: mas esto solamente en virtud de la justicia de Cristo, la cual nos es imputada, y que recibimos por la fe únicamente. Rom. 3:24; Rom. 4:6–8; 2 Cor. 5:19; 2 Cor. 5:21; Rom. 4:6, 11; Rom. 5:19; Gal. 2:16; Fil. 3:9.

P. 34. ¿Qué es la adopción?
R.La adopción es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual somos recibidos en el número, y tenemos derecho; a todos los privilegios de los hijos de Dios. 1 Juan 3:1; Juan 1:12; Rom. 8:17.

P. 35 ¿Qué es la santificación?
R.La santificación es aquella obra de la libre gracia de Dios por la cual somos completamente restablecidos a la imagen de Dios, y puestos en capacidad de morir más y más al pecado y de vivir píamente. Ez. 36:27; Fil. 2:13; 2 Tes. 2:13; 2 Cor. 5:17; Ef. 4:23–24; 1 Tes. 5:23; Ez. 36:25–27; Rom. 6:4, 6, 12–14; 2 Cor. 7:1; 1 Pedro 2:24.

P. 36. ¿Cuáles son los beneficios que en esta vida acompañan a la justificación, la adopción y la santificación, o que se derivan de ellas?
R.Los beneficios que en esta vida acompañan a la justificación, la adopción y la santificación o que se derivan de ellas, son la seguridad del amor de Dios, la tranquilidad de conciencia, el gozo en el Espíritu Santo, el crecimiento en gracia y la perseverancia en ella hasta el fin. Rom. 5:5; Rom. 5:1; Rom. 14:17; 2 Pedro 3:18; Fil. 1:6; 1 Pet. 1:5.

P. 37. ¿Qué beneficios reciben de Cristo los creyentes, después de la muerte?
R.Las almas de los creyentes son hechas después de la muerte, perfectas en santidad y pasan inmediatamente a la gloria; y sus cuerpos, estando todavía unidos a Cristo reposan en sus tumbas hasta la resurrección. Heb. 12:23; Lucas 23:43; 2 Cor. 5:6, 8; Fil. 1:23; 1 Tes. 4:14; Dan. 12:2; Juan 5:28–29; Hechos 24:15.

P. 38. ¿Qué beneficios reciben de Cristo los creyentes, después de la resurrección?
R.Los creyentes, levantándose en gloria en la resurrección, serán públicamente reconocidos y absueltos en el día del juicio, y entrarán en una perfecta bienaventuranza en el pleno goce de Dios por toda la eternidad. 1 Cor. 15:42–43; Mateo 25:33–34, 46; Rom. 8:29; 1 Juan 3:2; Sal. 16:11; 1 Tes. 4:17.

P. 39. ¿Cuál es el deber que Dios exige al hombre?
R.El deber que Dios exige al hombre, es la obediencia a su voluntad revelada. Dt. 29:29; Miq. 6:8; 1 Juan 5:2–3.

P. 40. ¿Cuál fue la primera regla que Dios reveló al hombre como guía de obediencia?
R.La primera regla que Dios reveló al hombre como guía de obediencia, fue la "ley moral". Rom. 2:14–15; Rom. 10:5.

P. 41. ¿En qué se halla comprendida sumariamente la ley moral?
R.La ley moral se halla comprendida sumariamente en los diez mandamientos. Dt. 4:13; Mateo 19:17–19.

P. 42. ¿Cuál es el resumen de los diez mandamientos?
R.El resumen de los diez mandamientos es: Amar al Señor nuestro Dios de todo nuestro corazón, de toda nuestra alma, de todas nuestras fuerzas y de todo nuestro entendimiento y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Mateo 22:37–40.

P. 43. ¿Cuál es el prefacio de los diez mandamientos?
R.El prefacio de los diez mandamientos es: "Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos." Ex. 20:2. Dt. 5:6.

P. 44. ¿Qué nos enseña el prefacio de los diez mandamientos?
R.El prefacio de los diez mandamientos nos enseña que siendo Dios el Señor y nuestro Dios y Redentor, estamos por tanto, obligados a guardar todos sus mandamientos. Lucas 1:74–75; 1 Pedro 1:14–19.

P. 45. ¿Cuál es el primer mandamiento?
R.El primer mandamiento es: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" Ex. 20:3. Dt. 5:7.

P. 46 ¿Qué se ordena en el primer mandamiento?
R.El primer mandamiento nos ordenan que conozcamos y confesemos a Dios como nuestro único y verdadero Dios, y que en consecuencia, le adoremos y le glorifiquemos. 1 Crón. 28:9; Is. 45:20–25; Mateo4:10.

P.47. ¿Qué se prohíbe en el primer mandamiento?
R.El primer mandamiento nos prohíbe que neguemos a Dios o que dejemos de adorarle y glorificarle como el verdadero Dios y el nuestro; o que rindamos a ningún otro ser la adoración y gloria que a él sólo son debidas. Salmo. 14:1; Rom. 1:20–21; Salmo. 81:10–11; Ez. 8:16–18; Rom. 1:25.

P. 48. ¿Qué cosa especial se nos enseña con estas palabras "delante de mí", contenidas en el primer mandamiento?
R.En estas palabras, "delante de mí", contenidas en el primer mandamiento, se nos enseña que Dios, que todo lo ve, se percibe del pecado de rendir culto a otro cualquiera y se ofende de ello. Dt. 30:17–18; Salmo. 44:20–21; Ez. 8:12.

P. 49. ¿Cuál es el segundo mandamiento?
R.El segundo mandamiento, es: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen, y que hago misericordia en millares a los que me aman, y guardan mis mandamientos". Ex. 20:4–6. Dt. 5:8–10.

P. 50. ¿Qué se ordena en el segundo mandamiento?
R.En el segundo mandamiento se ordena que recibamos, observemos y guardemos puros y completos, todos actos de culto y todas las leyes que Dios ha establecido en su palabra, Dt. 12:32. Mateo 28:20.

P. 51. ¿Qué se prohíbe en el segundo mandamiento?
R.El segundo mandamiento prohíbe que rindamos culto a Dios por medio de imágenes o por cualquiera otro medio que no esté autorizado por su palabra. Dt. 4:15–19; Rom. 1:22–23; Lev. 10:1–2; Jer. 19:4–5; Col. 2:18–23.


P. 52. ¿Cuáles son las razones determinantes del segundo mandamiento?
R.Las razones determinantes del segundo mandamiento, son: la soberanía y dominio de Dios sobre nosotros, y el celo que él tiene por su propio culto. Salmo 95:2–3, 6–7; Salmo 96:9–10; Ex. 19:5; Salmo 45:11; Is. 54:5; Ex. 34:14; 1 Cor. 10:22.

P. 53. ¿Cuál es el tercer mandamiento?
R.El tercer mandamiento es: "No tomaras el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano". Ex. 20:7. Dt. 5:11.

P. 54. ¿Qué se exige en el tercer mandamiento?
R.El tercer mandamiento exige el usar santa y reverentemente de los nombres, de los títulos, los atributos, las ordenanzas, la palabra y las obras de Dios. Dt. 10:20; Salmo 29:2; 1 Cron. 29:10–13; Apoc. 15:3–4; Hechos 2:42; 1 Cor. 11:27–28; Salmo 138:2; Apoc. 22:18–19; Salmo 107:21–22; Apoc. 4:11.

P. 55. ¿Qué prohíbe el tercer mandamiento?
R.El tercer mandamiento prohíbe toda profanación o abuso de cualquier cosa por la cual Dios se da a conocer. Lev. 19:12; Mateo 5:33–37; Santiago 5:12.

P. 56. ¿Cuál es la razón determinante del tercer mandamiento?
R.La razón determinante del tercer mandamiento es, que por más que eviten los infractores de este mandamiento el castigo humano, el Señor nuestro Dios no les dejará escapar de su justo juicio. Dt. 28:58–59; 1 Sam. 3:13; 1 Sam. 4:11.

P. 57. ¿Cuál es el Cuarto Mandamiento?
R.El cuarto mandamiento, es: "Acordarte has del día de Reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra; mas el séptimo día será Reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna; tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto Jehová bendijo el día del Reposo y lo santificó". Ex. 20:8–11. Dt. 5:12–15.

P. 58. ¿Qué exige el cuarto mandamiento?
R.El cuarto mandamiento exige que consagremos a Dios todo el tiempo que él ha señalado en su palabra, y especialmente un día entero en cada siete, como un descanso santificado a él. Ex. 31:13, 16–17.

P. 59. ¿Cuál día de los siete ha señalado Dios para el descanso semanal?
R.Desde la creación del mundo hasta la resurrección de Cristo, Dios señaló el séptimo día de la semana para ser el descanso semanal; mas desde entonces ha señalado el primer día de la semana para que sea el día de reposo; el cual ha de continuar hasta el fin del mundo y es el descanso cristiano. Gén. 2:2–3; Éx. 20:11; Mar. 2:27–28; Hechos 20:7; 1 Cor. 16:2; Apoc. 1:10.

P. 60. ¿Cómo ha de santificarse el día de reposo?
R.Hemos de santificar el día de reposo absteniéndonos en todo este día, aún de aquellos empleos o recreaciones mundanales que son lícitos en los demás días; y ocupando todo el tiempo en los ejercicios públicos y privados del culto de Dios salvo aquella parte que se emplee en hacer obras de necesidad o de misericordia. Éx. 20:10; Neh. 13:15–22; Is. 58:13–14; Éx. 20:8; Lev. 23:3; Lucas 4:16; Hechos 20:7; Mateo 12:1–13.


P. 61. ¿Qué se prohíbe en el cuarto mandamiento?
R.El cuarto mandamiento prohíbe la omisión o cumplimiento negligente de los deberes exigidos: la profanación del día por la ociosidad, o por hacer lo que es en sí pecaminoso, o por innecesarios pensamientos, palabras u obras respecto a nuestros empleos o recreaciones mundanas. Neh. 13:15–22; Is. 58:13–14; Amós 8:4–6.

P. 62. ¿Cuáles son las razones determinantes del cuarto mandamiento?
R.Las razones determinantes del cuarto mandamiento, son: el habernos concedido Dios seis días de la semana para nuestras propias ocupaciones; el haberse reservado para sí mismo una propiedad especial sobre el séptimo; el haber bendecido el día de descanso, y finalmente su propio ejemplo. Éx. 20:9; Éx. 31:15; Lev. 23:3; Gén. 2:2–3; Éx. 20:11; Éx. 31:17.

P. 63. ¿Cuál es el quinto mandamiento?
R.El quinto mandamiento, es: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da". Éx. 20:12. Dt. 5:16.

P. 64. ¿Qué se exige en el quinto mandamiento?
R.El quinto mandamiento exige que rindamos el debido honor y cumplamos con nuestras obligaciones para con toda persona en su respectivo puesto o relación como superior, inferior o igual. Rom. 13:1, 7; Ef. 5:21–22, 24; Ef. 6:1, 4–5, 9; 1 Pedro 2:17.

P. 65. ¿Qué se prohíbe en el quinto mandamiento?
R.El quinto mandamiento prohíbe que descuidemos o rebajemos el honor o el servicio que corresponde a cada uno en el puesto o relación que ocupa. Mateo 15:4–6.

P. 66. ¿Cuál es la razón determinante del quinto mandamiento?
R.La razón determinante del quinto mandamiento es la promesa de larga vida y de prosperidad, (en cuanto sirve al bien humano y a la gloria de Dios), hecha a todos los que guarden este mandamiento. Éx. 20:12; Dt. 5:16; Ef. 6:2–3.

P. 67. ¿Cuál es el sexto mandamiento?
R.El sexto mandamiento es: "No matarás". Éx. 20:13. Dt. 5:17.

P. 68. ¿Qué se exige en el sexto mandamiento?
R.El sexto mandamiento exige que hagamos todos los esfuerzos legítimos para preservar nuestra vida y la de otros. Ef. 5:28–29.

P. 69. ¿Qué se prohíbe en el sexto mandamiento?
R.El sexto mandamiento prohíbe el destruir nuestra propia vida o el quitar injustamente la de nuestro prójimo, así como también todo lo que tiende a este resultado. Gén. 9:6; Mateo 5:22; 1 Juan 3:15.

P. 70. ¿Cuál es el séptimo mandamiento?
R.El séptimo mandamiento, es: "No cometerás adulterio". Éx. 20:14. Dt. 5:18.


P. 71. ¿Qué se exige en el séptimo mandamiento?
R.El séptimo mandamiento exige que preservemos nuestra propia castidad y la de nuestro prójimo, en corazón, palabra y comportamiento. 1 Cor. 7:2–3, 5; 1 Tes. 4:3–5.

P. 72. ¿Que se prohíbe en el séptimo mandamiento?
R.El séptimo mandamiento prohíbe todo pensamiento, palabra o acción deshonesta. Mateo 5:28; Ef. 5:3,4.

P. 73. ¿Cuál es el octavo mandamiento?
R.El octavo mandamiento, es: "No hurtarás". Éxodo 20:15: Dt. 5:19.

P. 74. ¿Qué se exige en el octavo mandamiento?
R.El octavo mandamiento exige que procuremos y promovamos por todo medio legítimo la prosperidad y bienestar de nosotros mismos y de los demás. Lev. 25:35; Ef. 4:28b; Fil. 2:4.

P. 75. ¿Qué se prohíbe en el octavo mandamiento?
R.El octavo mandamiento prohíbe todo lo que impide o tiende a impedir injustamente la prosperidad y bienestar nuestro o de nuestro prójimo. Prov. 28:19ff; Ef. 4:28a; 2 Tes. 3:10; 1 Tim. 5:8.

P. 76. ¿Cuál es el nono mandamiento?
R.El nono mandamiento, es: "No hablarás contra tu prójimo falso testimonio" Éxodo 20:16; Dt. 5:20.

P. 77. ¿Qué se exige en el nono mandamiento?
R.El nono mandamiento exige que sostengamos y promovamos la verdad entre hombre y hombre como también nuestra buena fama y la de nuestro prójimo, especialmente en dar testimonio. Zac. 8:16; Hechos 25:10; 3 Juan 12; Prov. 14:5, 25.

P. 78. ¿Qué se prohíbe en el nono mandamiento?
R.El nono mandamiento prohíbe todo lo que perjudica a la verdad, o que daña a nuestro buen nombre o al de nuestro prójimo. Lev. 19:16; Salmo 15:3; Prov. 6:16–19; Lucas 3:14.


P. 79. ¿Cuál es el décimo mandamiento?
R.El décimo mandamiento, es: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo". Éx. 20:17. Dt. 5:21.

P. 80. ¿Qué se exige en el décimo mandamiento?
R.El décimo mandamiento exige que nos contentemos con nuestra propia condición, y que tengamos siempre una justa caritativa disposición de ánimo respecto de nuestro prójimo y de todo lo que es suyo. Sal. 34:1; Fil. 4:11; 1 Tim. 6:6; Heb. 13:5; Lucas 15:6, 9, 11–32; Rom. 12:15; Fil. 2:4.

P. 81. ¿Qué se prohíbe en el décimo mandamiento?
R.El décimo mandamiento prohíbe todo descontento de nuestra propia condición; la envidia, o pesar del bien de nuestro prójimo; y todo deseo o aflicción desordenada hacia las cosas que son suyas. 1 Cor. 10:10; Santiago 3:14–16; Gál. 5:26; Col. 3:5.

P.82. ¿Puede algún hombre guardar perfectamente los mandamientos de Dios?
R.Ningún mero hombre, desde la caída, puede en esta vida guardar perfectamente los mandamientos de Dios, mas diariamente los quebranta en pensamiento, en palabra y en hecho. Gén. 8:21; Rom. 3:9ff., 23.

P. 83. ¿Son igualmente detestables todas las transgresiones de la ley?
R.Algunas transgresiones en sí, y por razón de circunstancias agravantes son más detestables que otras a la vista de Dios. Ez. 8:6, 13, 15; Matt. 11:20–24; Juan 19:11.

P. 84. ¿Qué es lo que todo pecado merece?
R.Todo pecado merece la ira y maldición de Dios, tanto en esta vida como en la venidera. Mateo 25:41; Gál. 3:10; Ef. 5:6; Santiago 2:10.

P. 85 ¿Qué nos exige Dios para que escapemos de la ira y maldición que hemos merecido por el pecado?
R.Para que escapemos de la ira y maldición de Dios que hemos merecido por razón del pecado, Dios exige de nosotros la fe en Jesucristo, el arrepentimiento para vida, y el empleo diligente de todos los medios externos, por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de redención. Hechos 2:38; 1 Cor. 11:24–25; Col. 3:16.

P. 86. ¿Qué es la fe en Jesucristo?
R.La fe en Jesucristo es una gracia salvadora por la cual recibimos a Cristo como nos es ofrecido en el Evangelio, y confiamos solamente en él para la salud. Ef. 2:8–9; Cf. Rom. 4:16; Juan 20:30–31; Gál. 2:15–16; Fil. 3:3–11.

P. 87. ¿Qué es el arrepentimiento para vida?
R.El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora por la cual el pecador teniendo un verdadero sentimiento de sus pecados, y conociendo la misericordia de Dios en Cristo, con dolor y odio de sus pecados se convierten de ellos a Dios, con plena determinación de alcanzar una nueva obediencia. Hechos 11:18; 2 Tim. 2:25; Sal. 51:1–4; Joel 2:13; Lucas 15:7, 10; Hechos 2:37; Jer. 31:18–19; Lucas 1:16–17; 1 Tes. 1:9; 2 Cron. 7:14; Sal. 119:57–64.; Mateo 3:8; 2 Cor. 7:10.

P. 88. ¿Cuáles son los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención?
R.Los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención, son sus ordenanzas, y especialmente, la palabra, los sacramentos y la oración; a todos los cuales hace él eficaces para la salvación de los elegidos. Mateo 28:18–20; Hechos 2:41–42.

P 89. ¿Cómo viene la palabra a ser eficaz para la salvación?
R.El Espíritu de Dios hace que la lectura, y aún más especialmente la predicación de la palabra, sean medios eficaces de convencer y de convertir a los pecadores, y de edificarles en santidad y consuelo por la fe, hasta la salvación. Neh. 8:8–9; Hechos 20:32; Rom. 10:14–17; 2 Tim. 3:15–17.

P. 90. ¿Cómo ha de ser leída y escuchada la palabra para que se haga eficaz para la salvación?
R.A fin de que la palabra se haga eficaz para nuestra salvación, hemos de prestarle atención con diligencia, preparación de espíritu y oración; hemos de recibirla con fe y amor, atesorarla en el corazón y practicarla en la vida. Dt. 6:16ff; Sal. 119:18; 1 Ped. 2:1–2; Sal. 119:11; 2 Tes. 2:10; Heb. 4:2; Santiago 1:22–25.

P. 91. ¿Cómo se hacen los sacramentos medios eficaces de salvación?
R.Los sacramentos vienen a ser medios eficaces de salvación, no porque haya alguna virtud en ellos, o en aquel que los administra; sino solamente por la bendición de Cristo, y la operación de su Espíritu en aquellos que los reciben con fe. 1 Cor. 3:7; Cf. 1 Cor. 1:12–17.

P. 92. ¿Qué es un sacramento?
R.Un sacramento es una práctica sagrada instituida por Cristo; la cual, por medio de signos sensibles, representa a Cristo y a los beneficios de la nueva alianza, y los confirma y aplica a los creyentes. Mateo 28:19; Mateo 26:26–28; Marcos 14:22–25; Lucas 22:19–20; 1 Cor. 1:22–26; Gál. 3:27; 1 Cor. 10:16–17.

P. 93. ¿Cuáles son los sacramentos del Nuevo Testamento?
R.Los sacramentos del Nuevo Testamento son: "El Bautismo y la Cena del Señor." Mateo 28:19; 1 Cor. 11:23–26.

P. 94. ¿Qué es el Bautismo?
R.El bautismo es un sacramento, en el cual, el lavamiento con agua, en nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, significa y sella nuestra unión con Cristo, nuestra participación en los beneficios de la alianza de gracia y nuestro comprometimiento de ser del Señor. Mateo 28:19; Hechos 2:38–42; Hechos 22:16; Rom. 6:3–4; Gál. 3:26–27; 1 Ped. 3:21.

P. 95. ¿A quiénes ha de administrarse el Bautismo?
R.El bautismo no debe administrarse a los que están fuera de la iglesia visible hasta que no profesen su fe en Cristo y su obediencia a él; más los párvulos de los que son miembros de la Iglesia visible, han de ser bautizados. Hechos 2:41; Hechos 8:12, 36, 38; Hechos 18:8; Gén. 17:7, 9–11; Hechos 2:38–39; Hechos 16:32–33; Col. 2:11–12.

P. 96. ¿Qué es la Cena del Señor?
R.La Cena del Señor es un Sacramento por el cual, dando y recibiendo pan y vino según la ordenanza de Cristo, se simboliza su muerte; y aquellos que dignamente lo reciben, no son hechos de una manera corporal y carnal, sino por la fe, partícipes de su cuerpo y sangre, como también de todos los beneficios consiguientes, lo cuál conduce a su nutrimiento espiritual y a su crecimiento en la gracia. Lucas 22:19–20; 1 Cor. 11:23–26; 1 Cor. 10:16–17.

P. 97. ¿Qué se requiere para recibir dignamente la Cena del Señor?
R.Para que los participantes reciban dignamente la Cena del Señor, es necesario que hagan un examen del conocimiento que tienen para discernir el cuerpo del Señor; de su fe para alimentarse en él; de su arrepentimiento, amor y nueva obediencia, para que no sea, que recibiendo indignamente el sacramento, coman y beban su propia condenación. I Cor. 11:27-32.

P. 98. ¿Qué es la oración?
R.La oración es un acto por el cual manifestamos a Dios, en nombre de Cristo, nuestros deseos de obtener aquello que sea conforme a su voluntad, confesando al mismo tiempo nuestros pecados y reconociendo con gratitud sus beneficios. Sal. 10:17; Sal. 62:8; Mateo 7:7–8.; 1 Juan 5:14; Juan 16:23–24; Sal. 32:5–6; Dan. 9:4–19; 1 Juan 1:9; Sal. 103:1–5; Sal. 136; Fil. 4:6.

P. 99. ¿Qué regla nos ha dado Dios para dirigirnos en la oración?
R.Toda la palabra de Dios es útil para dirigirnos en la oración; pero la regla especial es aquella oración que Cristo enseñó a sus discípulos y que comúnmente se llama "La Oración del Señor". 1 Juan 5:14.; Mateo 6:9–13.

P. 100. ¿Qué nos enseña el prefacio de la Oración del Señor?
R.El prefacio de "La Oración del Señor", que dice: "Padre nuestro, que está en los cielos", nos enseña a acercarnos con santa reverencia y toda confianza a Dios como a un padre que puede y quiere socorrernos; y también a orar con otros y por otros. Sal. 95:6; Ef. 3:12; Mateo 7:9–11; Cf. Lucas 11:11–13; Ro. 8:15; Ef. 3:20; Ef. 6:18; 1 Tim. 2:1–2.

P. 101. ¿Qué rogamos en la primera petición?
R.En la primera petición, que dice: "Santificado sea tu nombre", rogamos que Dios nos ayude nosotros y a los demás hombres a glorificarle en todo aquello por lo cual se da a conocer, y también que él disponga todas las cosas para su propia gloria. Sal. 67:1–3; Sal. 99:3; Sal. 100:3–4; Rom. 11:33–36; Apoc. 4:11.

P. 102. ¿Qué rogamos en la segunda petición?
R.En la segunda petición que dice: 'Venga tu reino", rogamos la destrucción del reino de Satanás; el progreso del reino de gracia; que nosotros y los demás hombres seamos introducidos y conservados en éste; y que venga pronto el reino de gloria. Mateo 12:25–28; Rom. 16:20; 1 Juan 3:8; Sal. 72:8–11; Mateo 24:14; 1 Cor. 15:24–25; Sal. 119:5; 2 Tes. 3:1–5; Apoc. 22:20.

P. 103. ¿Qué rogamos en la tercera petición?
R.En la tercera petición, que dice: "Sea hecha tu voluntad como en el cielo así también en la tierra, rogamos que Dios, por su gracia nos dé facultad y buena disposición para conocer, obedece y someternos en todo a su santa voluntad, así como lo hacen los ángeles en el cielo. Sal. 19:14; Sal. 119.; 1 Tes. 5:23; Heb. 13:20–21; Sal. 103:20–21; Heb. 1:14.

P. 104. ¿Qué rogamos en la cuarta petición?
R.En la cuarta petición que dice: "Danos hoy nuestro pan cotidiano" rogamos a Dios, el dador de todo lo bueno, que nos dé una porción suficiente de las cosas temporales, y que con ella nos conceda el goce de su bendición. Prov. 30:8–9; Mateo 6:31–34; Fil. 4:11, 19; 1 Tim. 6:6–8.

P. 105. ¿Qué rogamos en la quinta petición?
En la quinta petición que dice: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores", rogamos que Dios, por amor a Cristo, perdone gratuitamente todos nuestros pecados; y somos estimulados a pedir esto, porque con su gracia, nos hallamos en disposición de perdonar sinceramente a otros. Sal. 51:1–2, 7, 9; Dan. 9:17–19; 1 Juan 1:7; Mateo 18:21–35; Ef. 4:32; Col. 3:13.

P. 106. ¿Qué rogamos en la sexta petición?
En la sexta petición, que dice: "No nos metas en tentación más líbranos del mal", rogamos que Dios nos guarde de ser tentados a pecar, o que nos sostenga y nos libre cuando seamos tentados. Sal. 19:13; Mateo 26:41; Juan 17:15; Lucas 22:31–32; 1 Cor. 10:13; 2 Cor. 12:7–9; Heb. 2:18.

P.107. ¿Qué nos enseña el final de la Oración Dominical?
R.El final de la Oración Dominical, que dice: "Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria por todos los siglos. Amén", nos enseña a derivar solamente de Dios los incentivos que nos mueven a orar; y también a alabarle en nuestras oraciones, atribuyéndole a él sólo el dominio y el poder y la gloria. Y en testimonio de nuestro deseo y seguridad de ser oídos, decimos: "Amén". Dan. 9:4, 7–9, 16–19; Lucas 18:1, 7–8; 1 Cron. 29:10–13; 1 Tim. 1:17; Apoc. 5:11–13; 1 Cor. 14:16; Apoc 22:20.

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FUENTE: http://www.iglesiareformada.com/Catecismo_Menor_Westminster.html