domingo, 27 de febrero de 2011

El genoma humano da respaldo a Adán, no a Darwin

21 febrero 2011 — La semana pasada revista Science publicaba una serie especial de artículos sobre el 10º aniversario del proyecto del Genoma Humano. La mayoría de los artículos se extendían acerca de cuán diferentes fueron los descubrimientos respecto a las predicciones. La publicación del genoma no identificó nuestra evolución; tampoco produjo curas milagrosas. Lo más que hizo fue desbaratar ideas preconcebidas, y demostrar cuán compleja es la biblioteca de especificaciones subyacente a nuestras caras sonrientes. Damos dos citas características.

En la ilustración: una biblioteca compuesta por la impresión del genoma humano en más de cien volúmenes, cada uno de ellos de mil páginas con un tipo tan pequeño que apenas resulta legible sin ampliación óptica, con un total de 3,4 mil millones de unidades de código ADN distribuidas en los 23 pares de cromosomas humanos. Este código especifica no sólo las estructuras de las proteínas estructurales y funcionales, sino también cadenas de ARN para regulación y control de multitud de procesos durante el desarrollo y en fabricación, servicio y reparación de los sistemas de máquinas moleculares; este sistema, por otra parte, está regulado por una cadena en cascada de otros códigos como el código de histonas y más, que forman un complejo sistema que está sólo empezando a desentrañarse. Esta biblioteca pertenece a la Wellcome Collection, Londres. Fotografía: Russ London

John Mattick, de la Universidad de Queensland, comentaba acerca de cómo «Están moviéndose los fundamentos genómicos» en su breve ensayo para Science.1 «A mi parecer», comenzaba, «el resultado más importante del proyecto del genoma humano ha sido el de exponer la falacia de que la mayor parte de la información genética se expresa en forma de proteínas». Se refirió al Dogma Central de la genética —el principio de que el ADN es el controlador maestro de la herencia, por la traducción de su información a proteínas que crean nuestros cuerpos y cerebros. Para empezar, la cantidad de genes es sumamente inferior a lo esperado (sólo un 1,5% del ADN humano contiene genes), y la inmensa mayoría del genoma está compuesto por ADN no codificante (que antes se suponía que era basura genética), y que genera ARN dirigido a regular la expresión de los genes, especialmente durante la fase del desarrollo. El código de histonas y otras revelaciones han generado «repeticiones» del terremoto inicial que sacudió el Dogma Central. Y concluía diciendo:
Estas observaciones sugieren que necesitamos reevaluar la ortodoxia genética subyacente, que está profundamente arraigada y que ha recibido un aplazamiento de la sentencia de forma superficial gracias a suposiciones aceptadas acríticamente acerca de la naturaleza y de la capacidad del control combinatorio. Como escribía la premio Nobel Barbara McClintock en 1950: «¿Vamos a dejar que una filosofía del gen [codificador de proteínas] controle [nuestro] razonamiento? Entonces, ¿cuál es la filosofía del gen? ¿Es acaso una filosofía válida?» ... Hay una alternativa: La complejidad humana ha sido construida sobre una vasta expansión de secuencias reguladoras genómicas, la mayor parte de las cuales son comunicadas por ARNs que usan una infraestructura proteínica genérica y que controlan los mecanismos epigenéticos que subyacen a la embriogénesis y a la función cerebral. Yo contemplo el genoma humano no simplemente como proporcionador de detalles, sino, más importante, como el comienzo de una iluminación conceptual en la biología.
En otro ensayo en el número de 18 de febrero de Science, Maynard Olson [U de Washington, Seattle] pregunta: «¿Cómo es un genoma humano “Normal”?». Olson no deseaba implicarse en viejos debates entre naturaleza frente a educación aparte de reconocer que siguen existiendo a pesar de la publicación del genoma humano. En lugar de ello, plantea la pregunta de qué factores son participantes subordinados en la variación humana. Uno de ellos, dice, en una declaración que hubiera hecho arquear las cejas a Darwin, es «la selección equilibrante, el proceso evolutivo que favorece la diversificación génica en lugar de la fijación de una variante “óptima” solitaria»; en lugar de ello, continúa, esto «parece desempeñar una función menor fuera del sistema inmune». Otros perdedores son las variaciones que a menudo observamos con más frecuencia en los humanos: «La adaptación local, que explica la variación en rasgospigmentación, la especialización dietética, la susceptibilidad a patógenos específicos, es también un jugador de segunda fila». El factor primario es otro elemento que hace arquear las cejas a los darwinistas: como la
¿Qué está en la primera fila? Más y más, la respuesta parece ser mutaciones «deletéreas» bajo criterios bioquímicos o evolutivos estándar. Estas mutaciones, como se ha apreciado desde hace mucho tiempo, constituyen abrumadoramente la forma más abundante de variación no neutra en todos los genomas. Está emergiendo un modelo de la individualidad genética humana en el que existe realmente un genoma humano de «tipo silvestre» —uno el que la mayoría de genes existen en una forma evolutivamente optimizada. Simplemente, no existen humanos del «tipo silvestre»: Todos y cada uno de nosotros dejamos de alcanzar esta especie de ideal platónico en nuestras propias formas distintivas.


1. John Mattick, «The Genomic Foundation is Shifting», Science, 18 de febrero de 2011: Vol. 331 no. 6019 p. 874, DOI: 10.1126/science.1203703.
2. Maynard V. Olson, «What Does a ‘Normal’ Human Genome Look Like?», Science, 18 de febrero de 2011: Vol. 331 no. 6019 p. 872, DOI: 10.1126/science.1203236.
¿Hemos captado bien lo que dicen? Estas son unas admisiones de gran calado para una revista de ciencia secular. Mattick expone las muchas maneras en que los genetistas evolutivos erraron el blanco. Esperaban encontrar el secreto de nuestra humanidad en el ADN —el controlador maestro, afinado por la evolución, y que haría de nosotros lo que somos. En lugar de ello, se quedaron pasmados al descubrir la complejidad de un inmenso sistema de secuencias reguladores más allá de los genes (epigenéticos, por encima de los genes), incluyendo códigos sobre códigos. Esto parece convertir el ADN en sólo un aspecto colateral de un complejo multidimensional que exigirá una «iluminación conceptual en la biología». Esto implica que la biología previa a la conclusión del proyecto del Genoma Humano carecía de esta luz. Al citar los prescientes planteamientos de McClintock, declara que la filosofía de la biología que ha detentado el poder en los siglos 19 y 20 carece de validez.
Las revelaciones de Olson son incluso más escandalosas, y en cierto modo deliciosas, para los que creen que es la Biblia, y no Darwin, quien nos da la verdadera narrativa de la procedencia del hombre. Esencialmente, Olson dice que los darwinistas deberían hacer sus bártulos y largarse, porque los factores con los que contaban poder explicar la complejidad humana son participantes de menor entidad. Luego dice que la mayoría de las mutaciones son dañinas, malas, deletéreas, regresivas, y que constituyen una carga negativa sobre cada persona a nivel individual. Como golpe de gracia, dice que parece haber un «ideal platónico» de la constitución humana (donde tipo silvestre se refiere al tipo natural) que todos «dejamos de alcanzar». Esto es lo diametralmente opuesto a la tesis darwinista de un ascenso desde el lodo; es una descendencia con modificación en descenso desde un estado inicial ideal. Los creacionistas bíblicos gritamos «Amén»: ¡Todos hemos caído en y desde Adán!
El Apóstol Pablo explicaba en la declaración clásica acerca de Adán que el primer hombre fue el «tipo silvestre» que devino el modelo tras el cual las cosas fueron terriblemente mal cuando él pecó: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura [es decir, el tipo silvestre, el ideal platónico en verdadera carne humana] del que había de venir» (Romanos 5:12-14). ¿No es esto exactamente lo que vemos a nuestro alrededor?
Pero hay remedio: La Escritura no nos deja en la desesperanza: Pablo prosigue con las grandes noticias acerca del Segundo Adán, Jesucristo —quien, al resolver el problema del pecado por Su muerte y resurrección, deviene el progenitor de todos los que llegarían por la fe en Él a la justicia y a heredar la vida eterna:
Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia. (Romanos 5:15-20).
Desde luego, Mattick y Olson no buscaban ningún acuerdo con la Biblia al hacer sus manifestaciones sobre el Genoma Humano, pero todo lo que dicen es consecuente con la enseñanza de las Escrituras, y no es consecuente con lo que los darwinistas enseñan. Sus expectativas han quedado contradichas; su filosofía ha resultado inválida. ¡La Biblia ha estado siempre en lo cierto! Si hemos caído respecto del ideal original creado en Adán, es Jesucristo (no Darwin ni Platón) quien proporciona el camino de regreso al ideal del Hacedor. Es un don, mediante la fe, mediante la gracia de Dios en Jesucristo. Pablo, que había sido primero perseguidor de los cristianos, y que fue transformado por su encuentro con el Cristo resucitado en el camino de Damasco, nos habla a todos hoy con estas palabras: «Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:14-21).

Fuente: Creation·Evolution HeadlinesHuman Genome Project Supports Adam, Not Darwin 21/02/2011
Redacción: David Coppedge © 2011 Creation Safaris - www.creationsafaris.com
Traducción y adaptación: Santiago Escuain — © SEDIN 2011 - www.sedin.org
Usado con permiso del traductor para: www.culturacristiana.org

sábado, 26 de febrero de 2011

Una reseña de Signature in the Cell: DNA and the Evidence for Intelligent

Pruebas contra pruebas:
El nuevo libro de Meyer desvela la irracionalidad de la evolución

New Oxford Review






Una reseña de Signature in the Cell: DNA and the Evidence for Intelligent Design por Stephen C. Meyer. Harper One, 2009.


En una escena que parece sacada directamente de una novela de Henry James, Stephen Meyer, en aquellos entonces un estudiante americano de postgrado en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, metió lo que se dice la pata. Cuando un prestigioso profesor visitante estaba en el turno de preguntas después de dar una conferencia, Meyer le pidió algunas fuentes acerca del tema que se trataba. 

El profesor le respondió con cortesía, pero Meyer se quedó con una extraña sensación de que había algo que no estaba bien. Después, Meyer fue tomado aparte por uno de los catedráticos de Cambridge. En su sofisticado acento de Oxbridge, el amable catedrático le dijo a Meyer que admitir ignorancia podría estar bien en América, pero que era mala educación en Cambridge. En palabras del catedrático: «Aquí todo el mundo se dedica al bluf, y si quieres triunfar, tienes que aprender la técnica del bluf también».

Este libro es un testimonio de que, afortunadamente, este consejo nunca arraigó en Meyer. Porque después de abandonar su vida de geofísico en busca de petróleo para Atlantic Richfield, y después de conseguir un doctorado en Cambridge, continuó haciendo preguntas al comenzar de forma humilde pero resuelta su nueva búsqueda: tratar de comprender el origen y la base de la vida.

Nauralmente, esta es una antigua búsqueda. Y desde entonces y hasta ahora, la mayoría de las personas han creído que el sublime orden que vemos en la naturaleza tiene que ser producto de un diseño. Pero Charles Darwin argumentó que el diseño deliberado es un espejismo. La naturaleza por sí sola, mediante un proceso accidental de prueba y error, llamado selección natural, había producido durante largas eras esta inefable armonía.

Sin embargo, a pesar de sus batallones de seguidores militantes y de su aceptación por parte de la mayoría de las personas educadas, la teoría de Darwin, desde el principio, se sostenía sobre unos débiles apoyos. Consiguió aceptación principalmente debido a razones culturales. Las ideas progresistas habían conseguido llegar a ser dominantes durante el siglo 19, y de forma correspondiente las instituciones tradicionales eran objeto de ataque, principalmente la religión. En este contexto, las críticas de Darwin fueron atacadas como retrógradas y como religiosamente motivadas, a pesar de su objetividad científica y su rigor. Esta traicionera forma de polémica prosigue hasta el día de hoy.

En este sentido, el amplio y completo compendio del doctor Meyer constituye un asalto final y devastador contra el pueblo de Potemkin darwinista. Y que este extraordinario tratado se publicase en 2009, que fue a la vez el 200 aniversario del nacimiento de Darwin y el 150 aniversario de la publicación de El Origen de las Especies, añade un carácter de clausura a este destructivo episodio darwinista en la historia occidental.
Viajar a lugares extraños y exóticos influyó profundamente en las perspectivas tanto de Darwin como de Meyer. Darwin a América del Sur, y Meyer al interior de la célula orgánica. Aunque en sus aventuras Darwin vio la gran prolijidad de la vida, no tenía ni idea de la complejidad microscópica en el interior de cada célula, de las que tenemos billones en nuestros cuerpos. Para él, las células eran meros grumos de protoplasma, toscos instrumentos como componentes constructivos. Pero para Meyer, como para la ciencia moderna, las células son abrumadoramente complicadas y proporcionan la base para la vida.

Meyer comenzó su viaje cuando las circunstancias le llevaron a una conferencia sobre el tema del origen de la vida. Esta conferencia le llevó a la conciencia de cuán perpleja se siente la ciencia acerca de cómo comenzó la vida. Luego Meyer se dio cuenta de que la teoría de Darwin presentaba un inmenso vacío al no proporcionar ninguna explicación para la transición desde la materia inerte hasta la vida.

Los darwinistas coetáneos ignoran este vacío cuando les conviene. Sin embargo, cuando hablan a sus fieles, pronostican confiados que la selección natural cubrirá este vacío, y que con ello se proporcionará una explicación naturalista global para la aparición de la vida.

El doctor Meyer cuenta una historia más precisa acerca de los tanteos para intentar comprender la estructura fundamental de la vida.

Los primeros discípulos progresistas de Darwin pensaban que como el agua procede de una mezcla de hidrógeno y oxígeno, siendo ambos diferentes del agua, quizá entonces la vida podría también emerger de alguna combinación de sustancias químicas simples. Aquel período, en el que se conocía mucho menos tanto acerca de la historia de la tierra como de la complejidad de la vida, fue un último y fugaz tiempo en el que esta ingenuidad fue posible. Sin embargo, hacia la década de 1920, un destacado pionero en los estudios acerca del origen de la vida, el ruso Aleksandr Oparin, escribió: «El problema de la naturaleza de la vida y el problema de su origen se han hecho inseparables». 

Esta observación infundió confianza a Meyer acerca de la dirección que su búsqueda estaba tomando.

Durante la primera mitad del siglo 20, a pesar del bombo publicitario que se daba a la promesa de simular la vida en el laboratorio, los científicos se veían crecientemente frustrados por sus fracasos. Cosa irónica, o quizá no tan irónica, al mismo tiempo iban acumulándose los avances en biología molecular y en la comprensión de la herencia genética.

Retrotrayéndonos a la década de 1860, Gregor Mendel, experimentando con sus icónicos guisantes, realizó el descubrimiento original de los rasgos hereditarios característicos. Los conocimientos que él aportó junto con la ayuda de modernas tecnologías como los rayos X y ultrasonidos en el siglo 20 posibilitaron imágenes crecientemente más nítidas del interior de la célula. Y el paisaje en el interior de la célula involucra toda una variedad de moléculas, estructuras proteínicas como las mioglobinas, configuraciones contorsionadas, extrañas, tridimensionales recordando a Jackson Pollock. Hay también centrosomas, orgánulos y una asombrosa batería de otras estructuras bioquímicas.

En 1953, Watson y Crick descubrieron la estructura en hélice de la molécula de ADN que reside en el núcleo de la célula. En palabras de Meyer: «Las secuencias de bases de nucleótidos en el ADN y las secuencias de los aminoácidos en las proteínas son sumamente improbables, y por ello tienen una gran capacidad de almacenamiento de información», Esto es, cuanto más largas y más complicadas sean estas cadenas bioquímicas, tanta más información llevan; y, correspondientemente, se hace menos probable que estas cadenas bioquímicas funcionales llegaran a existir por azar.

Además, el doctor Meyer nos informa que la construcción de una célula funcional demanda más que sólo la información genética que se acaba de mencionar aquí. «También hubiera necesitado, como mínimo imprescindible, de un conjunto de proteínas y moléculas de ARN preexistentes —polimerasas, ARNs de transferencia» y muchos otros ingredientes.

Además, la construcción de la arquitectura de una célula «hubiera exigido otros componentes preexistentes».

Meyer calcula que «las probabilidades de conseguir siquiera una sola proteína funcional de longitud modesta (150 aminoácidos) por azar de una sopa prebiótica no son superiores a 1 en 10164».

Cuando consideramos que en el universo conocido hay 1080 partículas, parece que las probabilidades para la construcción al azar de una proteína son prácticamente cero. Su trabajo como geofísico familiarizó a Meyer con las computadoras y la nanotecnología de sus capacidades de almacenamiento de información codificada digital. Esta experiencia lo abrió a la realidad de que estos procesos existen dentro de la arquitectura microscópica de la célula, donde la información genética también se transfiere, indexa y almacena para un uso posterior.

La tesis de Meyer es que el azar no es capaz de producir estas moléculas bioquímicas con una organización funcional tan armónica. Esta disposición tan improbable la designa como «complejidad especificada», un concepto que toma prestado del matemático y filósofo William Dembski.

Sin embargo, los materialistas darwinistas arguyen que fuerzas naturales como el viento y la erosión han producido accidentalmente la majestuosa arquitectura del Gran Cañón, de modo que, ¿por qué no pueden fuerzas naturales de alguna clase producir la arquitectura de la célula?

Cierto, unas fuerzas naturales y carentes de inteligencia produjeron el Gran Cañón. Pero son incapaces de producir las armonías orquestadas, especificadas y complejas de La Suite del Gran Cañón de Ferde Grofé. O bien, para ofrecer una comparación más cercana en lenguaje, comparemos el Dr. Seuss y Finnegans Wake. Mientras que la primera obra es repetitiva y predecible, la segunda está abundantemente repleta de contexto lleno de sentido, aunque superficialmente pueda parecer desorganizada.

Este conocimiento llevó a Meyer a plantear la pregunta fundamental: «¿Cuál es el mejor candidato como principio explicativo fundamental, aquello de lo que procede en último término la complejidad especificada o información? ¿La mente, o la materia?»

Meyer responde: «Nuestra experiencia uniforme constata que las mentes tienen la capacidad para producir información especificada». Los procesos materiales no inteligentes no tienen tal capacidad. Por tanto, el diseño inteligente «constituye una inferencia a la mejor explicación».

En una encantadora sección titulada «Cambridge, moderno y antiguo», Meyer visita los lugares en Cambridge donde trabajaron científicos pioneros. Destacado entre estos estaba Isaac Newton, que planteaba esta cuestión: «¿Cómo llegaron a ser los cuerpos de animales inventados con tanto artificio? ... ¿Fue acaso el ojo inventado sin conocimiento de la óptica, y el oído sin conocimiento de los sonidos?» Meyer se hace eco de estos sentimientos al preguntar: ¿Cómo pudieron sobrevivir los genes y las proteínas, y mucho menos reproducirse, antes que llegase a existir «el extraordinariamente complejo contexto organísmico cuando parece que sólo pueden funcionar en el seno del mismo?»

Teorías materialistas como la evolución no pueden ni empezar a explicar esta planificación tan de arriba abajo. Una vez más, la única causa conocida de estos sistemas de información tan dependientes de un contexto es una mente con conocimiento y previsión.

De hecho, en el Cambridge antiguo, la idea de que la naturaleza es producto de una mente con propósito proporcionó el crisol en el que se desarrolló la ciencia. Pero, a lo largo de los últimos 200 años, este punto de vista ha sido resistido por los pensadores del Cambridge moderno. Insisten en que, por cuanto el «designio» es una mera creencia religiosa, no es susceptible de falsación; por tanto, es acientífica. Aunque, inmediatamente después de pronunciar esta sentencia, estos críticos comenzaron a acumular argumentos en un intento de falsar el concepto del designio.

Uno de estos argumentos gira en torno a la idea de que el diseño inteligente sugiere una interdicción, una «carga frontal» de la naturaleza que viola la regularidad de las leyes naturales. Y, según se desarrolla el argumento, si Dios o alguna entidad es responsable de tal violación, esto meramente nos lleva a la pregunta de «¿Quién hizo a Dios?»

De nuevo rechazando el consejo que le habían dado en Cambridge de recurrir al bluf, Meyer responde a todas estas cuestiones de forma transparente y exhaustiva.

La primera cuestión la resuelve argumentando que las explicaciones científicas se apoyan con frecuencia en la discontinuidad de las leyes naturales a fin de explicar algo que se observa en la actualidad. Por ejemplo, Meyer observa que la altura excepcional del Himalaya es resultado de unos factores excepcionales, no observados en ninguna otra parte en tales episodios geológicos. El origen materialista de la vida también recurre a un suceso singular, no a una ley general, para explicar cómo se formó la primera célula viviente.

La pregunta «¿Quién hizo a Dios?» es también refutada por Meyer. Observa Meyer que las explicaciones materialistas mismas tienen finalmente que descansar sobre suposiciones. Por ejemplo, ¿quién o qué hizo la gravedad junto con las sustancias químicas, las partículas y sus afinidades sobre las que descansan las explicaciones materialistas?

Como concluye Meyer: «Todas las explicaciones causales tienen que finalizar en último término con entidades explicativas que no requieren ellas mismas explicación por referencia a nada más fundamental o primario».

Aceptar supuestos materialistas y luego rechazar supuestos de designio constituye una forma de razonamiento especioso, como observa Meyer.

Stephen Meyer ha escrito un libro seminal que trata acerca de temas complejos de una forma sumamente atractiva. Construido en forma de una búsqueda científica, el libro acompaña al lector mientras Meyer va gradualmente dándose cuenta de adónde esto le está llevando. Así, por mucho que se compliquen las cosas, esta es una gran historia, repleta de anécdotas iluminadoras, y también de muchos dibujos para facilitar la comprensión de esta, la más trascendental de todas las búsquedas.





* Terry Scambray vive y escribe en Fresno, California.



Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Santiago Escuain 2011, por la traducción
© Copyright SEDIN 2011 para el formato electrónico - www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad. Usado con permiso del traductor para: www.culturacristiana.org

miércoles, 2 de febrero de 2011

La caja negra de Darwin

La caja negra de Darwin

Dr. Ray Bohlin


La caja negra de Darwin: La bioquímica de la célula

¿Qué tienen que ver entre sí las trampas para ratones, la biología molecular, la coagulación, las máquinas de Rube Goldberg y la complejidad irreducible? A primera vista, parecen tener poco o nada en común. Sin embargo, todos forman parte de un libro reciente de Michael Behe titulado Darwin's Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution (La caja negra de Darwin: El reto de la bioquímica a la evolución), de. Michael Behe es un profesor de biofísica de Lehigh University, en Pennsylvania, y su libro, publicado el verano pasado, ha estado causando un vendaval en círculos académicos desde que salió.

El monopolio que ha tenido el darwinismo de las ciencias biológicas durante décadas ya se ha visto debilitado en los últimos 30 años gracias al nuevo movimiento creacionista y, más recientemente, por el impulso de los teóricos del diseño inteligente. Pero el nuevo libro de Behe podría terminar por ser la paja que rompa la espalda del camello. Generalmente libros como éste son publicados por editoriales cristianas, o al menos editoriales seculares que son pequeñas y están dispuestas a correr un riesgo. Además, los libros creacionistas raramente se venden en librerías seculares o son reseñados en publicaciones seculares. La caja negra de Darwin ha logrado la atención de evolucionistas que no suelen estar acostumbrados a responder a ideas antievolucionistas en el ruedo académico. Personas como Niles Eldredge (American Museum of Natural History), Daniel Dennett, autor de Darwin's Dangerous Idea, Richard Dawkins, de Oxford University y autor de The Blind Watchmaker, Jerry Robison, de Harvard University, y David Hull, de University of Chicago, se han visto forzados a responder a Behe, sea por escrito o en persona.

En resumidas cuentas, la razón de toda esta atención es que reconocen abiertamente que Behe es, claramente, un científico acreditado de una institución acreditada y, por lo tanto, su argumento es más sofisticado que el que están acostumbrados a escuchar de los creacionistas. Dejando de lado los elogios moderados y ambiguos, dicen sin reservas que está completamente equivocado, pero han hecho un esfuerzo mucho mayor, en la literatura, desde el podio y en los medios electrónicos para explicar precisamente por qué piensan que está equivocado. Los creacionistas y los teóricos del diseño inteligente suelen ser descartados en el acto, pero no La caja negra de Darwin de Behe.

Lo que afirma simplemente Behe es que, cuando Darwin escribió El origen de las especies, la célula era una misteriosa caja negra. Podíamos verla por afuera, pero no teníamos ninguna idea de cómo funcionaba. En El origen Darwin dijo:

"Si pudiera demostrarse que existió algún órgano complejo que no pudiera haber sido formado de ninguna forma por numerosas, sucesivas y leves modificaciones, mi teoría se vendría abajo por completo. Pero no puedo encontrar ningún caso así".

En palabras sencillas, Behe ha encontrado un caso así. Behe dice que, al abrir la caja negra de la célula a lo largo de los últimos cuarenta años de investigación en biología molecular y celular, hay ahora numerosos ejemplos de máquinas moleculares complejas que tiran abajo completamente la teoría de la selección natural como una explicación abarcadora de los sistemas vivos. El poder y la lógica de sus ejemplos llevaron a la revista Christianity Today a designar a La caja negra de Darwin como su Libro del Año 1996. ¡Toda una distinción para un libro de ciencia publicado por un editor secular!

En este artículo estaré analizando unos pocos ejemplos de Behe y detallaré cómo ha estado reaccionando la comunidad científica ante este libro altamente interesante e influyente.

La complejidad irreducible y las trampas para ratones

Behe dice que los datos de la bioquímica indican fuertemente que muchas de las máquinas moleculares de la célula no podrían haber surgido de un proceso gradual de selección natural. En contraste, Behe dice que gran parte de la maquinaria molecular en la célula es irreduciblemente compleja.

Déjeme tratar primero este concepto de complejidad irreducible. En realidad, es un concepto bastante simple de entender. Algo es irreduciblemente complejo si está formado por varias partes, y cada parte es absolutamente necesaria para que funcione la estructura. La implicación es que este tipo de estructuras o máquinas irreduciblemente complejas no pueden ser construidas por la selección natural porque, en la selección natural, cada componente debe ser útil al organismo durante la construcción de la máquina. Behe usa el ejemplo de la trampa para ratones. Una trampa para ratones tiene cinco piezas que son absolutamente necesarias para que funcione. Si saca cualquiera de estas piezas, la trampa dejará de atrapar ratones.

La trampa debe tener una base sólida a la cual poder fijar las otras cuatro piezas, un martillo que aplaste al ratón, un resorte que dé al martillo la energía necesaria, una barra de retención que sostenga al martillo energizado por el resorte, y una traba a la cual esté fijada la barra de retención que sostiene al martillo en tensión por el resorte. En cierto momento, el movimiento de un ratón, atraído a la trampa por un sabroso pedazo de mantequilla de maní, hace que la barra de retención se corra de la traba, liberando al martillo para que caiga sobre el desprevenido animal.

Es bastante fácil imaginar una pérdida completa de la funcionalidad si uno quita cualquiera de estas cinco partes. Sin la base, las otras partes no pueden mantener la estabilidad adecuada y la distancia entre sí como para ser funcionales; sin el resorte o el martillo, no hay forma de atrapar al ratón; y sin la barra de retención y la traba, no hay forma de armar la trampa. Todas las partes deben estar presentes y deben tener una justificación para poder atrapar al ratón y para que la máquina siquiera funcione.

Uno no puede construir una trampa para ratones mediante la selección natural darwiniana. Supongamos que usted tiene una fábrica que produce las cinco piezas de la trampa para ratones, pero los usa para otros propósitos. Con el paso de los años, al cambiar las líneas de producción, las piezas sobrantes de los aparatos que ya no se fabrican se guardan en estantes del cuarto de almacenaje. Un verano, la fábrica es invadida por ratones. Si alguien se lo propusiera, podría ir al cuarto de almacenaje y comenzar a jugar con las piezas sobrantes, y tal vez podría llegar a construir una trampa para ratones. Pero esas piezas, por sí solas, nunca se ensamblarán espontáneamente para formar una trampa para ratones. Una pieza similar a un martillo podría caer accidentalmente de su caja a una caja de resortes, pero esto es inútil hasta que la totalidad de las cinco piezas estén ensambladas para que puedan funcionar juntas. La naturaleza haría una selección contraria a la producción continua de las partes sueltas si no están produciendo un beneficio inmediato al organismo.

Michael Behe simplemente dice que hemos aprendido que varias de las máquinas moleculares de la célula son tan irreduciblemente complejas como una trampa para ratones y, por lo tanto, son igualmente incapaces de ser construidas por la selección natural.

El poderoso cilio

Uno de los ejemplos de Behe es el cilio. Los cilios son pequeñas estructuras de forma de cabello en la parte exterior de las células que ayudan a mover un fluido por encima de la célula estacionaria -como las células de sus pulmones- o sirven como medio de propulsión de una célula a través del agua -como el paramecio unicelular. Suele haber muchos cilios en la superficie de una célula, y uno puede verlos batir al unísono, como una multitud haciendo la ola en un partido de fútbol.

Un cilio funciona como un remo en un bote a remos; sin embargo, como es una estructura capilar, puede doblarse. Hay dos partes en la operación de un cilio, la "brazada" de potencia y la de recuperación. La brazada de potencia comienza con el cilio prácticamente paralelo a la superficie de la célula. Con el cilio en una posición rígida, se levanta, anclado en su base a la membrana de la célula, y empuja el líquido hacia atrás hasta que se ha movido casi 180 grados con relación a su posición anterior. Para la brazada de recuperación, el cilio se dobla cerca de la base y el doblez se extiende a lo largo del cilio, pegándose a la superficie de la célula hasta que alcanza su posición extendida anterior, otra vez en un movimiento de 180 grados respecto de su posición original. ¿Cómo logra esta estructura microscópica capilar esto? Los estudios han mostrado que hay tres proteínas primarias necesarias, si bien se usan más de 200 otras.

Si hiciéramos un corte transversal de un cilio y lo fotografiáramos con un microscopio electrónico, veríamos que la estructura interna del cilio está compuesta por un par de fibras centrales rodeado por 9 pares adicionales de estas mismas fibras dispuestos en círculo. Estas fibras o microtúbulos son varillas largas y huecas formadas apilando la proteína tubulina. El arqueamiento de los cilios depende de los desplazamientos verticales realizados por estos microtúbulos.

El arqueamiento es causado por otra proteína que se extiende entre los pares de túbulos, llamada nexina. La nexina actúa como una especie de banda elástica conectora entre los túbulos. Al desplazarse verticalmente los microtúbulos, la banda elástica se tensa, los microtúbulos siguen desplazándose al arquearse. ¡Vaya! Sé que se está volviendo complicado, pero téngame un poco de paciencia. Los microtúbulos se deslizan entre sí gracias a la acción de una proteína motora llamada dineína. La proteína dineína también une a dos microtúbulos. Un extremo de la dineína permanece estacionario sobre un microtúbulo, mientras el otro extremo suelta al microtúbulo vecino y se vuelve a fijar un poco más arriba y tira abajo al otro microtúbulo.

Sin la proteína motora, los microtúbulos no se deslizan y el cilio simplemente permanece rígido. Sin la nexina, los túbulos se deslizarían entre sí hasta alejarse completamente, desintegrando al cilio. Sin la tubulina, no hay microtúbulos y no hay movimiento. El cilio es irreduciblemente complejo. Como la trampa para ratones, tiene todas las propiedades de diseño, y ninguna de las propiedades de la selección natural.

Coagulación de Rube Goldberg

Rube Goldberg era un caricaturista de principios de este siglo. Se hizo famoso por dibujar dispositivos estrafalarios que debían seguir muchos pasos aparentemente innecesarios a fin de lograr un propósito relativamente sencillo. Con los años, algunos evolucionistas han aludido a los sistemas vivos como máquinas de Rube Goldberg, como evidencia de su construcción mediante la selección natural en oposición a ser diseñados por un Creador. Se dice que cosas como el pulgar del oso panda y el funcionamiento intrincado de la gran variedad de orquídeas son estructuras artificiosas, que un creador inteligente seguramente habría encontrado una forma mejor de realizar.

Si nunca ha visto un dibujo de una máquina de Rube Goldberg, déjeme describirle uno tomado del libro de Mike Behe, La caja negra de Darwin. Este se titula "Rascador de picaduras de mosquito". El agua que cae de un techo termina en un tubo de desagüe y se acumula en un frasco. En el frasco hay un corcho que flota y va subiendo a medida que se llena el frasco. En el corcho hay una aguja insertada que con el tiempo sube lo suficiente como para pinchar un vaso de papel suspendido lleno de cerveza. La cerveza cae en forma de rocío sobre un pájaro cercano que se emborracha y cae de su plataforma sobre un resorte. El resorte impulsa al pájaro borracho hacia otra plataforma, donde el pájaro tira de una cuerda (sin duda porque la confunde por una lombriz en su estado intoxicado). La cuerda, al ser tirada, dispara un cañón debajo de un pequeño perro, asustándolo y haciendo que se dé vuelta y caiga sobre su espalda. Su respiración agitada hace subir y bajar un disco sobre su estómago que está fijado a una aguja colocada al lado de una picadura de mosquito en el cuello de un hombre, permitiendo rascar la picadura sin ninguna molestia para el hombre mientras habla con una mujer.

Bueno, esta máquina es, obviamente, más complicada de lo que necesita ser. Pero la máquina igual está diseñada y, como dice Behe, es también irreduciblemente compleja. En otras palabras, si uno de los pasos falla o está ausente, la máquina no funciona. Todo el dispositivo es inútil. Bueno, hay varios mecanismos moleculares en nuestro cuerpo que son muy similares a las máquinas de Rube Goldberg y, por lo tanto, irreduciblemente complejos. Uno es la cascada de coagulación. Cuando usted se hace un corte en el dedo, ocurre algo asombroso. Inicialmente, comienza a sangrar, pero si usted lo deja solo, luego de unos pocos minutos deja de salir sangre. Se ha formado un coágulo, brindando una malla de proteínas que inicialmente atrapa las células de la sangre y termina por cerrar la herida completamente, impidiendo que el plasma salga también.

Este procedimiento aparentemente sencillo involucra más de una docena de diferentes proteínas con nombres como trombina, fibrinógeno, Navidad, Stuart y acelerina. Algunas de estas proteínas participan en la formación del coágulo. Otras son responsables de regular la formación del coágulo. Las proteínas reguladoras son necesarias porque usted solo quiere tener coágulos formándose en el lugar de una herida, y no en medio de arterias con sangre. Todavía otras proteínas tienen la tarea de quitar el coágulo una vez que ya no es necesario. El cuerpo necesita eliminar también el coágulo cuando ha excedido su tiempo útil, pero no antes.

Ahora es fácil ver por qué algunas personas, cuando consideran la cascada de la coagulación, se preguntan si el Creador no podría haber ideado algo más sencillo. Pero eso supone que entendemos completamente el sistema. Tal vez sea absolutamente necesario que sea así. Además, esto no disminuye de ninguna forma el hecho de que aun una máquina de Rube Goldberg está diseñada, como parece ocurrir con el sistema de coagulación de la sangre.

El silencio y la reacción de la evolución molecular

Claramente, la complejidad irreducible inherente en muchos sistemas bioquímicos no solo excluye la posibilidad de que evolucionaron mediante la selección natural darwiniana, sino en realidad sugiere la fuerte conclusión de que algún tipo de diseño inteligente es necesario. Behe establece un punto significativo al reconocer que los datos que sugieren un diseño inteligente no significan necesariamente que uno sepa quién es el diseñador. Inferir que el diseño inteligente está presente es una conclusión científica razonable. Los astrónomos planetarios, por ejemplo, dicen que podremos distinguir una señal de radio del espacio que fue enviada por una civilización inteligente del ruido de radio circundante, aun cuando inicialmente no la comprendamos y no sepamos quién la envió.

Sin embargo, la asombrosa complejidad de la célula ha pasado mayormente sin percibir y sin reportar entre el público en general. Hay un silencio embarazoso. Behe especula sobre el motivo. Dice:

"¿Por qué la comunidad científica no recibe ávidamente su asombroso descubrimiento? ¿Por qué se maneja la observación de diseño con guantes intelectuales? El dilema es que, mientras un lado del elefante es denominado diseño inteligente, el otro lado podría llamarse Dios" (pág. 233).

Esto podría ayudar a explicar otra curiosa omisión que destaca Behe, la falta casi total de literatura científica que intente describir cómo los sistemas moleculares complejos podrían haber surgido mediante la selección natural darwiniana. El Journal of Molecular Evolution fue creado en 1971, dedicado a explicar cómo llegó a existir la vida en el nivel molecular. Uno esperaría encontrar estudios que analicen el origen de complejos sistemas bioquímicos en esta revista. Pero, en realidad, ninguno de los artículos publicados en JME a lo largo de todo el curso de su vida como revista ha siquiera propuesto el origen de un solo sistema bioquímico complejo en un proceso darwiniano gradual.

Además, Behe agrega:

"La búsqueda puede ser ampliada, pero los resultados son los mismos. Nunca ha habido una reunión, un libro o un ensayo sobre los detalles de la evolución de sistemas bioquímicos complejos." (pág. 179)

El argumento sofisticado de Behe ha conseguido la atención de muchos dentro de la comunidad científica. Su libro ha sido reseñado en las páginas de Nature, Boston Review, Wall Street Journal y en muchos sitios de Internet. Si bien algunos han confrontado auténticamente las ideas y han ofrecido refutaciones serias, la mayoría se ha apoyado en la autoridad darwiniana y ha dicho que Behe es simplemente perezoso o no ha dado al sistema evolucionista el tiempo suficiente. Jerry Coiné, en Nature (19 September 1996, pp. 227-28), lo expresó de esta forma:

"No hay duda de que los caminos descritos por Behe son sobrecogedoramente complejos, y su evolución será difícil de desentrañar. A diferencia de las estructuras anatómicas, cuya evolución puede trazarse en los fósiles, la evolución bioquímica debe ser reconstruida a partir de organismos vivos muy evolucionados, y tal vez nunca podamos imaginar los primeros protocaminos. Sin embargo, no es válido suponer que, porque un hombre no pueda imaginar dichos caminos, estos no puedan haber existido."

Pero ese es precisamente el punto. No se trata de un hombre, sino de toda la comunidad bioquímica que no ha logrado dilucidar un camino específico que conduzca a un sistema bioquímico complejo.

Recomiendo calurosamente el libro de Behe. Su impacto se sentirá por muchos años.

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Traducción: Alejandro Field