martes, 6 de septiembre de 2011

La fe, ¿apoya u obstaculiza la razón?

David H. Rogstad

En el número de abril de 2008 de la revista Nature, un artículo de Philip Ball explica cómo, desde su punto de vista, la ciencia moderna comenzó en el “siglo XII... varios cientos de años antes que lo que hemos imaginado”, mediante un rompimiento con la teología del cristianismo medieval, que emergía de la oscuridad de la Edad Media. En sus palabras, “los arquitectos de esta nueva filosofía [una cosmovisión naturalista] intentaron reconciliar su perspectiva con el penetrante sentimiento religioso de la Edad Media. Pero, al hacerlo, abrieron el cisma entre la fe y la razón que, desde entonces, se ha agrandado hasta llegar a una sima”. Luego describe esta tensión creciente describiendo varios aportes científicos hechos en los días previos al Iluminismo y cómo fueron resistidos por las instituciones religiosas. 

Cerca del final de su artículo, Ball sostiene: 

“Progresivamente, se encontró que este conocimiento tenía un poder explicativo tal que, más que racionalizar la teología, competía con ella. La fisura consiguiente entre la fe y la razón han dejado ahora a las religiones tradicionales en una situación tan comprometida que corren el riesgo de ser desplazadas por variedades más ingenuas y dogmáticas”. 

No me siento calificado para discutir el cuadro que pinta Ball, excepto para decir que, basado en mi impresión a partir de la lectura de obras de algunos historiadores de la ciencia, como Stanley Jaki en The Savior of Science, Rodney Stark en The Victory of Reason o Alister McGrath en Science & Religion: An Introduction, el cristianismo aportó mucho más a la revolución científica que lo que él le atribuye. 

Independientemente de cómo pueda finalizar ese argumento, hay otro camino que me gustaría seguir aquí. Suponga que Ball tiene razón y la verdadera ciencia comenzó cuando los pensadores medievales pudieron liberarse de las cadenas de una cosmovisión teísta para seguir una cosmovisión naturalista. Entonces, me parece justo preguntar, como lo ha hecho Ken Samples en su artículo “La histórica alianza entre el cristianismo y la ciencia”, si una cosmovisión naturalista brinda los supuestos necesarios para sostener un esfuerzo científico continuo. ¿O acaso esos primeros científicos, al igual que los científicos hoy, están usando los supuestos de una cosmovisión teísta? 

Según el naturalismo, el mundo es producto de procesos ciegos y sin propósito. Nosotros, junto con nuestra capacidad de razonamiento, somos finalmente el resultado de un accidente. Entonces, ¿cómo explica el naturalismo cosas como el método científico, los supuestos acerca de la uniformidad de una naturaleza regida por leyes, o el razonamiento abstracto y las leyes de la lógica? ¿Cómo podemos tener alguna confianza en nuestros procesos de razonamiento si la mente es un mero accidente de la naturaleza? En palabras de C. S. Lewis tomadas de su colección de artículos God in the Dock: 

“No veo ninguna razón para creer que un accidente pueda darme una descripción correcta de todos los demás accidentes. Es como esperar que la forma accidental que toma la salpicadura cuando uno vuelca una jarra de leche me dé una descripción correcta de cómo está hecha la jarra y por qué se volcó”. 

El físico teórico agnóstico y autor popular Paul Davies es más sincero que la mayoría al reconocer el papel que juega una cosmovisión teísta en la ciencia (según se lo cita aquí): 

“La gente da por sentado que el mundo físico es ordenado e inteligible. El orden subyacente en la naturaleza –las leyes de la física– se aceptan simplemente como algo dado, como hechos brutos. Nadie pregunta de dónde vinieron; al menos, no lo hacen cuando están con ciertas personas. Sin embargo, aun el científico más ateo acepta como un acto de fe que el universo no es absurdo, que existe una base racional para la existencia física que se manifiesta en un orden en forma de leyes de la naturaleza que es, al menos en parte, comprensible para nosotros. Así que la ciencia sólo puede seguir adelante si el científico adopta una cosmovisión esencialmente teológica”. 

Al final, debemos responder la pregunta planteada por Ken Samples, “¿Es más razonable creer que el universo vino a existir de la nada mediante la nada o que, como dice la Biblia: ‘En el principio creó Dios los cielos y la tierra’?”. 

Traducción: Alejandro Field

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