viernes, 1 de julio de 2011

¿Cómo puede ser purificado un corazón de modo que podamos amar?



Como vimos en la entrada anterior, el deber del amor en la Biblia presupone un cambio de corazón. Hasta que el corazón sea llevado a su estado original, cuando el hombre se deleitaba en tener comunión con Dios, en cumplir Su voluntad, el obstáculo para el amor bíblico no ha sido removido. Pero ¿cómo puedo un hombre limpiar mi corazón? ¿Cómo puede alcanzar esa pureza de alma de la que habla la Biblia? Precisamente ahí radica la gravedad del problema, que nadie puede hacerlo por sí mismo.
En Job 14:4 Job se pregunta: “¿Quién hará limpio lo inmundo?” Y él mismo responde: “Nadie”. Y en un tono similar el profeta Jeremías se pregunta:“¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer el bien estando habituados a hacer mal?” (Jer. 13:23). Pero ni Job ni Jeremías fueron tan directos como el Señor Jesucristo en Mt. 12:34: “¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos?” No podemos esperar que una víbora actúe como un cordero, a menos que sea transformada en un cordero.
Y ¿cómo puede hacerse eso? ¿Cómo podemos hacer que una serpiente se convierta en una oveja? 1Pedro 1:22 nos da la respuesta: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”.
Los lectores a quienes Pedro escribe habían aceptado por fe las enseñanzas del evangelio como la verdad de Dios y de ese modo se hicieron partícipes de la obra purificadora del Espíritu Santo. En Hch. 15:9, cuando Pedro tiene que dar testimonio en el Concilio de Jerusalén de la obra de salvación que Dios había hecho entre los gentiles, dice en un momento de la discusión que Dios no había hecho ninguna diferencia en la forma como obró en los judíos y como obró en estos gentiles: “Y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones”.
Debemos abrazar de todo corazón la verdad de Dios, comenzando con la demanda del evangelio de arrepentirnos y creer en Cristo para el perdón de nuestros pecados; y eso producirá en nosotros pureza moral. Y en la misma medida en que seguimos transitando por ese camino de verdad por medio de la fe, en esa misma medida continuará obrando en nosotros esa labor purificadora del Espíritu de Dios.
La palabra que Pedro usa en el texto y que RV traduce como “obediencia” es un sustantivo compuesto por hupoque significa “debajo de” y akouo que significa “escuchar”; la idea de la palabra es “escuchar atentamente a un pronunciamiento autoritativo para someterme entonces en obediencia”. Cuando un pecador viene a Cristo en arrepentimiento y fe, con la disposición de entregarle su vida por entero para hacer Su voluntad y no la suya propia, lo que ese individuo está haciendo es abrazando la verdad, aceptando con sumisión el pronunciamiento autoritativo de Dios.
“Es verdad que yo soy pecador; es verdad que yo no soy Dios y que no debo vivir para mí mismo; es verdad que Cristo es el Hijo de Dios encarnado; es verdad que Él murió en una cruz para salvar a Su pueblo de sus pecados; es verdad que Su voluntad es buena, agradable y perfecta, y que lo único sensato e inteligente que puedo hacer es vivir de la manera que Él ha revelado en Su Palabra. Por eso, en vez de seguir luchando contra Él voy a rendirme a Él”.
Abrazar el evangelio no es otra cosa que obedecer la verdad tal como Dios la ha revelado en Su Palabra; rechazarlo es tomar la decisión de seguir viviendo una mentira. Y el que vive en la mentira continuará sumido en un proceso de decadencia y corrupción, porque las ideas tienen consecuencias. Creer la verdad y abrazarla de todo corazón tendrá una influencia purificadora en nosotros; creer una mentira y vivir conforme a ella obrará a la inversa. La verdad purifica, la mentira contamina y corrompe.
En Jn. 8:44 el Señor dice de Satanás que es un mentiroso y homicida; esas son las dos características esenciales del enemigo de nuestras almas. Él miente y destruye; pero lo que quiero resaltar aquí es la conexión tan estrecha que existe entre estos dos aspectos de su carácter: él miente para destruir; la mentira es el instrumento que él usa para destruir.
Satanás es un embaucador; todos sus negocios son fraudulentos. Todas las mercancías que él vende, no sólo son engañosas sino también peligrosas. Ninguna de sus ideas es inocente. Todas llevan consigo un poderoso germen corruptor y destructor. Todo lo que él hace por ti tiene un precio y algún día te cobrará todos los placeres pecaminosos que ha usado para seducirte y que tú voluntariamente has aceptado. ¿O es que piensas acaso que esos placeres son gratuitos, que Satanás te los provee porque te ama y quiere que tengas un buen tiempo aquí?
Si piensas así, aunque sea inconscientemente, es porque no leíste las letras pequeñas del contrato, porque lo cierto es que pagarás por cada uno de esos placeres pecaminosos hasta el último centavo. Tarde o temprano todo placer pecaminoso produce consecuencias, no sólo en esta vida, sino también en la venidera.
La buena noticia es que Dios ha provisto un medio para purificar nuestras almas; Él envió a Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, quién murió en una cruz para pagar por los pecados de Su pueblo y ahora ofrece en el evangelio perdón y purificación por medio de la fe en Él. Ese es el mensaje que el Espíritu Santo usa como instrumento para salvar a los pecadores y transformar sus corazones. Por eso es que la predicación de las Escrituras juega un papel tan trascendental en la salvación de las almas.
Comp. vers. 23-25. La purificación que Pedro está presentando aquí es la obra del Espíritu Santo en nosotros, usando como instrumento la verdad de Dios revelada en Su Palabra. Pablo dice en Tito 3:5 que el Señor “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiésemos hecho, sino por Su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”. Sólo el Espíritu Santo puede efectuar una obra de esa magnitud en nuestro ser interior; y Él lo hace usando Su Palabra como instrumento.
Y ¿cuál es la consecuencia a nivel horizontal que tendrá en nosotros esa obra de purificación? Es precisamente a este punto donde Pedro quiere llevarnos. Porque nuestras almas han sido purificadas, ahora podemos y debemos amarnos unos a otros: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”.
Pero eso lo ampliaremos en nuestra próxima entrada, Dios mediante.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia. Con permiso del escritor para www.culturacristiana.org

Mártires y perseguidores


Mártires y perseguidores

Mártires y perseguidores
Mártires y perseguidores, Alfonso Ropero, Editorial Clie, c/ Ferrocarril 8, 08232 Viladecavalls, Barcelona, 541 páginas.


Aquí tenemos de nuevo a Alfonso Ropero. Lo di a conocer a los lectores de Protestante Digital cuando el pasado mes de marzo comenté el libro HISTORIA GENERAL DEL CRISTIANISMO, escrito a medias con John Fletcher Hurst. Añado aquí que la obra de Ropero, en su conjunto, es perfectamente asimilable. No es complicada, ni difícil, ni incomprensible, ni hermética.

Decía hace poco Emilio Lledó que pensar es establecer relaciones lógicas, racionales, entre cosas, sucesos, instituciones y hacer que esas relaciones tengan sentido y coherencia. De ese su retiro casi conventual en un lugar de La Mancha Ropero no hace otra cosa que pensar. Pensar y convertir en palabras y en libros las ideas que su pensamiento producen. Su condición de pensador ha sido ampliamente reconocida. Tiene fichas biográficas en el DICCIONARIO DE PENSADORES DE CASTILLA –LA MANCHA y en el DICCIONARIO DE PENSADORES CRISTIANOS, de la Editorial Verbo Divino.

Por lo que explica su autor, la génesis de este libro se encuentra en las noticias “cada vez más frecuentes sobre la intolerancia religiosa, asesinatos de misioneros, quemas de iglesias y ataques a comunidades cristianas”. Todo esto le ha llevado a recordar las persecuciones y muertes que sufrieron mártires del pasado; en realidad desde el primer siglo de nuestra era y aún antes, en vida de Jesús, como nos ilustran los cuatro Evangelios.

El temario del libro recorre y recoge ocho siglos de persecuciones, torturas y muertes, desde Jesús hasta Mahoma.

Aunque solemos referirnos a Jesús como el mártir del Calvario, la expresión no es correcta. El vocablo fue introducido por el Papa Benedicto XIV en el siglo XVIII, cuando se reservó la canonización y clasificación de los que la Iglesia católica consideraba santos y mártires. En toda la Biblia la palabra mártir aparece sólo una vez, en plural, en Apocalipsis 17:6: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de los mártires de Jesús”. Tales mártires fueron cristianos que murieron en los primeros años de nuestra era. Roma, la metrópolis de la idolatría, se convirtió en perseguidora de los seguidores de Jesús, embriagándose con la sangre de los que fueron hermanos nuestros, probablemente en tiempos de Nerón.

Es creencia común, y así lo asume Ropero en el primer capítulo del libro, que Esteban fue el primer mártir en derramar su sangre en defensa de la fe cristiana (Hechos capítulo 7).

Esteban, no Cristo. Cristo no fue un mártir en el sentido estricto del término. Al mártir le quitan la vida sus enemigos. Cristo la ofreció voluntariamente, siguiendo el vaticinio de los profetas: así lo afirmó: “Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18).

El libro de Ropero se estructura en torno a cinco grandes capítulos y dos apéndices.

En el primer capítulo analiza en profundidad las causas y la teología del martirio, los mártires antes del cristianismo , desde Abel a los profetas, las confrontaciones entre cristianismo y judaísmo, las persecuciones romanas, de las que se ha escrito mucho. Aquellos mártires, dice el autor, fueron héroes de la milicia cristiana caídos en combate contra las fuerzas del mal. Fueron ejemplos para las futuras generaciones.

El segundo capítulo de la obra está reservado a los apóstoles de Jesucristo. Las fichas biográficas que escribe Ropero de éstos hombres, desde Simón Pedro a Matías, coloca a los apóstoles en primer plano de la historia novotestamentaria. Carlyle decía que una vida bien escrita es casi tan rara como una vida bien vivida. Ropero escribe bien y ofrece aspectos poco conocidos del grupo apostólico.

El autor retoma la historia de los primeros mártires del cristianismo en el capítulo siguiente. Lo que hizo al escribir sobre los apóstoles lo aplica aquí a los emperadores romanos , desde el primero al último de éstos monstruos. La gran ofensiva anti cristiana desencadenada por Diocleciano cuando amanecía el siglo IV fue brutal. “Un nuevo e incontable ejército de mártires –escribe Ropero- se formó en cada provincia, especialmente África, Mauritania, la región de Tebaida y Egipto”.

La calma y una relativa paz para los cristianos llegarían a partir del año 313, con el famoso edicto de Milán, que otorgaba libertad religiosa a los cristianos. En mi opinión, resulta difícil conciliar la supuesta conversión de Constantino al cristianismo con los crímenes que ordenó años después, en el 326, en los que incluyó a su propio hijo, Crispo, y a su esposa Fausta, acusada de adulterio.

El último capítulo de MÁRTIRES Y PERSEGUIDORES, que tiene como subtítulo HISTORIA GENERAL DE LAS PERSECUCIONES (SIGLOS I-X), se dedica íntegramente al Islam. Desde la aparición pública de Mahoma hasta las guerras entre cristianos y musulmanes. Guerreros, profanadores y mártires hubo por ambas partes.

Cuando Alfonso Ropero firma el último párrafo de la introducción al libro escribe estas luminosas y verdaderas palabras: “La historia de los mártires, con su lección de desprendimiento voluntarioso, puede ayudar a corregir una tendencia cada vez más peligrosa en una cristiandad que ha confundido el brillo del éxito con la gloria de la cruz, y que ha olvidado la vieja máxima de que “sin cruz no hay corona”, seducidos por una mal llamada “teología de la prosperidad”.

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