lunes, 25 de abril de 2011

Proceso a Darwin - Capítulo 6 La secuencia de los vertebrados

Capítulo 6
La secuencia de los vertebrados


L

os darwinistas afirman que los anfibios y los peces modernos descendieron de un pez ancestral; que los reptiles descendieron de un antecesor anfibio; y que las aves y los mamíferos descendieron por separado de antecesores reptiles. Finalmente, dicen que los seres humanos y los simios modernos tuvieron un antecesor simio común, del que descendieron los humanos modernos a través de intermedios transicionales que han sido identificados de forma positiva. Según Gould, los fósiles en las transiciones reptil a mamífero y simio a hombre proveen una confirmación decisiva del «hecho de la evolución».

Antes de pasar a las pruebas, he de imponer una importante condición que de cierto pondrá muy incómodos a los darwinistas. Esta condición es que la evidencia ha de ser valorada con independencia de cualquier suposición acerca de la veracidad de la teoría que se está sometiendo a ensayo.

La paleontología, como vimos en el Capítulo Cuatro, ha adoptado la descendencia darwiniana como una certidumbre deductiva y ha intentado revestirla de detalles más bien que someterla a prueba. El éxito de los expertos en fósiles que estudian la evolución ha venido a significar el éxito en la identificación de antepasados, lo que provee un incentivo para establecer criterios que permita la identificación de antepasados. Gareth Nelson, del Museo Americano de Historia Natural, ha expresado en lenguaje llano lo que esto ha venido a significar en la práctica:

«Hemos de tener algunos antepasados. Tomaremos éstos.» ¿Por qué? «Pues porque sabemos que han de estar ahí, y éstos son los mejores candidatos.» Así es a grandes rasgos como la cosa ha funcionado. Y no exagero nada.

Evidentemente, los «antepasados» no pueden confirmar la teoría si han sido designados como tales sólo porque la teoría les decía a los investigadores que los antepasados habían de estar ahí.

Examinemos ahora la secuencia vertebrada.

De peces a anfibios

La historia que se ha de someter a prueba es que una especie de peces desarrolló la capacidad de salir del agua y de desplazarse sobre tierra, evolucionando mientras, de manera más o menos sincrónica, el peculiar sistema reproductor de los anfibios y otros rasgos de los mismos. No se ha identificado ninguna especie de peces fósiles como antecesora de los anfibios, pero hay un orden extinto de peces conocido como los ripidistios, que los darwinistas describen frecuentemente como un «grupo ancestral». Los ripidistios tienen rasgos esqueléticos parecidos a los de los primitivos anfibios, incluyendo huesos que parecen que podrían haber evolucionado a piernas. Pero según el extenso libro de texto de Barbara J. Stahl, Vertebrate History, «ninguno de los peces conocidos es considerado como directamente ancestral de los más primitivos vertebrados terrestres. La mayoría de ellos vivieron después de la aparición de los primeros anfibios, y los que vinieron posteriormente no muestran evidencia alguna de desarrollar los firmes miembros y costillas que caracterizaron a los primitivos tetrápodos.»

En 1938 unos pescadores capturaron en el Océano Índico un celacanto, un antiguo pez que se creía que estaba extinto desde hacía unos setenta millones de años. Muchos paleontólogos consideraron que el celacanto estaba estrechamente relacionado con los ripidistios, y de esta manera se esperaba que un espécimen vivo arrojaría luz sobre las partes blandas de los inmediatos antecesores de los anfibios. Pero cuando se diseccionó el moderno celacanto, sus órganos internos no mostraron ninguna señal de estar preadaptado para un medio terrestre y no dieron indicación alguna de cómo podría ser que un pez se transformase en anfibio. La experiencia sugiere que un pez ripidistio podría ser igualmente frustrante para los darwinistas si se pudiesen examinar las partes blandas de su cuerpo.

Anfibios a reptiles

No existen candidatos satisfactorios para documentar esta transición. Hay anfibios fósiles llamados Seymouria que tienen algunas características esqueléticos reptilianas, pero aparecen demasiado tardíamente en el registro fósil y la evidencia reciente indica que eran verdaderos anfibios. En todo caso, la transición es de tal tipo que sería difícil de confirmar con fósiles, porque la diferencia más importante entre anfibios y reptiles involucra las partes blandas no fosilizadas de sus sistemas reproductivos. Los anfibios ponen sus huevos en el agua y las larvas sufren una complicada metamorfosis antes de llegar a la etapa adulta. Los reptiles ponen un huevo con una dura cáscara y los jóvenes son réplicas perfectas de los adultos ya al salir del cascarón. No existe explicación alguna de cómo un anfibio pudiera haber desarrollado un modo reptiliano de reproducción mediante descendencia darwiniana.

Reptiles a mamíferos

Llegamos por fin a la joya de la corona de la evidencia fósil para el darwinismo, los famosos reptiles mamiferoides citados por Gould y muchos otros como prueba concluyente. El gran orden Therapsida contiene muchos fósiles con rasgos esqueléticos que parecen intermedios entre los de los reptiles y los de los mamíferos. En la frontera, los reptiles y los mamíferos fósiles son difíciles de distinguir. El criterio usual es que un fósil es considerado de reptil si su mandíbula contiene varios huesos, de los que uno de ellos, el articular, se conecta con el hueso cuadrado del cráneo. Si la mandíbula inferior se compone de un solo hueso dentario, conectándose con el hueso escamosal del cráneo, el fósil es clasificado como mamífero.

En este rasgo crítico de la estructura de la mandíbula, y en algunos otros rasgos, varios «Terápsidos» se aproximan tanto a los rasgos de los mamíferos que en algunos casos podrían razonablemente clasificarse como bien reptiles, bien mamíferos. La vívida descripción de Gould expone la importancia de este hecho:

La mandíbula inferior de los reptiles contiene varios huesos, y la de los mamíferos sólo uno. Las mandíbulas no mamíferas quedan reducidas, paso a paso, en los antecesores no mamíferos, hasta que llegan a ser diminutas protuberancias situadas en la parte posterior de la mandíbula. Los huesos «martillo» y «yunque» del oído mamífero son descendientes de estas protuberancias. ¿Cómo pudo conseguirse esta transición?, preguntará el creacionista. Desde luego, un hueso está o bien del todo en la mandíbula o en el oído. Sin embargo, los paleontólogos han descubierto dos linajes transicionales de Terápsidos (los llamados reptiles mamiferoides) con una doble articulación de mandíbula —una compuesta de los viejos huesos cuadrado y articular (que pronto se han de transformar en el martillo y el yunque), y la otra de los huesos escamoso y dentario (como en los mamíferos modernos).


Podemos conceder la declaración estricta de Gould, pero su pretensión más amplia de que con ello queda establecida la transición de reptil a mamífero es cosa muy distinta. Han existido seres con una estructura del hueso craneano de carácter intermedio entre la de los reptiles y mamíferos, y por ello es posible la transición con respecto a este rasgo. Por otra parte, hay muchos rasgos importantes por los que los mamíferos difieren de los reptiles además de la mandíbula y de los huesos del oído, incluyendo los importantísimos sistemas reproductores. Como vimos en otros ejemplos, la convergencia en rasgos esqueléticos entre dos grupos no señala necesariamente a una transición evolutiva.

Douglas Futuyma hace una confiada declaración acerca de los Terápsidos que en realidad revela cuán ambiguos son los fósiles terápsidos. Escribe él que «la transición gradual de los reptiles terápsidos a mamíferos está tan abundantemente documentada por docenas de especies en todas las etapas de transición, que se hace imposible decir qué especies terápsidas fueron los verdaderos antecesores de los modernos mamíferos». Pero una gran cantidad de candidatos disponibles sólo es un punto positivo si se pueden situar en una sola línea de descendencia que pueda realmente llevar de una especie concreta de reptil a un descendiente mamífero primitivo determinado. La presencia de similitudes en muchas especies diferentes ajenas a cualquier posible línea ancestral sólo llama la atención al hecho de que las similitudes esqueléticas no implican necesariamente descendencia común. El concepto de que los mamíferos-en-general evolucionaron de los reptiles-en-general por medio de una amplia masa de diversas líneas terápsidas no es darwinismo. La transformación darwiniana demanda una línea singular de descendencia ancestral.

Parece que las cualidades mamiferoides de los Terápsidos estaban ampliamente distribuidas por todo el orden, en muchos y diferentes subgrupos que son mutuamente excluyentes como candidatos para antecesores de los mamíferos. Se puede construir una línea artificial de descendencia, pero sólo mezclando de manera arbitraria especímenes de diferentes subgrupos, y disponiéndolos fuera de su verdadera secuencia cronológica. Si nuestra hipótesis es que los mamíferos evolucionaron sólo una vez de los Terápsidos (punto éste al que volveré más adelante), entonces la mayor parte de los Terápsidos con características mamiferoides no fueron parte de una transición macroevolutiva. Si la mayoría de ellos no lo fueron, quizá no lo fue ninguno de ellos.

La tesis de que los Terápsidos son una cadena ancestral que vincula a los reptiles con los mamíferos sería mucho más persuasiva si la cadena se pudiese fijar a algo específico a ambos extremos. Desafortunadamente, unas importantes diferencias estructurales entre los tempranos mamíferos hacen igual de difícil escoger un mamífero específico como descendiente que tomar a alguno de los Terápsidos como antecesor específico. Esta desconcertante situación llevó a algunos paleontólogos a considerar una perturbadora teoría de que los mamíferos, que durante mucho tiempo fueron considerados como un grupo naturalmente «monofilético» (es decir, procedente de un antecesor mamífero común) eran en realidad varios grupos que habían evolucionado por separado a partir de diferentes líneas de terápsidos.

Convertir los mamíferos en un grupo polifilético haría de los Terápsidos unos antecesores más plausibles, pero sólo al coste inaceptable de minar el argumento darwinista de que las homologías de los mamíferos son reliquias de una descendencia común. Que los mamíferos evolucionasen más de una vez es una cuestión abierta por lo que a los fósiles respecta, pero el prestigioso George Gaylord Simpson rebajó considerablemente las exigencias al decidir que un grupo podría ser considerado monofilético de forma razonable si descendía de una sola unidad de rango inferior en la jerarquía taxonómica. Habiendo surgido del orden Therapsida, la clase Mammalia era aceptable como unidad natural.

Si uno no quiere detenerse en la transición reptil a mamífero sino que quiere proseguir con el intento de dar una explicación coherente de la macroevolución hasta la clase misma de los Mamíferos, se hace inmediatamente evidente que hay mucho más que explicar que las diferencias en la estructura de la mandíbula y de los huesos del oído entre reptiles y mamíferos. La clase de los Mamíferos incluye grupos tan diversos como las ballenas, las marsopas, las focas, los osos polares, los murciélagos, el ganado, los monos, gatos, cerdos y zarigüeyas. Si los Mamíferos son un grupo monofilético, entonces el modelo darwinista demanda que cada uno de los grupos haya descendido de un simple mamífero terrestre pequeño no identificado. Habría tenido que existir una enorme cantidad de especies en la línea directa de transición, pero el registro fósil no los registra.

Reptil a ave

El Archæeopteryx («ala antigua»), un ave fósil que aparece en rocas que se estiman de unos 145 millones de años, fue descubierto poco después de la publicación de El Origen de las Especies, y con ello ayudó enormemente a establecer la credibilidad del darwinismo y a desacreditar a escépticos como Agassiz. El Archæopteryx tiene varios rasgos esqueléticos que sugieren una estrecha relación con un pequeño dinosaurio llamadoCompsognathus. Globalmente es aviano, con alas, plumas y espoleta, pero tiene garras en las alas y dientes en el pico. Ningún ave moderna tiene dientes, aunque algunas antiguas aves las tenían, y hay un ave moderna, el hoatzín, que tiene garras.

El Archæopteryx es un impresionante mosaico. La cuestión es si constituye prueba de una transición de reptil (dinosaurio) a ave, o si es simplemente una de aquellas extrañas variedades, como el actual ornitorrinco, que tienen rasgos parecidos a los de otra clase, pero que no son intermedios de transición en el sentido darwiniano. Hasta hace muy poco, la tendencia entre los paleontólogos era considerar al Archæopteryx como una vía muerta y no como el antecesor de las aves modernas. Las siguientes aves fósiles más antiguas eran zambullidoras acuáticas especializadas que no daban muestras de poder ser sus descendientes directos.[1]

La imagen ha cambiado algo después de descubrimientos de aves fósiles, una en España y otra en China, en rocas datadas en unos 125 y 135 millones de años. Los nuevos especímenes tienen rasgos esqueléticos reptilianos que las hacen idóneas como posibles intermedios entre el Archæopteryx y ciertas aves modernas. Sin embargo, la evidencia es demasiado fragmentaria para justificar cualquier conclusión cierta. Según una reseña publicada en 1990 por Peter Wellnhofer, una autoridad reconocida, es imposible determinar si Archæopteryx fue realmente el antecesor de las aves modernas. Wellnhofer llega a la conclusión de que «esta correlación no tiene gran importancia», porque los especímenes de Archæopteryx «dan pistas acerca de cómo evolucionaron las aves», y porque «son documentos sin los que la idea de la evolución no sería tan poderosa».

Así, en el Archæopteryx tenemos un posible antecesor de las aves, no uno de seguro. Como en los casos de los mamíferos, hay abundantes dificultades para imaginar como cualquier antecesor solitario podría haber producido descendientes tan variados como el pingüino, el colibrí y el avestruz a través de etapas intermedias viables. La ausencia de evidencia fósil para las transiciones queda sin embargo más fácilmente disculpada, porque las aves tienen un estilo de vida que asegura que sus cuerpos raramente quedarán fosilizados.

Globalmente, el Archæopteryx es un punto válido para los darwinistas, pero, ¿cuánta importancia tiene? Los que acudan a la evidencia fósil como darwinistas convencidos verán una confirmación poderosa, pero los escépticos verán una excepción solitaria a un patrón constante de refutación fósil. Si lo que estamos haciendo es poniendo a prueba el darwinismo y no sólo buscando uno o dos hechos confirmadores, entonces un sólo buen candidato a una posición de antecesor no es suficiente para salvar una teoría que propone una historia a nivel mundial de transformación evolutiva continua.

Cualquiera que sea la conclusión a la que uno llegue acerca del Archæopteryx, el origen de las aves presenta muchos misterios. El vuelo tuvo que evolucionar, junto con las intrincadas alas y otros equipos especializados, incluyendo el distintivo pulmón de las aves. Quizá las aves evolucionaron de alguna manera procedentes de predecesores dinosaurios, con el Archæopteryx como estación intermedia, pero incluso en base de esta suposición desconocemos qué mecanismo pudo haber producido todos los complejos e interrelacionados cambios necesarios para esa transformación.

De simios a hombres

En el artículo «Hecho y Teoría» de 1981 que hemos tratado en el anterior capítulo, Gould citaba la «media docena de especies humanas descubiertas en rocas antiguas» como prueba de que los humanos evolucionaron de los simios. Cuando publicó una versión revisada del mismo argumento en 1987, el número de especies se había reducido a cinco, una de las cuales era el Homo sapiens mismo, pero el argumento era el mismo:

¿Acaso Dios —por alguna razón inescrutable, o meramente para poner a prueba nuestra fe— iba a crear cinco especies, una tras otra (Australopithecus afarensis, A. africanus, Homo habilis, H. Erectus y H. Sapiens) para imitar una tendencia continua de cambio evolutivo?[2]

Esta forma de plantear la cuestión hace parecer que Darwin propuso su teoría debido a que la presencia de una abundancia de intermedios fósiles entre los simios y los hombres pedía una hipótesis explicativa. Naturalmente, lo que sucedió es que la teoría fue aceptada antes, y que la evidencia corroborante fue descubierta e interpretada en el curso de un esfuerzo decidido por encontrar los «eslabones perdidos» que exigía la teoría. La cuestión que suscita esta secuencia de acontecimientos no es si Dios ha estado plantando evidencias fósiles para poner a prueba nuestra fe en Génesis, sino si la imaginación darwinista no ha tenido un importante papel en la construcción de la evidencia que se ha presentado para sustentar la teoría de Darwin.

La antropología física —el estudio de los orígenes humanos— es un campo que a lo largo de la historia ha estado más pesadamente influido por factores subjetivos que cualquier otro campo de la ciencia respetable. Desde la época de Darwin hasta la actualidad, el «linaje del hombre» ha sido una certidumbre cultural que suplicaba una confirmación empírica, y la fama universal era la recompensa de cualquiera que pudiese presentar una evidencia fósil plausible de eslabones perdidos. La presión para encontrar una confirmación era tan intensa que condujo a un espectacular fraude, el hombre de Piltdown —que fue celosamente protegido por los funcionarios del Museo Británico frente a inspecciones no amistosas, permitiendo que durante cuarenta años prestase el útil servicio de moldear la opinión pública.

Las reconstrucciones de museo basadas en las escasas evidencias fósiles han causado un gran impacto en la imaginación del público, y los fósiles mismos han tenido un efecto similar sobre los antropólogos. La atmósfera psicológica que rodea a la contemplación de los fósiles de homínidos es extrañamente reminiscente de la veneración de las reliquias en un santuario medieval. Precisamente así es como Roger Lewin describía la escena en la exhibición Ancestors de 1984 en el Museo Americano de Historia Natural, una exposición sin precedentes de fósiles originales relacionados con la evolución humana, procedentes de todas partes del mundo.

Aquellas «inapreciables y frágiles reliquias» fueron transportadas por ansiosos conservadores en asientos de avión de primera clase y llevadas al Museo en una cabalgata de limusinas con escolta policial. Dentro del Museo, las reliquias fueron dispuestas detrás de vidrio antibalas, para que antes de su exposición al público fuesen admiradas por un grupo selecto de antropólogos, que hablaban en voz baja, porque era «como hablar de teología en una catedral». Un sociólogo que observó este ritual de la tribu de los antropólogos comentó: «A mí eso me suena a culto a los antepasados.»

Lewin considera comprensible que los antropólogos que observan los huesos de sus antecesores se sientan emocionalmente más implicados en su materia que otras clases de científicos. «Hay una diferencia. Hay algo indescriptiblemente conmovedor acerca de acunar en las manos un cráneo procedente de sus propios ascendientes.» Lewin tiene toda la razón, y no creo que pueda haber nada más capaz de detraer de la objetividad del propio criterio. Las descripciones de fósiles de parte de gente que anhelan acunar a sus antecesores en sus manos tendrían que ser escrutadas con tanto cuidado como una carta de recomendación recibida de la madre del solicitante de un trabajo. En su libroEvolución Humana, Lewin informa de numerosos ejemplos de la subjetividad característica de la investigación de los orígenes humanos, lo que le lleva a la conclusión de que este campo está invisible pero constantemente influido por la cambiante propia imagen de la humanidad. En castellano y sin circunloquios, esto significa que vemos lo que esperamos ver, excepto si somos sumamente rigurosos acerca de refrenar nuestros prejuicios.

Claro, los antropólogos se critican sus trabajos entre sí —sus feroces rivalidades personales son en parte responsables de la subjetividad de sus juicios— pero la cuestión que debaten es a quién pertenecen los candidatos fósiles que representan con mayor precisión la historia de la evolución humana, no si hay prueba fósil de la transición de simio a hombre. Para los que han decidido consagrar sus vidas a explorar de manera exacta cómo los humanos evolucionaron de los simios, las personas que dudan de la premisa básica son por definición creacionistas, y por ello no han de ser tomadas en serio. Ni se plantea que pueda no haber evidencia fósil fiable de la evolución humana.

Sin embargo, un prestigioso observador extranjero ha propuesto lo impensable. Solly Zuckerman, uno de los más influyentes científicos británicos y líder experto en primates, es un buen científico materialista que considera como evidente por sí misma la evolución de los hombres procedente de los simios, pero que también considera a mucha de la evidencia fósil como paparruchas. Zuckerman sometió a los Australopitecinos a años de intrincadas pruebas «biométricas» y llegó a la conclusión de que «la base anatómica para la afirmación de que andaban y corrían erguidos es tanto más endeble que la evidencia que señala a la conclusión de que su andadura era alguna variante de lo que se ve en Primates subhumanos, que sigue siendo inaceptable».

El juicio de Zuckerman sobre las normas profesionales de la antropología física no era generoso: las comparó con la parapsicología, y observó que el registro de especulaciones desaforadas en los orígenes humanos «es tan pasmoso que es legítimo preguntar si existe mucha ciencia en este campo». No es sorprendente que los antropólogos se resintiesen de este juicio, que los habría dejado sin fósiles y sin categoría profesional. Wilfred Le Gros Clark llevó a cabo un estudio rival que llegó a conclusiones más aceptables, y el consenso de los expertos, lo que significa aquellos que más tenían que perder, fue que Zuckerman era un maniático estrafalario sin ninguna sensibilidad para aquel tema. Las cuestiones de biometría son técnicas, pero la verdadera disputa era sobre un conflicto de prioridades. La premisa metodológica de Zuckerman era que la primera prioridad de los investigadores de los orígenes humanos había de ser evitar embrollos como los fiascos del Hombre de Piltdown y de Nebraska, y no encontrar fósiles que pudiesen proclamar plausiblemente como antecesores. Su premisa factual era que la variación entre los fósiles de simios es lo suficientemente grande como para que un científico cuya imaginación estuviese atrapada por el deseo de encontrar antecesores podía fácilmente encontrar algunos rasgos en un simio fósil y decidir que eran «prehumanos». Concedidas estas dos premisas, seguía que todos los candidatos a «antecesores» habían de ser sometidos a un riguroso análisis objetivo, y rechazados si el análisis era o bien negativo, o bien cuestionable.

Zuckerman entendía que era probable que ninguno de los fósiles homínidos simiescos pudiese pasar esta clase de prueba, y que en consecuencia la prueba fósil fósil de la evolución humana pudiese quedar limitada a especímenes como el Hombre de Neandertal, que son humanos o casi humanos. La ausencia de evidencia directa de una transición simio a hombre no lo turbaba, porque él daba por supuesto que el modelo darwinista estaba establecido para los humanos y para otras especies sobre una base lógica. Además, la evidencia de relaciones ancestrales está generalmente ausente del registro fósil. Siendo eso así, debería ser más causa de sospechas que de parabienes si se diese una acumulación de antecesores en una área en la que los observadores humanos son más susceptibles a dar rienda suelta a la imaginación.

La postura de Zuckerman podría haber parecido razonable a personas que no tuviesen mucho que perder en la cuestión, pero se han de considerar también los aspectos culturales y económicos de la situación. La historia de la descendencia de los seres humanos de los simios no es una mera hipótesis científica; es el equivalente secular de la historia de Adán y Eva y es un asunto de una inmensa importancia cultural. La propagación de esta historia demanda ilustraciones, exhibiciones museísticas y reconstrucciones televisivas. También precisa de un sacerdocio, bajo la forma de miles de investigadores, maestros y artistas que proveen un detalle realista e imaginativo y que comunican la historia al gran público. Las necesidades del público y de la profesión aseguran que se encontrará la evidencia confirmadora, pero sólo una auditoría llevada a cabo por personas no previamente consagradas por adelantado a la hipótesis bajo investigación nos podrá decir si la evidencia tiene algún valor como confirmación.

Por todas estas razones, no acepto las pretendidas especies homínidas como datos observados de manera independiente que puedan confirmar el modelo darwinista. Tendría que añadir, no obstante, que no es necesario este grado de escepticismo para dejar patente que la serie homínida citada por Gould está abierta a dudas. Por ejemplo, algunos expertos reconocidos dudan de que el A. Afarensis y el A. Africanus fuesen realmente especies distintas, y muchos niegan que jamás existiese una especie como Homo habilis. La hipótesis más fascinante en este campo ahora es la teoría de la «Eva mitocondrial» basada en la hipótesis del reloj molecular que se discute en el Capítulo Siete, y que afirma que los seres humanos modernos surgieron de África hace menos de 200.000 años. Si se acepta esta hipótesis, entonces todos los fragmentos de Homo erectus descubiertos fuera de África están necesariamente fuera de la cadena ancestral, porque tienen más de 200.000 años.

Con todo, por seguir la discusión, me doy por satisfecho con suponer que existiesen simios pequeños (los Australopitecinos) que anduviesen erguidos o más erguidos que los simios actuales, y que puede haber existido también una especie intermedia (Homo erectus) que anduviese erguida y que tuviese un tamaño de cerebro intermedio entre el de los hombres modernos y los simios. En base de esta suposición hay unos posibles pasos de transición entre los simios y los humanos, pero nada semejante a la tersa línea de desarrollo que proclamaron Dobzhansky y otros neodarwinistas. Hemos de imaginar lo que Steven Stanley llama «ramificación rápida», un eufemismo designando misteriosos saltos que de alguna manera produjeron, de materiales animales, la mente y el espíritu humanos. En la ausencia de confirmación de que eso sea posible, lo razonable es mantener abierta la posibilidad de que las supuestas especies homínidas fueron algo distinto a antecesores humanos, incluso si son fiables las descripciones de los fósiles.

Los homínidos, como los reptiles mamiferoides, proveen como mucho algunos candidatos plausibles para su identificación como antecesores, si de entrada damos por supuesto que debieron existir antecesores. Que 130 años de esfuerzos muy decididos intentando confirmar el darwinismo no haya logrado nada mejor que encontrar unos pocos ejemplos ambiguos para sustentarlo es una evidencia negativa significativa. También es significativo que tanto del pretendido apoyo provenga de la historia de la evolución humana, donde es más de esperar la subjetividad en la evaluación.

Cuando se examinan de manera objetiva, los fósiles proveen mucho más desaliento que apoyo para el darwinismo, pero el examen objetivo ha sido pocas veces el objeto de la paleontología darwinista. El enfoque darwinista ha sido de manera consistente encontrar alguna evidencia fósil como sustento, presentarla como prueba de «evolución», y luego ignorar todas las dificultades. Esta práctica queda ilustrada por el uso que se ha hecho de un fósil recién descubierto de una criatura ballenoide llamada Basilosaurus.

El Basilosaurus era un enorme monstruo como serpiente que vivió durante la primera época de las ballenas. Originalmente se pensó que era un reptil (el nombre significa «lagarto rey»), pero pronto fue reclasificado como mamífero y primo de las modernas ballenas. Los paleontólogos informan ahora que un esqueleto de Basilosauriorecientemente descubierto en Egipto tiene apéndices que parecen piernas y pies posteriores vestigiales. La función a que pudiesen haber servido es oscura. Son demasiado pequeños incluso para poder haber servido de mucho para la natación, y desde luego no hubiesen podido servir para sostener aquel enorme cuerpo sobre la tierra. Los descubridores del fósil especulan que estos apéndices pueden haber sido útiles como ayuda para la copulación.

Los reportajes sobre el fósil en las revistas científicas y en los diarios presentan el hallazgo como prueba que las ballenas anduvieron en el pasado sobre piernas, y que por ello descienden de mamíferos terrestres. Ninguno de estos reportajes menciona la existencia de ningún problema irresuelto en el escenario de la evolución de la ballena, pero los problemas son descomunales. Las ballenas tienen todo tipo de equipamiento que les permite la inmersión, la comunicación submarina mediante ondas sonoras y incluso para permitir a los pequeños mamar sin tragar agua de mar. El desarrollo adaptativo gradual de cada una de estas características presenta los mismos problemas tratados en relación con las alas y los ojos en el Capítulo Tres. Incluso las patas vestigiales presentan problemas. ¿Mediante qué proceso darwiniano se desvanecieron unos útiles miembros posteriores hasta proporciones vestigiales, y en qué etapa en la transformación de roedor a monstruo marino tuvo esto lugar? ¿Se transformaron los miembros delanteros del roedor en aletas de ballena? No oímos nada de estas dificultades porque para los darwinistas los problemas irresolubles no son cosa importante.

Darwin concedió que la evidencia fósil pesaba intensamente contra su teoría, y así sigue siendo hasta el día de hoy. Por tanto, no es sorprendente que la ciencia darwinista haya vuelto la atención a la evidencia molecular recién descubierta, pretendiendo que aquí al menos es donde se puede encontrar una prueba concluyente del modelo darwinista. Examinaremos esta pretensión en el siguiente capítulo.



[1] Un paleontólogo llamado Chatterjee afirma haber descubierto evidencia fósil de un ave a la que llama protoavis, en rocas de Texas que se estiman de 225 millones de años. Aves fósiles muchos más antiguas que 145 millones de años descalificarían al Archæopteryxcomo antecesor de las aves, pero la aserción de Chatterjee ha sido puesta en tela de juicio.

[2] Las cuatro especies de hombres-simios que Gould cita incluyen los dosAustralopitecinos en el lado simio de la demarcación, que tenían cerebros de simio y que supuestamente andaban erguidos, y los especímenes Homo de cerebro mayor. El Homo habilis (Hombre hábil) de Louis Leakey está en la línea fronteriza y le fue concedida la posición de Homo principalmente porque fue encontrado en un emplazamiento junto con herramientas primitivas, que se supone que habría empleado. Los lectures que aprendieron acerca de estos temas en la escuela puede que se sientan sorprendidos al saber que el hombre de Neandartal es frecuentemente considerado como un subgrupo dentro de nuestra propia especie, y que el Cro-Magnon es sencillamente el hombre moderno. Algunos otros nombres familiares fueron o bien expulsados del panteón, o bien absorbidos en las cuatro especies. La clasificación de los fósiles de homínidos es un tema acerbamente polémico y estuvo en el caos hasta que el omnipresente Ernst Mayr intervino y estableció las normas básicas.

Título - Proceso a Darwin

Título original - Darwin on Trial
Autor - Phillip E. Johnson, A.B., J.D.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Publicado en línea por SEDIN con permiso expreso del autor, Dr. Phillip E. Johnson. Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota.

© Copyright 2011, SEDIN - todos los derechos reservados. Usado con permiso del traductor para: www.culturacristiana.org

1 comentario:

  1. Los fósiles son, más allá de toda duda, el mejor punto de partida para discutir para determinar si la teoría de la evolución de las especies es un hecho. Si queremos saber si las especies han cambiado a lo largo del tiempo sólo tenemos que considerar los materiales fosilizados. Los fósiles se consideran los testimonios más importantes en una corte de justicia, y representan la mejor evidencia. Estos son la única historia concreta y visible de la vida que tenemos a mano. Si los rechazamos, no tenemos otro material.
    ¿Demuestran los fósiles la evolución de las especies? ¿No hallamos enterrados en el suelo cuantiosas formas en desarrollo, tales como alas medio desarrolladas, manos, pies, sentidos u otras formas intermedias?
    No, no necesitamos encontrar esa evidencia. En cambio, hallamos que varios organismos siempre han diferido entre sí. La brecha entre fósiles es grande y real, y no se han hallado formas intermedias.
    Darwin, en su tiempo, había admitido eso, aunque puso su esperanza en la adecuación de sus hallazgos realizados hasta entonces. En El Origen de las Especies escribió sobre este tema y que la naturaleza actual está formada de especies claramente determinadas.
    Estudiemos sus comentarios y entonces echar un vistazo a recientes comentarios hechos por científicos modernos sobre el mismo tema. Ellos demuestran la brecha que aún existe, a pesar de que la cantidad y calidad de material fósil recogido es perfectamente adecuada para el estudio (hay millones de fósiles en museos):

    De acuerdo a esta teoría debe haber existido una innumerable cantidad de formas intermedias entre las especies. ¿Por qué no las podemos hallar enterradas dentro de la corteza de la tierra? ¿Por qué es que toda la naturaleza no está en estado de confusión, en lugar de estar hecha, como podemos ver, de especies claramente determinadas? Pesquisas geológicas no han expuesto las incontables débiles diferencias entre especies pasadas y modernas que esta teoría requiere. Y este es el más aparente de los muchos argumentos presentados contra eso. Sin embargo, la respuesta recae sobre la inconsistencia de los hallazgos geológicos. (1)

    http://www.jariiivanainen.net/creesenlateoriadelaevolucion1.html

    ResponderEliminar