La prueba: La teoría de la evolución es un MITO
La evolución como mitología: La prueba que la teoría de la evolución es un MITO. Hugh Henry, Daniel J. Dyke y Charles Cruze
Tiktaalik es un supuesto pez sarcopterigio (aletas lobuladas) del periodo Devónico tardío, con muchas características de los tetrápodos, por lo que es considerado un importante "fósil transicional1"Restos excelentemente preservados del Tiktaalik fueron encontrados en 2004 en la Isla de Ellesmere en Canadá. Fuente: Wikipedia |
El debate entre la creación y la evolución suele enmarcarse como una cuestión de ciencia vs. Religión: Hechos verificables vs. Fe. Pero nosotros sostenemos que se requiere al menos tanta fe para creer en la teoría de la evolución como en la creación por un Dios sobrenatural. En realidad, la evolución tiene más características de un “mito” que de una teoría científica.
Para justificar esta afirmación, primero debemos definir “mitología” e identificar su función. Según el diccionario American Heritage Dictionary:
Mitología (s): “Un cuerpo o colección de mitos que pertenecen a un pueblo y que trata de su origen, historia, deidades, ancestros y héroes”.
Mito (s): “Una historia tradicional y generalmente antigua que trata de seres sobrenaturales, ancestros o héroes y sirve como un tipo fundamental en la cosmovisión de un pueblo al explicar aspectos del mundo natural o delinear la psicología, costumbres o ideales de una sociedad”.
La mitología cumple un importante propósito sociológico. Explica la cosmovisión de una cultura o pueblo. Valida el pensamiento, las prácticas y los ideales de una cultura. Un mito de creación explica la existencia; sin un mito de creación, una cultura o un pueblo carece de “raíces” y de propósito.
Un mito puede estar basado en la verdad o en la ficción, o puede contener un elemento de verdad dentro de una historia fantasiosa. Pero una característica clave de un mito es que es difícil de probar (o refutar) con la tecnología de la cultura; un mito requiere fe. La importancia de un mito, por lo tanto, no es tanto si es verdadero o falso, sino que define la cosmovisión y forma parte del fundamento de una cultura. Y, dado que los mitos son tan importantes para el sistema de creencias de una cultura, se resisten a morir.
El hombre parece poseer una necesidad psicológica innata de un mito de creación para explicar sus orígenes: prácticamente todas las culturas primitivas revelan un mito de creación entre sus historias orales. Y la intensidad del debate entre la creación y la evolución en Estados Unidos hoy y durante más de cien años muestra que el hombre no ha cambiado; la profunda necesidad psicológica de este clase de mito permanece.
¿Es una mitología la teoría de la evolución? Para contestar, uno debe definir la teoría. En su forma más completa, la evolución sostiene que la vida surgió espontáneamente de la materia no viva y, mediante numerosos cambios pequeños durante las edades geológicas, todas las formas vivas surgieron de ese ancestro común inicial.
Claramente, la evolución es una historia de la creación; pero ¿cuán similar es –y cuán diferente– de otros “mitos de creación”?
Los mitos de creación de casi todas las culturas antiguas involucran un “dios” poderoso y sobrenatural que crea el mundo y trae a la existencia las formas de vida. Esto parece ser una distinción importante. No se requiere ningún ser sobrenatural en la teoría de la evolución; todo está basado en procesos naturales aleatorios llamados “selección natural”. Sin embargo, cuando uno lee la literatura, la selección natural asume cualidades divinas. Cada vez que algo no puede explicarse, la selección natural es citada con reverencia, como si fuera un hacedor de milagros omnipotente. Evolucionistas destacados describen el proceso en términos que los cristianos reservan para Dios y la Biblia. Por ejemplo, Sir Julian Huxley describe a la evolución como “un proceso universal que todo lo permea” y que es “la totalidad de la realidad. (1) Pierre Teilhard de Chardin dice “la evolución es una luz que ilumina todos los hechos, una trayectoria que deben seguir todas las líneas de pensamiento". (2)
La teoría evolucionista claramente cumple con una importante característica de un mito: según Ernst Mayr, el “Darwin del siglo XX”, la evolución es “la cosmovisión del hombre hoy”. (3) La evolución explica los orígenes a una cultura que rechaza a un Dios sobrenatural (ateísmo) o cree que Dios no está involucrado en al menos algunos aspectos de la creación. Por lo tanto, la evolución cumple el importante propósito sociológico de validar el pensamiento y las prácticas de una cultura que pone su fe en los procesos naturales no dirigidos.
El componente de la fe de la teoría es evidente en la literatura. El filósofo de la ciencia Karl Popper percibe a la evolución como una “programa de investigación metafísico”. (4) G. W. Harper se refiere a ella como una “creencia metafísica”. (5) Y Harold Urey, un fundador de la investigación del origen de la vida, describe a la evolución como una fe que parece desafiar a la lógica:
“Todos los que estudiamos el origen de la vida encontramos que, cuanto más la observamos, más sentimos que es demasiado compleja como para haber evolucionado en alguna parte. Creemos como artículo de fe que la vida evolucionó a partir de la materia muerta sobre este planeta. Ocurre que su complejidad es tan grande que nos cuesta imaginar que fue así”. (6)
Algunos evolucionistas llegan a comportarse como fundamentalistas religiosos: son tan obsesivos acerca de su creencia que no toleran una opinión contraria, porque cuestiona su mito fundamental. Los académicos occidentales no piden la muerte para los herejes, pero a veces intentan destruir las carreras de quienes cuestionan la evolución. Circulan historias de científicos con credenciales impecables a los que se les denegó un cargo y/o becas, o fueron perseguidos de otras formas después que cuestionaron la teoría. Esta persecución tiene extrañas reminiscencias de la practicada por la iglesia católica sobre Galileo y otros científicos en la Europa del Renacimiento.
La evolución muestra dos características adicionales que son típicas de la religión: tiene un profeta, Charles Darwin, y parece tener frecuentemente la calidad gnóstica de “un conocimiento secreto conocido sólo por unos pocos elegidos”. La literatura moderna está llena de artículos sobre la evolución que citan las especulaciones de Darwin del siglo XIX de la misma forma que los cristianos contemporáneos citan la Biblia. Los argumentos probabilísticos que parecen convincentes para matemáticos y físicos suelen ser descartados citando autoridades superiores (“los biólogos han aceptado la evolución”). Temas fundamentales, como la evolución del ojo, son contestados por especulaciones plausibles pero escasos hechos sustentadores –como en un documental de PBS– porque, como dice el zoólogo evolucionista Pierre P. Grassé: “Raramente descubrimos estas reglas (las que rigen el mundo vivo) porque son altamente complejas”. (7)
La teoría de la evolución contiene las características de un mito. Pero la cuestión es si la evolución está más basada en los hechos, como la ciencia, o en la fe, como muchas religiones. El siguiente artículo detallará cómo fracasa la teoría en aspectos clave del moderno método científico.
(1) Julian Huxley, “Evolution and Genetics,” What Is Science?, James R. Newman ed. (New York: Simon and Schuster, 1955), 272, 278.
(2) Francisco Ayala, “Nothing in Biology Makes Sense Except in the Light of Evolution: Theodosius Dobzhansky, 1900-1975,” Journal of Heredity68, no. 1 (1977):
(3) Ernst Mayr, “Evolution,” Scientific American 239 (September 1978): 47.
(4) Paul A. Schilpp, ed.,The Philosophy of Karl Popper, vol. 14, The Library of Living Philosophers (La Salle, IL: Open Court Publishers, 1974), 133-43.
(5) G. W. Harper, “Alternatives to Evolutionism,” School Science Review51 (September 1979): 16.
(6) Harold C. Urey, citado en Christian Science Monitor, January 4, 1962, p. 4
(7) Pierre P. Grassé, Evolution of Living Organisms (New York: Academic Press, 1977), 2
Un artículo anterior señalaba cómo la teoría de la evolución manifiesta las características de un mito. Este artículo considerará cómo cumple con la definición de “ciencia”.
Diferenciar mito de ciencia no siempre es fácil. Karl Popper dice: “Hablando históricamente, todas -o casi todas- las teorías científicas se originan en mitos... un mito puede contener importantes anticipaciones de teorías científicas". La teoría atómica de Leucipo y Demócrito (c. 400 a.C.) es un ejemplo, al igual que el mito de creación de Génesis 1:1 (que presagió la teoría del big bang). Pero la teoría del movimiento de Aristóteles, el geocentrismo y la mayoría de los demás mitos tempranos no lograron dar la talla como ciencia del siglo XX. ¿Cuál es la diferencia?
La ciencia suele ser definida por un proceso denominado método científico. En general, esto incluye una observación acerca de un fenómeno natural, una hipótesis formulada para explicarlo y una prueba realizada mediante un experimento controlado. Si los resultados de la prueba no son los esperados, la hipótesis podrá ser revisada y vuelta a probar (realimentación).
La clave del proceso de prueba es la falsabilidad. Un resultado positivo de la prueba significa que una hipótesis es plausible, pero un resultado negativo de la prueba demuestra que es falsa. Por lo tanto, la prueba adecuada de una hipótesis es hacer una predicción e idear una prueba tal que al menos un resultado demuestre que la teoría es falsa. Los científicos a menudo quieren verificar teorías preferidas; pero dice Popper: “Cada prueba auténtica de una teoría es un intento de falsarla, o de refutarla... Es fácil obtener confirmaciones, o verificaciones, para prácticamente cada teoría, si buscamos confirmaciones. Las confirmaciones deben tenerse en cuenta sólo si son producto de predicciones arriesgadas... El criterio de la condición científica de una teoría es su falsabilidad, o refutabilidad, o posibilidad de ser probada” (énfasis original).
Como ejemplo, la teoría de la relatividad general de Einstein hizo la predicción arriesgada de que la gravedad del sol haría curvar la luz de estrellas distantes. La teoría fue confirmada cuando la observación determinó que la predicción era verdadera; habría sido falsada si la predicción hubiera fallado.
En el caso de la “ciencia histórica”, como la teoría de la evolución, es imposible recrear condiciones “en el principio” y realizar un experimento controlado; sin embargo, sigue siendo posible una prueba falsable. Por ejemplo, la hipótesis del “big bang” de la cosmología hizo la predicción arriesgada de la existencia de un bombardeo de radiación cósmica sobre la Tierra. En 1965 esta predicción se comprobó, el big bang fue aceptado como plausible, y la teoría prevaleente en ese momento de que el universo era eterno fue falsada. Si la radiación de microondas no existiera, la teoría del big bang habría sido falsada.
El problema fundamental con la evolución como teoría científica es que no es ni predictiva ni falsable. El embriólogo y genetista C. H. Waddington dice: “La teoría de la evolución es infalsable... Si un animal evoluciona de una forma, los biólogos tienen una explicación perfectamente buena; pero si evoluciona de alguna otra forma, tienen una explicación igualmente buena... La teoría no es... una teoría predictiva acerca de lo que debe ocurrir”. (1)
El teórico de la información Mark Ludwig amplía el concepto: “La hipótesis de Darwin... tiene el carácter de filosofía infalsable: puede explicar cualquier cosa y no predice prácticamente nada... El darwinismo... exige creer... Se ha convertido en el paradigma del científico, y raramente puede reconocer que es frágil y está cargado de filosofía”. (2)
La teoría de la evolución neodarwiniana es infalsable porque depende de mutaciones aleatorias e impredecibles. Sólo la aleatoriedad predecible, como la descomposición radioactiva, es un fenómeno científico válido. Murray Eden, de Massachusetts Institute of Technology, ilustra la diferencia usando la química física: “Se acepta que la ley de acción de las masas puede derivarse de la suposición de colisiones aleatorias entre moléculas reactivas, pero la explicación de una reacción química en la que las moléculas A y B se convierten en C debe buscarse... y no en una reordenación aleatoria de los átomos A y B”. (3)
Sin embargo, este es el argumento del neodarwinismo, un argumento que no difiere del argumento del “dios de las brechas”. Según dice el zoólogo evolucionista Pierre-P. Grassé: “El azar se convierte en una especie de providencia que... es adorada secretamente”. (4)
Es difícil cuestionar la acusación de Henry Morris de que la letanía de los biólogos es: “Sabemos que la evolución es verdadera, aun cuando no sabemos cómo funciona y nunca la hemos visto ocurrir”. (5)
La ciencia no es estática; las mejoras en la tecnología hacen que sea posible continuamente probar y falsar teorías que eran imposibles de probar anteriormente, como la teoría del flogisto de la química y la teoría del éter luminífero de la física. Lo mismo ocurre con la teoría de la evolución. Apenas era posible ver la estructura de la célula bajo un microscopio primitivo en el tiempo de Darwin, y el ADN no había sido descubierto cuando se desarrolló la síntesis neodarwiniana en la década de 1940. La tecnología y el poder de computación han crecido dramáticamente y, si bien las mutaciones impredecibles no pueden ser probadas, otras ramificaciones problemáticas de la teoría sí.
No obstante, parece que las dificultades sólo conducen a modificaciones de la teoría, algunas de las cuales suelen ser especulativas. Este patrón llevó al astrofísico y premio Nóbel Sir Fred Hoyle a comentar: “Desconfíen de una teoría si se requieren cada vez más hipótesis para apoyarla a medida que aparecen más hechos". (6)
Popper, que considera a la evolución como un “programa de investigación metafísico”, señala: “Reinterpretar la teoría ad hoc de forma tal que elude la refutación... es siempre posible, pero... sólo al precio de... reducir su condición científica". (7)
Pero las viejas teorías se resisten a morir. El gigante científico del siglo XVIII Joseph Priestley se rehusó a aceptar la falsación de la teoría del flogisto; siguió reinterpretando los datos para eludir su refutación hasta su muerte. El carácter de mito de la teoría de la evolución hace que sea especialmente difícil de rechazar porque la evolución define la cosmovisión naturalista. La evolución se da por sentada –sea en forma justificada o no–, porque cualquier cuestionamiento a la evolución subvierte esta cosmovisión.
Grassé dice: “Los paleontólogos... suponen que la hipótesis darwiniana es correcta [y] reinterpretan los datos de los fósiles según ella”. Pero él cree que “el deber [de los biólogos] es destruir el mito de la evolución... pensar acerca de las debilidades de las interpretaciones y extrapolaciones que los teóricos presentan o fijan como verdades establecidas”. (8)
Por lo tanto, la teoría de la evolución se describe más precisamente como un mito que como ciencia, especialmente por su infalsabilidad. Los siguientes dos artículos considerarán algunas dificultades con la teoría que revela la ciencia moderna.
(1) C. H.Waddington, “Summary Discussion,” en Mathematical Challenge to the Neo-Darwinian Interpretation of Evolution, ed. Paul S. Moorhead and Martin M. Kaplan (Philadelphia: Wistar Institute Press, 1967), 98.
(2) Mark A.Ludwig, Computer Viruses, Artificial Life, and Evolution(Tucson, AZ: American Eagle Publications, 1993), 295.
(3) Murray Eden, “Inadequacies of Neo-Darwinian Evolution as a Scientific Theory,” en Mathematical Challenge to the Neo-Darwinian Interpretation of Evolution, ed. Paul S. Moorhead and Martin M. Kaplan (Philadelphia: Wistar Institute Press, 1967), 111.
(4) Pierre-P. Grassé, Evolution of Living Organisms (New York: Academic Press, 1977), 107.
(5) Henry Morris, The Long War Against God (Grand Rapids: Baker, 1996), 24.
(6) Sir Fred Hoyle and Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space(New York: Simon and Schuster, 1981), 135.
(7) Paul A. Schilpp, ed., The Philosophy of Karl Popper, vol. 1 (La Salle, IL: Open Court Publishers, 1974), 133–143.
(8) Pierre-P. Grassé, Evolution of Living Organisms (New York: Academic Press, 1977), 7–8.
Anteriormente se ha tratado acerca de cómo la teoría de la evolución tiene las características de un mito (que no puede ser probado o refutado por la tecnología de la cultura) y carece de las características de una teoría científica (que es verificable y falsable). Pero la tecnología cambia, y a fines del siglo XX ha sido posible someter partes de esta teoría al análisis crítico, y estas pruebas plantean preguntas al respecto. Este artículo discute las dificultades con un elemento fundamental de la teoría:
Abiogénesis (sustantivo): “El supuesto desarrollo de organismos vivos a partir de la materia no viva. También denominada autogénesis ogeneración espontánea”.
La creencia en la generación espontánea de la vida se retrotrae al menos a los antiguos egipcios. Las pruebas en su contra tienen 450 años, en especial Francisco Redi en 1668 y Louis Pasteur en 1859. Sin embargo, en 1866 Ernst Haeckel especuló que la vida surgió de un depósito de “Urschleim” (cieno primordial). En la década de 1920 los biólogos Aleksandr Oparin y J. B. S. Haldane propusieron que la vida surgió de la materia no viva en lo que suele denominarse “sopa primordial”. Esta teoría no puede ser refutada, pero jamás ha sido demostrada en más de 80 años (aun cuando la vida se defina como sólo la existencia de cuerpos de proteínas).
No se ha encontrado evidencia alguna de una sopa primordial, y los científicos especulan que si alguna vez existió se habría disipado rápidamente, dejando poco tiempo para que aparezca la vida. La única evidencia experimental citada en más de 80 años a favor de un sopa primordial es el experimento de Miller-Urey, en 1953, que demostró que podrían formarse aminoácidos elementales (los bloques constructivos de las proteínas) espontáneamente en lo que se suponía era la atmósfera de la Tierra primordial. Los libros de texto de biología incluyen este experimento, pero la ciencia moderna cree que la atmósfera simulada en el experimento de Miller-Urey era incorrecta. Experimentos similares con una atmósfera más realista no han sido exitosos (y/o han usado tanta interferencia del operador que se ha cuestionado su validez).
El investigador del origen de la vida Leslie Orgel señala:
“La autoorganización del ciclo reductivo del ácido cítrico sin la ayuda de catalizadores “informativos” sería prácticamente un milagro... Es difícil ver como alguno... de los polímeros [potencialmente autorreplicantes] que se han descrito hasta ahora... podrían haberse acumulado en la tierra primitiva... [Es] apelar a la magia”.
El astrofísico y premio Nobel Sir Fred Hoyle ha dicho:
“Si hubiera algún principio profundo que impulsó a los sistemas orgánicos hacia sistemas vivos, la operación del principio debería ser fácilmente demostrable en una probeta en media mañana... Jamás se ha ofrecido tal demostración. No ocurre nada... excepto la producción eventual de un cieno abetunado”.
La comprensión moderna de la biología molecular permite a los científicos calcular la probabilidad de la abiogénesis. Estos cálculos no son una prueba pero, dado que el neodarwinismo está basado en las mutaciones aleatorias, son un importante predictor de su validez. La probabilidad no era un problema hasta 1965, cuando los científicos creían que había una cantidad de tiempo infinita, porque el universo era eterno. Pero es un tema crítico ahora que la ciencia estima que la Tierra tiene sólo unos 4.600 millones de años, lo cual permite un tiempo sustancialmente menor para que los lentos procesos evolucionistas produzcan el planeta y la vida que observamos.
Como ejemplo, el citocromo c, una pequeña proteína que se encuentra en toda la esfera biológica, tuvo que aparecer temprano en el proceso evolucionista. Sin embargo, el teórico de la información Hubert Yockey calculó una probabilidad de ~10-75 para generarlo espontáneamente de un entorno rico en aminoácidos. Para ponerlo en perspectiva, una probabilidad de 10-75 es menor que la de ganar la lotería nueve semanas seguidas, ¡comprando sólo un boleto por semana!
Pero se vuelve peor. La vida está compuesta por muchas moléculas más complejas que el citocromo c. Murray Eden, de Massachusetts Institute of Technology, calculó una probabilidad de ~10-313 para reunir espontáneamente secuencias de polipéptidos para formar proteínas funcionales. La simple vida autosustentadora requiere ~1.500-2.000 productos génicos, y Hoyle estimó una probabilidad de ~10-40.000 para obtener 2.000 enzimas en una prueba al azar. El físico Harold Morowitz ha calculado que, si un conjunto grande de bacterias en un recipiente sellado es calentado de forma que se rompa cada unión química y luego se enfría lentamente para permitir que los átomos formen nuevas uniones y alcancen el equilibrio, existe una probabilidad de ~10-100.000.000.000 de que aparezca una bacteria viva al final.
¿Cuán baja consideran los matemáticos que tiene que ser una probabilidad para que un suceso sea imposible? Émile Borel ha estimado 10-50 y William Dembski ha calculado un límite inferior de 10-150, basándose en la cantidad de partículas elementales en el universo y la edad del universo. Sin embargo, ¡la probabilidad de la abiogénesis es muchísimo menor que cualquiera de estos dos números!
¿Podría haberse generado espontáneamente el código genético? Los biólogos J. T. Trevors y D. L. Abel concluyen:
“Se ha planteado repetidamente el argumento de que, dado el tiempo suficiente, podrían haber surgido un conjunto de instrucciones genéticas y un sistema de lenguaje. Pero el tiempo extendido no brinda un mecanismo explicativo para las instrucciones genéticas generadas espontáneamente. Ninguna cantidad de tiempo propuesta hasta ahora puede explicar este tipo de sistema de comunicación conceptual. No se sólo complejo. Es conceptualmente complejo”.
Estos argumentos probabilísticas son irrefutables. Algunos evolucionistas ofrecen argumentos contrarios sin sustento, pero aun Richard Dawkins reconoce que la probabilidad de que la vida haya surgido por azar es tan infinitesimalmente pequeña como la de un avión Jumbo construido por un huracán soplando en un depósito de chatarra.
Y estos cálculos ni siquiera consideran el obstáculo aparentemente insuperable que descubrió Louis Pasteur. La vida consiste de sólo aminoácidos "izquierdos" y azúcares "derechos", pero una sopa primordial aleatoria habría contenido proporciones iguales de moléculas con configuraciones izquierdas y derechas.
Aun defendiendo la abiogénesis, el biólogo Francis Crick reconoció en 1981:
“Un hombre sincero, provisto de todo el conocimiento que tenemos disponible hoy, sólo podría afirmar que, en algún sentido, el origen de la vida aparece hoy como prácticamente un milagro, ya que hay tantas condiciones que tendrían que haberse cumplido para que empezara”.
La abiogénesis no sólo no está demostrada, sino que es matemáticamente imposible. No es de extrañar que tanto Orgel como Crick la llamaron un milagro. Por lo tanto, se han sugerido otros escenarios. Hoyle y otros postulan que la vida fue transplantada del espacio exterior, lo cual traslada el problema de los orígenes a otro tiempo y lugar. La hipótesis del multiverso, propuesto por el importante investigador del origen de la vida Eugene Koonin, está en boga hoy, y reemplaza el tiempo infinito por una infinidad de universos para dar cuenta de la existencia extraordinariamente improbable de siquiera un planeta sustentador de vida.
La verdadera respuesta podría ser que la abiogénesis es el mito de creación de una cultura que no necesita de Dios, una cultura a la que el físico Lee Smolin puede proclamar: “no hay nada fuera del universo”. Esta afirmación es un mito insostenible. Sin embargo, un creador es la única alternativa a la abiogénesis, y esto mina el fundamento mitológico de la fe de los ateos.
El próximo artículo continuará este tema con una discusión de la macroevolución, otra parte crítica de la teoría de la evolución.
(1) Stanley L. Miller, J. William Schopf, and Antonio Lazcano, “Oparin’s Origin of Life: Sixty Years Later,” Journal of Molecular Evolution 44 (April 1997): 351-53.
(2) Robert Shapiro, Origins (New York: Summit Books, 1986), 113.
(3) Hubert P. Yockey, Information Theory, Evolution, and the Origin of Life (Cambridge: Cambridge University Press, 2005), 146.
(4) Charles B. Thaxton, Walter L. Bradley, and Roger L. Olsen, The Mystery of Life’s Origin (Dallas: Lewis and Stanley, 1984), 66.
(5) Leslie E. Orgel, “Self-organizing Biochemical Cycles,” Proceedings of the National Academy of Sciences, USA 97 (November 7, 2000): 12503-7.
(6) Shapiro, Origins, 208.
(7) Yockey, Information Theory, 254-55.
(8) Murray Eden, “Inadequacies of Neo-Darwinian Evolution as a Scientific Theory,” en Mathematical Challenge to the Neo-Darwinian Interpretation of Evolution, ed. Paul S. Moorhead (Philadelphia: Wistar Institute, 1967), 109-10.
(9) Sir Fred Hoyle and Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space(New York: Simon and Schuster, 1981), 24.
(10) Shapiro, loc cit (1986), 128.
(11) William A. Dembski, The Design Inference: Eliminating Chance through Small Probabilities, (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), 5, 209, 210.
(12) J. T. Trevors and D. L. Abel, “Chance And Necessity Do Not Explain The Origin Of Life,” Cell Biology International 28 (2004), 729-739.
(13) Francis Crick, Life Itself (New York: Simon and Schuster, 1981), 88.
(14) Hoyle, loc cit (1981)
(15) Eugene V. Koonin, “The Cosmological Model of Eternal Inflation and the Transition from Chance to Biological Evolution in the History of Life,”Biology Direct 2:15 (May 31, 2007).
(16) Lee Smolin, Three Roads to Quantum Gravity (New York: Basic Books, 2001), 17.
Anteriormente discutía las características de mito de la abiogénesis, un componente clave de la teoría de la evolución, que dice que los organismos vivos aparecieron espontáneamente de la materia no viva. Este artículo trata la evolución misma, que está separada en dos categorías:
Microevolución (s): La evolución que resulta de variaciones genéticas relativamente pequeñas que a menudo generan la formación de nuevas subespecies.
Macroevolución (n): Evolución a gran escala que ocurre a lo largo del tiempo geológico que resulta en la formación de nuevos grupos taxonómicos.
Como una pequeña acotacion vea el siguiente articulo del autor de este blog para aclarar con mas propiedad este tema: ¿Es la macroevolución una acumulación de microevoluciones?
La teoría neodarwiniana de la evolución supone que las formas de vida avanzaron por un árbol de la vida desde un ancestro común mediante mutaciones genética aleatorias. Supone que las formas de vida microevolucionaron hacia variaciones similares de ellas (como las diferentes especies del pinzón) a través de una sucesión de cambios simples y, finalmente, las criaturas disímiles macroevolucionaron (como un pez en un anfibio y un mamífero terrestre en una ballena) a lo largo de las eras geológicas.
Estas categorías están separadas porque hay poco debate acerca de la microevolución, aun al punto de la formación de nuevas especies. Charles Darwin observó esto en los pinzones de las islas Galápagos, y ha sido aparente por siglos en la cría de plantas y de animales. Aun creacionistas de la tierra joven como Jonathan Sarfati, de Answers in Genesis acepta la microevolución (generalmente llamada con otro nombre) para explicar una explosión de formas de vida entre el diluvio de Noé y Abraham. (1)
Pero existe un problema con la macroevolución. El biólogo Sean Carroll afirma: “Un tema de larga data en la biología evolucionista es si los procesos observables en poblaciones y especies existentes (microevolución) son suficientes para dar cuenta de cambios a gran escala evidentes en períodos más largos de la historia de la vida (macroevolución)”. (2)
La verdad simple es que no hay ninguna evidencia sólida de la macroevolución; es algo inferido mediante la extrapolación de la microevolución a lo largo de las eras geológicas. Pero esta inferencia es cuestionable.
Aun cuando propuso originalmente este concepto, Julian Huxley observó: “Debe reconocerse que aún no se ha brindado la... evidencia del uso de mutaciones en la evolución bajo condiciones naturales”. (3)
Y lo mismo ocurre hoy. El zoólogo Pierre-P. Grassé afirma: “insistir... que la vida apareció por puro azar y evolucionó de esta forma es una suposición infundada que... no concuerda con los hechos”. (4)
La bióloga Lynn Margulis dice: “No he visto ninguna evidencia de que estos cambios puedan ocurrir mediante la acumulación de mutaciones graduales”. (5)
Scott Gilbert, John Opitz y Rudolf Raff concluyen: “Los cambios microevolucionistas en la frecuencia génica no fueron considerados como capaces de transformar a un reptil en un mamífero o de convertir a un pez en un anfibio... El origen de las especies –el problema de Darwin– sigue sin resolverse”. (6)
El “consenso” es que las mutaciones de genes dañinas en los humanos ocurren una vez cada 105-106 células de esperma o de óvulos en una generación. (7) La tasa de mutación beneficiosa es probablemente mucho menos que el 1% de esta cifra. Aun cuando las mutaciones ocurrieran más frecuentemente en épocas atrás, el neodarwinismo predice una macroevolución lenta, que debería dejar formas de transición en el registro fósil. Pero, en cambio, el registro ilustra el “equilibrio intermitente”: la vida continúa en forma estable durante largos períodos de tiempo interrumpidos por estallidos periódicos de gran actividad por ninguna razón naturalista conocida, seguidos por un retorno a la estabilidad.
El ejemplo más dramático de esto es la explosión del Cámbrico, ocurrida unos 500 millones de años atrás. Antes del período Cámbrico, no había ninguna evidencia de organismo alguno con partes duras, (8) pero durante unos meros 50 millones de años “aparecieron todos los principales filos y divisiones de los organismos que existen hoy, excepto las plantas terrestres”. (9) “Una vez que todos los nichos básicos fueron ocupados, sin embargo, este frenesí de nuevas formas no sólo se detuvo sino que fue recortado”, ya que algunos filos del Cámbrico se extinguieron”. (10)
En vez del patrón neodarwiniano en el que los niveles inferiores de la jerarquía biológica deben surgir antes de los superiores, el patrón del Cámbrico “crea la impresión de que la evolución (animal) ha procedido en términos generales ‘de arriba abajo’”. (11) Según el teórico evolucionista Jeffrey Schwartz, los principales grupos animales “aparecen en el registro fósil como Atenea de la cabeza de Zeus: desarrollados y listos”. (12) Además, la explosión del Cámbrico no es un caso especial, sino más bien ilustra que el “equilibrio intermitente” es la regla, y no la excepción. James Valentine y Douglas Erwin dicen que “la evidencia... sugiere que la [explosión del Cámbrico] no ha sido explicada por ninguna de las teorías actuales... ni la selección de especies microevolucionista ni los rápidos saltos macroevolucionistas satisfacen los datos adecuadamente”. (13)
Hay una escasez tan grande de formas de transición que cada afirmación basada en información fragmentada es recibida con gran fanfarria como evidencia a favor de la evolución. Sin embargo, Stephen Jay Gould confiesa:
“La extrema rareza de las formas de transición en el registro fósil persiste como el secreto profesional de la paleontología. Los árboles evolucionistas que adornan nuestros libros de texto tienen datos sólo en las puntas y los nodos de sus ramas; el resto es inferencia –no importa cuán razonable– y no la evidencia de los fósiles”. (14)
Según James Valentine y Douglas Erwin: “Las secciones de las rocas del Cámbrico que tenemos (y tenemos muchas) son esencialmente tan completas como secciones de duración de tiempo equivalentes de entornos de depósitos similares, [sin embargo] las alianzas de transición son desconocidas o no están confirmadas” para cualquiera de los filos o clases. (15)
El paleontólogo Steven M. Stanley afirma: “A pesar del estudio detallado de los mamíferos del Pleistoceno de Europa, no se conoce un solo ejemplo válido de transición filética (gradual) de un género a otro”. (16)
Como alternativa, si las diferencias de secuencia genéticas entre los principales filos animales se deben a mutaciones acumuladas sostenidamente durante períodos de tiempo largos, debería ser posible usar diferencias de secuencias en las proteínas o el ADN en especies vivas como un “reloj molecular” para estimar cuánto tiempo atrás compartieron un ancestro común. Sin embargo, esta clase de análisis a menudo produce resultados bizarros, como agrupar a los conejos con los primates en vez de los roedores, colocar a los erizos de mar con los cordados y poner a las vacas más cerca de las ballenas que de los caballos. (17) Además, el análisis crítico de este tipo de fechado filogenético revela incertidumbres tan grandes que los resultados carecen prácticamente de significado. (18)
La homología (la similitud no funcional, como las extremidades de cinco dígitos de los anfibios, reptiles, aves y mamíferos) se cita a menudo como evidencia de la macroevolución, pero la investigación genética muestra una falta de correspondencia entre los genes y la estructura de las extremidades. El embriólogo Gavin de Beer se pregunta: “¿Qué mecanismo podría existir que termina produciendo órganos homólogos, los mismos ‘patrones’, a pesar de que no están controlados por los mismos genes?”. (19)
El fracaso del neodarwinismo no es ninguna sorpresa para los matemáticos. Sir Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe han escrito un libro, Why Neo-Darwinism Doesn’t Work [Por qué no funciona el neodarwinismo], sobre el tema. (20)
El biólogo Michael Behe ha brindado verificación experimental empírica de estos cálculos probabilísticos analizando la lucha del hombre contra la malaria, que es un microbio unicelular con una población “muchísimo más vasta que cualquier especie animal o de plantas”, resultando en una tasa de reproducción y de mutación muchísimo mayor. El tiempo relativo para que la malaria desarrolle una resistencia a la atovacuona (una droga que requiere una mutación de un punto) en comparación con la cloroquina (que requiere dos mutaciones) concuerda razonablemente con los cálculos de probabilidades. “En promedio, para que los humanos logren una mutación como ésta al azar, deberíamos esperar (1015 años)” (21), 100.000 veces más que la edad del universo. La resistencia natural del hombre a la malaria es la hemoglobina falciforme, que ha “surgido independientemente no más que unas pocas veces en los últimos 10.000 años, posiblemente una sola vez”, (22) aun cunado requiere sólo una mutación de un punto.
El descubrimiento de los genes reguladores, que pueden “encender” y “apagar” los genes para producir cambios enormes en el fenotipo, presenta un nuevo dilema. El paleontólogo Jack Horner predice que en 50 años “podremos activar interruptores genéticos… y volver a crear un dinosaurio a partir de un ave”. Pero esto hace que el neodarwinismo sea aún menos plausible. La probabilidad de que formas de vida complejas evolucionen de la materia no viva por azar es insuperable, pero parece aún mas improbable evolucionar también una clase de genes reguladores y el material genético para adaptarse a condiciones ambientales futuras aún no experimentadas. Eso requeriría una superinteligencia, atribuyendo un carácter divino y mitológico a la selección natural. Irónicamente, los creacionistas han sugerido mucho tiempo atrás que los cambios observados en las formas de vida posteriores a Génesis 1 podrían estar basados en material genético sobrante, respondiendo a cambios ambientales, una idea hecha posible ahora por los genes reguladores.
Aun cuando la macroevolución parece improbable mediante la vía tradicional (y los genes reguladores son un fuerte argumento a favor del creacionismo), el carácter mitológico del neodarwinismo sigue manteniéndolo como la teoría dominante. Como dice Behe: “La mayoría de los biólogos trabajan dentro de un marco darwiniano y simplemente suponen lo que no puede demostrarse”. (23) Los evolucionistas llegan a afirmar que los genes reguladores hacen que el neodarwinismo sea más plausible porque el equilibrio intermitente se explica mejor por los genes reguladores, pero esto sólo enfatiza cómo el mito de la macroevolución debe ser protegido con un celo religioso. Este es, en realidad, un argumento a favor de la evolución teísta, porque el resultado más probable de las mutaciones aleatorias en los genes reguladores es una monstruosidad.
El próximo y último artículo resumirá las implicaciones del mito de la evolución y por qué mantiene su aura científica a pesar de la evidencia contraria.
(1) Jonathan Sarfati, Refuting Evolution (Green Forest, AR: Master Books, 1999), 31-46.
(2) Sean B. Carroll, “The Big Picture,” Nature 409 (February 8, 2001): 669.
(3) Julian Huxley, Evolution, the Modern Synthesis (New York and London: Harper Brothers, 1943), 116.
(4) Pierre-P. Grassé, Evolution of Living Organisms, (New York: Academic Press, 1977), 107.
(5) Charles Mann, “Lynn Margulis: Science’s Unruly Earth Mother,”Science 252 (April 19, 1991): 378-381.
(6) Scott F. Gilbert, John M. Opitz, and Rudolf A. Raff, “Resynthesizing Evolutionary and Developmental Biology,” Developmental Biology 173 (1996): 357-72.
(7) E. Peter Volpe and Peter A. Rosenbaum, “Mutation,” capítulo 4 enUnderstanding Evolution, 6th ed. (Boston: McGraw Hill, 2000).
(8) Roger Lewin, Thread of Life: The Smithsonian Looks at Evolution(Washington, D.C.: Smithsonian Books, 1982), 114-5.
(9) Sandra Alters and Brian Alters, Biology: Understanding Life (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, 2006), 289.
(10) David Krogh, Biology: A Guide to the Natural World, 3rd ed, (Upper Saddle River, NJ: Prentice Hall, 2005), 380-1.
(11) James Valentine et al., “The Biological Explosion at the Precambrian-Cambrian Boundary,” Evolutionary Biology 25 (1991): 279-356.
(12) Jonathan Wells, Icons of Evolution, (Washington, D.C.: Regnery, 2002), 41.
(13) James W. Valentine and Douglas H. Erwin, “Interpreting Great Developmental Experiments: The Fossil Record,” Development as an Evolutionary Process, ed. Rudolf Raff and Elizabeth Raff (New York: Alan R. Liss, 1985), 100.
(14) Stephen Jay Gould, “Evolution’s Erratic Pace,” Natural History 86 (May 1987): 14.
(15) James W. Valentine and Douglas H. Erwin, loc cit, (1987), 84-85, 88.
(16) Steven M. Stanley, Macroevolution: Patterns & Process (San Francisco: W. H. Freeman, 1979), 82.
(17) Jonathan Wells, loc cit (2002), 51.
(18) Dan Graur and William Martin, “Reading The Entrails Of Chickens: Molecular Timescales of Evolution and the Illusion of Precision,” TRENDS inGenetics 20 (February 2004): 80-6.
(19) Gavin de Beer, Homology: An Unsolved Problem (London: Oxford University Press, 1971), 16.
(20) Sir Fred Hoyle and Chandra Wickramasinghe, Why Neo-Darwinism Doesn’t Work (Cardiff, Wales: University College Cardiff Press, 1982).
(21) Michael Behe, The Edge of Evolution (New York: Free Press, 2007), 44-63, 61.
(22) Michael Behe, loc cit, (2007), 26.
(23) Michael Behe, loc cit, (2007), p 9.
Las exposiciones anteriores han mostrado que la teoría de la evolución se parece más a un mito de creación que a una teoría científica. Un mito puede ser verdadero o falso, pero su característica principal es que valida el pensamiento, las prácticas y los ideales de una cultura. La evolución explica nuestra existencia dentro del marco de nuestra cultura moderna de naturalismo, que no tiene ninguna necesidad de un dios.
Un mito no puede ser demostrado, o refutado, con la tecnología de la cultura; un mito requiere fe. Los evolucionistas deben tener fe de que los organismos vivos aparecieron espontáneamente de la materia no viva sobre la tierra (abiogénesis) o de fuentes extraterrestres. Se requiere fe porque no se ha realizado jamás ninguna demostración de esta capacidad en ningún nivel, y porque los cálculos de las probabilidades argumentan fuertemente en su contra. Los evolucionistas también deben tener fe de que las formas de vida simple evolucionaron a lo largo de eras geológicas hacia formas de vida más complejas a través del mecanismo extraordinariamente raro de las mutaciones beneficiosas aleatorias, y que formas de vida disímiles evolucionaron desde un ancestro común mediante el mismo mecanismo. Pero los datos apoyan la tesis de un diseñador inteligente común tan bien (o tan mal) como la tesis de la macroevolución.
La teoría de la evolución no sólo cumple con los criterios de un mito de creación sino que no cumple con un criterio crítico de una teoría científica: no puede ser falsada. Para que una teoría sea considerada científica, debe ser posible idear una prueba controlada tal que un resultado negativo muestre que la teoría es falsa. Pero no existe ninguna prueba tal para la evolución, porque está basada en sucesos irrepetibles que ocurren una vez en la vida que pueden, por lo tanto, “explicar” cualquier cosa.
Aun la evidencia circunstancial aparentemente fuerte contra la macroevolución mediante mutaciones aleatorias es descartada rápidamente. La naturaleza simbiótica de formas de vida marcadamente disímiles es un ejemplo. ¿Por qué deberían las frutas y vegetales tener un sabor y un olor que apelan a los animales y a los humanos cuando se cree que las plantas y los animales siguieron caminos evolucionistas completamente separados? Esta dificultad hizo que el zoólogo evolucionista Pierre-Paul Grassé comentara:
“[Según] la teoría darwiniana … una planta individual o un animal individual requerirían miles y miles de sucesos fortuitos y apropiados. Por lo tanto, los milagros pasarían a ser la regla: sucesos con una probabilidad infinitésima no podrían dejar de ocurrir ... No hay ninguna ley contra fantasear, pero la ciencia no debería permitirse hacerlo”. (1)
Esto enfatiza el carácter de mito de la evolución. El matemático/filósofo Wolfgang Smith agrega:
“La doctrina de la evolución se ha extendido por todo el mundo, no por la fortaleza de sus méritos científicos, sin precisamente por su capacidad como mito gnóstico. Afirma, de hecho, que los seres vivos se crearon a sí mismos que es, en esencia, una afirmación metafísica... el evolucionismo es por cierto una doctrina metafísica ataviada con una vestimenta científica”. (2)
Como resultado, algunos científicos están comenzando a ver al darwinismo de la misma forma que otros ven a la religión. Después de todo, tiene un profeta (Charles Darwin), un sacerdocio y un cuerpo de conocimiento secreto. La historiadora de la ciencia Marjorie Greene dice: “Es como religión de la ciencia que el darwinismo principalmente ha tomado, y toma, las mentes de los hombres... La teoría darwiniana se ha convertido en una ortodoxia predicada por sus adherentes con fervor religioso y de la que dudan, sienten, sólo unos pocos buscapleitos imperfectos en la fe científica”. (3)
La bióloga evolucionista Lynn Margulis cree que “el neodarwinismo terminará siendo considerado como sólo ‘una secta menor del siglo XX dentro de la extendida creencia religiosa de la biología anglosajona’”. (4)
Grassé observa: “El azar se convierte en una especie de providencia que, bajo la cubierta del ateísmo, no es nombrado pero es adorado secretamente”. (5) Siente que es “el deber (de los biólogos) destruir el mito de la evolución... pensar en las debilidades de las interpretaciones y extrapolaciones que los teóricos presentan o fijan como verdades establecidas”. (6)
No obstante, la teoría neodawiniana de la evolución probablemente continuará como el paradigma científico predominante en el futuro predecible por al menos varias razones relacionadas con su carácter mitológico:
1. La teoría de la evolución es el mito de creación de científicos a los que se les enseñó a buscar explicaciones naturalistas para los fenómenos naturales observados y, en este contexto, es la única posibilidad que existe. T. S. Kuhn señala en The Structure of Scientific Revolutions: “La decisión de rechazar un paradigma es siempre simultáneo con la decisión de aceptar otra”. (7) Por lo tanto, si bien la investigación científica podrá acumular más y más datos, no se encontrará jamás ninguna respuesta absoluta o mecanismo definido mientras que los datos sean vistos a través de la lente del mito de creación naturalista. Así que el neodarwinismo continuará siendo la teoría dominante –aun modificado ligeramente en sus detalles– porque es el único paradigma naturalista.
2. Kuhn observa también que los científicos que han escrito artículos apoyando una idea específica son reacios a cambiar de opinión. (8) El darwinismo y el neodarwinismo han sido las teorías dominantes durante más de 100 años y 50 años respectivamente; si la evolución a través de mutaciones aleatorias está equivocada, hay incontables libros de texto y artículos de investigación erróneos de científicos destacados. Por lo tanto, aun cuando nuevos datos apunten a un mecanismo alternativo, probablemente pase mucho tiempo antes que sea aceptado como el paradigma dominante.
3. Tal vez el argumento más convincente para justificar la longevidad de la teoría de la evolución es que es el mito de creación de un segmento de la población mucho mayor y más influyente que los científicos, es decir los ateos, incluyendo cristianos culturales no creyentes. Las encuestas muestran que los ateos confirmados comprenden mucho menos que el 10% de la población estadounidense, (9) pero su influencia –especialmente en políticas públicas y en las universidades– excede largamente sus números. Todo lo que refleja negativamente sobre la mitología de la evolución se enfrentará a una fuerte e implacable oposición de parte de estas personas, porque la principal alternativa al mito de creación de la evolución es la idea de un Dios-creador, y esto destruye el fundamento del ateísmo. La reacción exagerada de los principales medios ante la inauguración del Museo de la Creación en Kentucky, en 2007, ilustra este punto, así como el hecho de que una nueva raza de ateos militantes ha empezado a referirse a los cristianos como “intolerantes” y “terroristas”, y a acusarlos de muchos males sociales, incluyendo la guerra.
Los cristianos fundamentalistas también contribuyen al problema al mostrar a la ciencia como enemiga de Dios, en vez de una potencial fuente de apoyo. No entienden la sutil –pero esencial– distinción entre unacausa naturalista y un mecanismo naturalista. Una causa naturalista implica que algo ocurre debido a procesos naturales autodirigidos, pero Dios puede usar procesos naturales como un medio para efectuar su voluntad. De hecho, la Biblia deje en claro que Dios usa fenómenos naturales de una forma hípernatural para producir milagros, de los cuales el cruce del Mar Rojo por los israelitas es el ejemplo más claro. (10)
Los científicos que buscan minimizar la dependencia de argumentos sobrenaturales y comprender del mundo de una forma sincera deben ser alentados, no denigrados. Algunos de los mayores avances científicos han sido hechos por cristianos que creen que “conocer al Santo es tener discernimiento”. (11) y encuentran este conocimiento a través de su trabajo, y que también creen (junto con Michael Faraday) que “su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él [Dios] creó”. (12)
La ciencia no es el enemigo, ni los científicos. El enemigo es la mitología que se hace pasar por ciencia.
(1) Pierre-P. Grassé, Evolution of Living Organisms, (New York: Academic Press, 1977), 103-4.
(2) Wolfgang Smith, Teilhardism and the New Religion (Rockford, IL: TAN Books and Publishers, 1988), 242.
(3) Marjorie Grene, “The Faith of Darwinism,” Encounter 74 (November 1959), 48.
(4) Charles Mann, “Lynn Margulis: Science’s Unruly Earth Mother,”Science 252 (April 19, 1991): 378-81.
(5) Pierre-P. Grassé, loc cit (1977), 107.
(6) Pierre-P. Grassé, loc cit (1977), 8.
(7) Thomas S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, 3rd ed. (Chicago: The University of Chicago Press, 1996), 77.
(8) Thomas S. Kuhn, loc cit (1996), 59.
(9) http://www.geocities.com/richleebruce/mystat.html;http://www.adherents.com/rel_USA.html (10) Éxodo 14:21-22, 27.
(11) Proverbios 9:10
(12) Romanos 1:20
Traducción: Alejandro Field
Trabajo en artículos original: Evolution as Mythology
Editor, revisor, corregidor y aportador de un articulo en una acotación Edgar Ramírez para: www.culturacristiana.org
Autores:
Dr. Hugh Henry received his Ph.D. in Physics from the University of Virginia in 1971, retired after 26 years at Varian Medical Systems, and currently serves as Lecturer in Physics at Northern Kentucky University in Highland Heights, KY.
Mr. Daniel J. Dyke received his Master of Theology from Princeton Theological Seminary 1981 and currently serves as Professor of Old Testament at Cincinnati Christian University in Cincinnati, OH.
Mr. Daniel J. Dyke received his Master of Theology from Princeton Theological Seminary 1981 and currently serves as Professor of Old Testament at Cincinnati Christian University in Cincinnati, OH.
Dr. Charles Cruze received his Ph.D. in Pharmaceutical Sciences from University of Tennessee Center for Health Sciences in 1977, and currently works in research at Procter & Gamble Pharmaceuticals.
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