miércoles, 26 de octubre de 2011

Ni “micro” ni “macro”; Evolución, Diversidad, Cambio Adaptativo, o Deriva.


Felipe Aizpún
Director Editorial de la OIACDI

Uno de los conceptos más controvertidos en el debate sobre la evolución es la diferencia entre lo que se ha venido llamando microevolución y lo que conocemos habitualmente como macroevolución. Ya hemos comentado en anteriores ocasiones, cómo esta confusión interesada ha venido suponiendo un concepto distorsionador del conocimiento científico y un prejuicio ideológico que ha limitado y confundido durante décadas la labor de los investigadores. Vale la pena que hagamos una reivindicación exigente e imperiosa. La de proclamar que los procesos de cambio de los seres vivos no son en absoluto reducibles a un único modelo, ni desde el punto de vista de los mecanismos actuantes ni desde el punto de vista de la finalidad que los impulsa y dirige. Sólo si abrimos nuestra mente a una concepción más amplia y nunca uniformadora de dichos procesos podremos avanzar con seguridad en el conocimiento de los organismos biológicos y de su historia.
Creo que no es desacertado proponer que podemos distinguir al menos cuatro tipos de procesos de cambio diferentes. Por un lado, encontramos procesos de cambio fortuitos, verdaderas mutaciones en el sentido darwinista tradicional del término, que se producen de forma accidental y que probablemente podamos identificar de manera general como errores de transcripción en la secuencia de nucleótidos del ADN. Sobre este tipo de transformaciones sabemos que generalmente son cambios deletéreos, desorganizaciones del genoma que acarrean disfunciones y enfermedades. Ocasionalmente alguno de estos errores de transcripción pueden desembocar en variaciones positivas, pero de acuerdo con el excelente trabajo del profesor Behe “Experimental Evolution, Loss of Function Mutation, and the First Rule of Adaptive Evolution” (The Quarterly Review of Biology, Diciembre 2010) tales ventajas funcionales suelen provenir de la pérdida o modificación de funciones moleculares preexistentes. Además, es también importante reseñar que, al margen del origen de la novedad, la generalización en una determinada población de algún rasgo novedoso no implica que se haya producido necesariamente según la lógica del discurso darwinista por su ventaja adaptativa y su superioridad reproductiva sino que, no es descartable, tal como propone la teoría neutralista de Kimura y de no pocos seguidores de sus opiniones, que sea consecuencia de un simple proceso de deriva genética que asegure la estabilización de un determinado rasgo novedoso en una población dada. En este ámbito no hay que olvidar que el discurso adaptacionista no es otra cosa que un mantra auto-impuesto, un dogma asumido como certeza para dotar de consistencia al mecanismo naturalista de emergencia de las formas biológicas novedosas.
En segundo lugar parecen existir cambios de carácter finalista y adaptativo. Estos cambios han sido descritos profusamente en el libro de Shapiro que nos ha ocupado recientemente un buen número de comentarios (Evolution; a view fron the 21st Century). Estos eventos, si hemos de aceptar como consistentes las conclusiones de Shapiro apoyadas en una enorme cantidad de literatura científica, se definen como producto de procesos de ingeniería genética y representan episodios de respuesta específica a cambios concretos acaecidos en el entorno del organismo vivo. Dos características importantes los definen. Una, que las respuestas tienen que formar parte necesariamente de un acervo de posibilidades programadas que se desencadenan por procesos semióticos de señales, identificación y respuesta. Y dos, que son de naturaleza teleológica y están destinados a garantizar la supervivencia y conservación de los organismos que los experimentan.
A continuación podemos vislumbrar un tercer tipo de cambio en los organismos vivos que nos introduce ya de lleno en el terreno de las adivinaciones. Observamos que muchos organismos presentan una gran diversidad en forma de especies diferenciadas pero cercanas en torno a una misma forma biológica perfectamente identificable. Así por ejemplo cuando decimos que existen 5.000 especies diferentes de libélulas estamos asumiendo varias cosas. Primero que existe una clase (en inglés, “Kind”) central perfectamente identificable y un número más o menos grande de variaciones que han dado lugar a poblaciones reproductivamente aisladas que denominamos especies. Asumimos también que la diversificación se ha producido de forma espontánea y fortuita mediante desviaciones en el proceso de reproducción. No cabe duda de que una descripción en términos básicamente darwinista de este proceso es muy razonable desde el punto de vista de los mecanismos en acción; sin embargo, la idea de que tales explosiones de riqueza y diversidad sean casos “únicamente” fortuitos es más que discutible. Más parece el desarrollo de un abanico de posibilidades encriptadas en el programa informacional del genoma de tales organismos; el desarrollo eficaz, en definitiva, de un potencial atesorado en el seno de tales genomas, con capacidad para la expresión de variaciones en torno a un mismo tema, pero sin capacidad para abandonar el marco general morfológico del organismo en cuestión.
El último fenómeno de cambio es el que denominaremos estrictamente Evolución, es decir, el proceso de emergencia de las grandes novedades morfológicas, como la aparición de los planes corporales (phylum) o de los sistemas funcionales de imposible evolución gradualista. No hace falta decir que este tipo de fenómenos quedan perfectamente fuera de nuestra capacidad de observación y que cualquier cosa que al respecto queramos proponer no será nunca nada más que una especulación bienintencionada carente de soporte empírico que lo justifique. Esta afirmación resulta más evidente si entendemos, como aquí pretendo exponer, que las aproximaciones a este enigma científico sin igual se han hecho siempre desde la asunción indemostrada y gratuita de que los cambios observados en procesos de otra bien distinta naturaleza como los descritos en los tres primeros ejemplos, “deben” de ser similares a los que generan tan sorprendentes novedades. Si somos capaces de comprender que no hay ningún dato científico que avale tan arriesgada hipótesis comprenderemos que nuestro desconocimiento de lo que estrictamente debemos de entender por Evolución es, todavía a fecha de hoy, absolutamente descorazonador.
La confusión que pretende subsumir todos los procesos de cambio en uno solo y definir a todos ellos como Evolucion no es solamente interesada tal como ya hemos explicado en otras ocasiones sino que, si nos paramos a reflexionar, supone un error categorial de tal magnitud que podemos responsabilizarlo de haber representado el mayor motivo de oscurecimiento en el avance de la ciencia de la biología evolutiva en el último siglo y medio. Y es que el error procede exactamente de mediados del siglo XIX cuando el bueno de Charles Darwin, nos ofreció lo que algunos han definido como “la más grande idea original producida por la mente humana”. Desde el comienzo, el modelo darwinista venía a exigir que la evolución, es decir la emergencia de cualquier novedad biológica por compleja y original que fuera, debía de ser entendida como la acumulación progresiva de forma gradual de infinitesimales variaciones acaecidas de manera accidental. Este principio esencial al darwinismo desde sus orígenes se alimenta de dos ideas confluentes, una el gradualismo imprescindible para poder definir el proceso como estrictamente natural, y dos la idea del uniformitarianismo tomada de su maestro y casi preceptor intelectual el geólogo Lyell. De la misma manera que la geología asumía que los procesos de cambio graduales y sucesivos que habían dado forma a nuestra orografía se habían mantenido constantes en el tiempo, también los procesos de cambio de las formas biológicas se habrían guiado por idéntico patrón de cambio a lo largo de los tiempos. Desde entonces la confusión de todos los procesos de cambio en un proceso único achacable a un único recurso explicativo en términos de mecanismos y causalidad ha presidido la ceremonia de la confusión.
Pero el error no podía perpetuarse si su formulación no se hubiese adecuado convenientemente a los progresos de la investigación científica. Por eso la Síntesis Moderna que asumía la unificación de las intuiciones puramente especulativas de Darwin con los novedosos datos de la genética necesitaba una nueva formulación y fue Theodosius Dobzhansky quien no tardó en aportar la solución requerida. En su obra famosa “Genetics anfd The Origin of Species” de 1951, manifiesto central de las propuestas de la Teoría Sintética de la Evolución, Dobzhansky consagró su definición del proceso evolutivo como “cambio en la frecuencia de un alelo en un acervo genético determinado”. Esta definición cumple a las mil maravillas el propósito de confundir todos los procesos de cambio en uno solo ya que la visión gen-centrista adoptada en la época asumía (equivocadamente) que los genes contenían toda la información necesaria para la construcción de cualquier organismo vivo, de forma que toda modificación en el fenotipo podía explicarse simplemente como el cambio en la secuencia de nucleótidos del material genético contenido en el ADN de cada especie. De esta forma, micro y macro-evolución se confunden en un proceso simple y único que se va diferenciando por mera acumulación de variaciones.
La idea de que tales procesos descritos son de naturaleza diferente, y que por lo tanto no podemos hacer extrapolaciones, supone evidentemente abandonar un modelo explicativo de la realidad vigente durante siglo y medio; pero la tozuda realidad parece llevarnos de forma irreversible en esa dirección. Recordemos por una parte cómo no hace mucho (el pasado 1 de Octubre) nos referíamos a la obra de Shapiro tantas veces mencionada y veíamos cómo en ella el autor reconocía (involuntariamente) que la extrapolación de los mecanismos de cambio observables en modificaciones adaptativas a la generación de las grandes novedades morfológicas no es otra cosa que una hipótesis carente de sustento empírico si bien, pretendía Shapiro, se trataba de una especulación contra la que no podía exhibirse evidencias científicas que la invalidaran. Tal como argumentábamos en su día, la imposibilidad de refutar mediante datos de la realidad tal hipótesis quiere decir simplemente que carecemos de datos de ningún tipo al respecto, ni a favor ni en contra, y que el hecho de carecer de dato alguno al respecto sólo puede honestamente ser interpretado como una confesión de ignorancia en torno a los procesos de la Evolución en sentido estricto.
En un nuevo libro de amplia repercusión y recientemente publicado “The Logic of Chance” del científico de origen ruso afincado en USA Eugene Koonin (Senior Investigator at the National Center for Biotechnology Information, y autor de más de 600 artículos científicos sobre biología y evolución) el autor se refiere a los problemas que debe enfrentar la Teoría Sintética de la Evolución en la actualidad y señala de entre los tres más destacados, el que “la Síntesis Moderna realiza un enorme salto de Fe al extender los mecanismos y modelos establecidos para la microevolución a los procesos macroevolutivos” (pág 19). No es en definitiva sino un ejemplo más que viene a refrendar la necesidad de discernir los distintos procesos de transformación experimentados por los seres vivos. Pretender que la observación y el conocimiento de algunos de los mecanismos en juego para algunos de estos procesos nos desvelan la naturaleza y el sentido de otros hipotéticos procesos nunca observados es de una osadía desbordante. Seamos cautos; reconozcamos qué es lo que sabemos y qué es lo que ignoramos. Apliquemos nuestra capacidad de razonar a los datos sorprendentes que la ciencia nos desvela y busquemos la explicación más razonable. Y finalmente, como no puede ser de otra manera, sigamos el argumento a donde quiera que nos lleve.

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