LIBERALISMO CLÁSICO Y RELIGIÓN
LIBERALISMO CLÁSICO Y RELIGIÓN
Rev. Edmund A. Opitz
The Freeman, Noviembre de 1985
El liberalismo clásico creó una nueva y
revolucionaria visión de la política y del
Estado, de su naturaleza y sus funciones propias. Entendemos mejor este cambio radical en el pensamiento político comparando
el Estado secular del liberalismo clásico, con su polo opuesto, que está en el
mundo antiguo. Fustel de Coulanges, gran autoridad académica sobre el tema, en
“La ciudad antigua” (1864) nos explica
que en la Antigüedad “el Estado era una comunidad religiosa, el rey era un
pontífice, el juez era un sacerdote, y la ley era una fórmula sagrada.”
La polis griega era la Iglesia y el Estado en
una sola y misma entidad; Julio César era el Pontifex Maximus; y el ciudadano
estaba ligado al Estado en cuerpo y alma.
Cuando de este modo las obligaciones cívicas y
religiosas se unen y se deben a la misma institución, entonces tenemos el poder
absoluto, tan temido por Lord Acton.
El enorme éxito del liberalismo clásico, con
sus raíces en la Era y el espíritu de la Reforma Protestante, fue la
desacralización total del orden político, desligando el Estado de sus
pretensiones morales y religiosas. A lo largo de la historia habían prevalecido “Sacros” Imperios
y “santas” monarquías, reclamando sanciones trascendentes para sus decisiones;
y el Estado fue venerado como un orden de salvación. Pero ahora, las sanciones
del Estado iban a ser mucho más modestas, y sus objetivos limitados a las
funciones de mera policía: “el Estado-gendarme”, o también “vigilante
nocturno”, como los críticos del Gobierno limitado le llamaron despectivamente.
Más allá de sus restringidas competencias ya no asumiría el Estado responsabilidades
en la regeneración moral y espiritual de hombres y mujeres.
Ludwig von Mises en “Liberalismo” (1927) escribe
que “el liberalismo atañe exclusivamente con el bienestar material del hombre,
pero no por un desprecio de los bienes espirituales, sino por la convicción de
que lo más elevado y profundo en el hombre no puede ser alcanzado por ninguna
regulación externa.” La renovación y orientación de la mente y el espíritu
humanos, en adelante serían tareas ya no del Estado sino de las escuelas e
Iglesias ---en el sentido más ampliode los términos--- por lo cual estas
instituciones se quitarían del paraguas de los gobiernos, y asumirían la
autonomía necesaria para el buen logro de sus respectivos propósitos. “Separación
de Iglesia y Estado” repetimos hoy sin cesar y sin mucho pensar, porque la idea
de Estado laico es ahora un lugar común. Pero fue una idea muy novedosa en el
siglo XVII, y no ha echado raíces en cualquier parte del mundo, sino en
aquellas regiones sensibles a la influencia del liberalismo clásico. ¿Cuál fue
la idea germinal que con el tiempo derivó en el concepto de un Estado secular,
no sagrado? ¿Y en cuál entorno dicha semilla echó sus raíces? En unmedio
ambiente cultural en el que cualquier cosa podía adquirir un aura de divinidad: árboles, ríos, piedras, animales,
y también el orden social en su conjunto. Y donde, por supuesto, había desde
siempre reyes-sacerdotes, reyes
“santos” y Emperadores “divinos”.
Pero el Antiguo Testamento registra una clara
ruptura con esta mentalidad omni-sacralizante, estableciendo un nuevo punto de
partida que elimina por completo la idea
de lo sagrado de la naturaleza y de la sociedad, y que se basa exclusivamente en la divinidad que no es
inmanente sino trascendente: “¡Yo soy el
Señor, el Santo, el Creador de Israel, vuestro Rey!” dice la Escritura. Y Henry
Frankfort en “Reyes y Dioses” (1948), nos explica: “En comparación con Egipto e
incluso la Mesopotamia, la realeza de los israelitas no tiene carácter divino.
La relación entre el monarca hebreo y su
pueblo fue tan secular como fue posible en
una sociedad donde la religión era una fuerza viva y manifiesta”. La
distinción entre lo civil y lo sagrado
se agudiza más aún en el Nuevo Testamento,
especialmente en el texto donde a una pregunta tramposa Jesús responde:
“Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es
de Dios”. El reino de César, el Estado,
es ahora rebajado de su elevado sitial. El Estado es una institución necesaria y útil, práctica, pero no divina.
Porque sólo Dios es santo, y hay algo de
divino también en las personas individuales, pero no en el orden social.
El Estado es cosa secular.
Hay un ámbito estrictamente privado en el hombre,
tocado por lo sagrado, al que sólo el individuo tiene acceso legítimo. La
invasión de este “Yo” por cualquier otra
persona o entidad, constituye una transgresión, y el aparato coactivo del Estado se configura precisamente
para castigar este tipo de crímenes,
constituyéndolos en delitos. El asesinato flagrante es la peor de las violaciones, y es asunto de la ley su castigo.
El robo es una violación de los derechos
de propiedad, y esta es la base de las leyes contra el mismo. Y como ninguna
persona puede ser responsable de sus actos, ni realizar su potencial a menos que sea libre, la ley trata de
garantizar igual libertad para todos. En
resumen, cada persona tiene sus inherentes derechos individuales a su vida, libertad y propiedad, derivados de una fuente
más allá de la naturaleza y de la sociedad,
y es la función de la Ley garantizar estos derechos.
Por otro lado, es claro que la capacidad
coactiva del Estado para castigar el mal
no debe crear ninguna expectativa de que puede a la fuerza hacer el bien.
La bondad debe ser voluntaria, y todo lo
que un Gobierno puede hacer en su nombre
consiste en poner contención a los malhechores, y así crear “un campo
libre y abierto, mas no en favor” del
bien, donde toda clase de recto pensamiento, noble sentimiento y buen comportamiento pueda tener
lugar, pero de modo voluntario.El Estado comenzó a salir del ámbito de la religión
a principios de la Era
Moderna, y así la prensa se hizo libre, y la expresión
circuló sin trabas ni censuras. Adam
Smith demostró que la economía no necesitaba controles políticos, sólo el Estado de Derecho, que
preserva la cooperación social mediante la división del trabajo. Entonces fue
que las mejores cosas de la vida comenzaron a florecer en las esferas privadas,
por fuera del dominio de la política: la familia, la amistad, el compañerismo,
la conversación, el trabajo, las aficiones, el arte, la música, la adoración... Fue una visión noble,
pero no prometió una Utopía, y por eso decepcionó tanto a quienes reclamaban un
cielo en la tierra; y se perdió. Pero con un poco más de realismo en este
punto, puede ser recuperada.
Traducción: Alberto Mansueti
Original:
http://www.thefreemanonline.org/columns/liberalism-and-religion/
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