LA IGLESIA IMPERIAL (Nacimiento de la Iglesia Católica Romana)
LA
IGLESIA IMPERIAL
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HISTORIA DE LA IGLESIA CRISTIANA JESSE
LYMAN HURLBUT
En el período que comenzamos ahora el hecho más notable y también
el más poderoso, para bien y para mal, fue la victoria del cristianismo. En 305
d.C, cuando Diocleciano abdicó el trono imperial, la religión cristiana estaba
terminantemente prohibida. Su profesión se castigaba con tortura y muerte, y
todo el poder del estado se ejercía en contra de la misma. Menos de veinte años
después, en 324 d.C, se reconoció al cristianismo como la religión oficial del
Imperio Romano y un emperador cristiano ejercía autoridad suprema con una Corte
de cristianos profesantes a su derredor. En un instante, los cristianos pasaron
del anfiteatro romano, donde tenían que enfrentarse con los leones, a ocupar un
sitio de honor en el trono que regía al mundo.
Poco después de la abdicación de Diocleciano, en 305 d.C, cuatro
aspirantes a la corona imperial estaban en guerra. Los dos rivales más
poderosos eran Maxencio y Constantino, cuyos ejércitos se enfrentaron en el
Puente Milvian, sobre el Tíber, a dieciséis kilómetros de Roma, 312 d.C
Maxencio representaba al elemento pagano perseguidor. Constantino era amistoso
con los cristianos aunque en ese tiempo no profesaba ser creyente. Afirmaba haber
visto en el cielo una cruz luminosa con el lema: "Hoc Signo Vinces":
"Por esta señal conquistarás", que más tarde adoptó como insignia de
su ejército. La victoria fue de Constantino y Maxencio se ahogó en el río. Poco
después, en 313 d.C., Constantino promulgó su famoso Edicto de Tolerancia que
oficialmente puso fin a las persecuciones. No fue sino hasta 323 d.C. que
Constantino llegó a ser supremo emperador y que se entronizó al cristianismo.
El carácter de Constantino no era perfecto. Aunque por lo general era justo, a
veces era cruel y tirano. Se ha dicho que "la realidad de su cristianismo
era mejor que su calidad". Retrasó su bautismo hasta poco antes de su
muerte con la idea que prevalecía en su tiempo de que el bautismo lavaba todos
los pecados cometidos previamente. Si no fue un gran cristiano, sin duda fue un
político sabio, pues tuvo la percepción de unirse con el movimiento que tenía
el futuro de su imperio. De este repentino cambio de relaciones entre el
imperio y la iglesia se obtuvieron resultados mundiales y de vasto alcance.
Algunos de ellos buenos, otros malos, tanto para la iglesia como
para el estado. Podemos ver de inmediato que la nueva actitud del gobierno
benefició la causa del cristianismo. De una vez y para siempre cesó toda
persecución de cristianos. Durante más de doscientos años, los cristianos nunca
se vieron libres de acusación y muerte. Incluso en muchos períodos, como hemos
visto, todos habían estado en peligro inminente.
Sin embargo, desde la promulgación del Edicto de Constantino en
313 d.C., hasta que terminó el Imperio Romano, la espada de la persecución no
solo se envainó, sino que se sepultó. En todas partes se restauraban y reabrían
los edificios de las iglesias. En el período apostólico las reuniones se
celebraban en casas particulares y en salones alquilados. Después, durante el
tiempo del cese de las persecuciones, empezaron a levantarse edificios para las
iglesias. En la última persecución, durante Diocleciano, las autoridades
destruyeron muchos de estos edificios y otros los confiscaron. Ahora, todos los
que aún estaban en pie se restauraron y las ciudades pagaron a las sociedades
por los que derribaron.
A partir de este momento, los cristianos tuvieron libertad para
construir templos. De ahí que se empezaron a levantar edificios por doquier. En
su diseño seguían la forma y tomaban el nombre de la basílica romana o salón de
la corte: un rectángulo dividido en pasillos por hileras de pilares, teniendo
en un extremo una plataforma semicircular con asientos para los clérigos.
Constantino dio el ejemplo de construir grandes templos en Jerusalén, Belén y
en su nueva capital, Constantinopla. Dos generaciones después de Constantino
fue que empezaron a aparecer las imágenes en las iglesias. Los cristianos
primitivos se horrorizaban con todo lo que pudiese conducir a la idolatría.
Aunque todavía se toleraba la adoración pagana, los sacrificios
oficiales cesaron. El hecho de que un cambio tan radical de las costumbres
generales, entretejidas con toda celebración social y cívica, pudiese haberse
efectuado con tanta rapidez demuestra que las observancias paganas fueron por
mucho tiempo un simple formalismo y ya no expresaban la creencia de gente
inteligente. En muchos lugares los
templos se consagraron como iglesias. Esto sucedía especialmente en las
ciudades; mientras que en los remotos lugares rurales las creencias y la
adoración pagana perduraron por generaciones. La palabra "pagano"
originalmente significaba "morador del campo". Sin embargo, llegó a
significar, y aún significa, un idólatra, uno que no conoce la verdadera
adoración.
Por todo el imperio los templos de los dioses se sostuvieron principalmente por el tesoro público. Ahora estas donaciones se concedían a las iglesias y al clero. De forma gradual al principio, pero muy pronto en una forma general y más liberal, los fondos públicos fueron enriqueciendo a la iglesia. Los obispos, ministros y otros funcionarios del culto cristiano recibían su sostén del estado. Una donación bien recibida por la iglesia, pero al final de dudoso beneficio. Al clero se le otorgaron muchos privilegios, no todos por ley imperial, sino por costumbre que pronto llegó a ser ley. Ya no se les exigía el cumplimiento de los deberes públicos que eran obligatorios para todos los ciudadanos, pues los eximieron del pago de contribuciones. Todas las acusaciones en su contra se juzgaban ante cortes eclesiásticas. Los ministros de la iglesia pronto llegaron a formar una clase privilegiada en cuanto a la ley del país. Esto también, aunque fue un beneficio inmediato, desencadenó un mal para el estado y para la iglesia.
Por todo el imperio los templos de los dioses se sostuvieron principalmente por el tesoro público. Ahora estas donaciones se concedían a las iglesias y al clero. De forma gradual al principio, pero muy pronto en una forma general y más liberal, los fondos públicos fueron enriqueciendo a la iglesia. Los obispos, ministros y otros funcionarios del culto cristiano recibían su sostén del estado. Una donación bien recibida por la iglesia, pero al final de dudoso beneficio. Al clero se le otorgaron muchos privilegios, no todos por ley imperial, sino por costumbre que pronto llegó a ser ley. Ya no se les exigía el cumplimiento de los deberes públicos que eran obligatorios para todos los ciudadanos, pues los eximieron del pago de contribuciones. Todas las acusaciones en su contra se juzgaban ante cortes eclesiásticas. Los ministros de la iglesia pronto llegaron a formar una clase privilegiada en cuanto a la ley del país. Esto también, aunque fue un beneficio inmediato, desencadenó un mal para el estado y para la iglesia.
El primer día de la semana se proclamó como día de descanso y de
adoración. Su observancia pronto llegó a generalizarse en todo el imperio. En
321 d.C., Constantino prohibió que las cortes se abriesen los domingos, excepto
con el propósito de libertar esclavos. También en ese día los soldados tenían
la orden de no hacer sus ejercicios militares diarios. Sin embargo, los juegos
públicos continuaron el domingo, con la tendencia de hacer de ese día uno de
fiesta en vez de santo. Del reconocimiento del cristianismo como la religión
predilecta surgieron algunos buenos resultados para el pueblo y la iglesia. El
espíritu de la nueva religión se inculcó en muchas de las ordenanzas que
Constantino y sus sucesores inmediatos decretaron.
La crucifixión se abolió. Esta era una forma común de ejecutar los
criminales, excepto a los ciudadanos romanos que eran los únicos con derecho a
ser decapitados cuando los condenaban a muerte. Sin embargo, pronto Constantino
adoptó la cruz, emblema sagrado para los cristianos, como la insignia de su
ejército y la prohibió como instrumento de muerte. El infanticidio se frenó y
reprimió. En toda la historia anterior de Roma y sus provincias, cualquier niño
que su padre no deseaba, se asfixiaba o "abandonaba" a fin de que
muriera. Algunas personas hacían un negocio de recoger niños abandonados, los
criaban y luego los vendían como esclavos.
La influencia del cristianismo
impartió un carácter sagrado a la vida humana, aun en la de los niños más
pequeños, e hizo que el mal del infanticidio desapareciera de todo el imperio.
A través de toda la historia de la república romana y del imperio, hasta que el
cristianismo llegó a dominar, más de la mitad de la población era esclava sin
la más mínima protección de la ley. Si así lo deseaba, un hombre podía matar a
sus esclavos. Durante el dominio de uno de los primeros emperadores, un
ciudadano romano rico fue asesinado por uno de sus esclavos y, por ley, los
trescientos esclavos de su casa murieron. No tomaron en cuenta su sexo, edad,
culpa o inocencia. Pero con la influencia del cristianismo, el trato a los
esclavos llegó de inmediato a ser más humano. Se les otorgaron derechos legales
que nunca antes tuvieron. Podían acusar a sus amos de trato cruel. La
emancipación se aprobó y fomentó. Así, la condición de los esclavos mejoró y la
esclavitud poco a poco se abolió. Los juegos de gladiadores se prohibieron.
Esta ley se puso en vigor en la nueva capital de Constantino, donde el
Hipódromo nunca se contaminó con hombres que se matasen entre sí para placer de
los espectadores. No obstante, los combates siguieron en el anfiteatro romano
hasta 404 d.C., cuando el monje Telémaco saltó a la arena y procuró apartar a
los gladiadores. Al monje lo asesinaron, pero desde entonces cesó la matanza de
los hombres para placer de los espectadores.
Aunque el resultado del triunfo del cristianismo fue muy bueno,
inevitablemente la alianza del estado y la iglesia también trajo en su curso
muchos males. El cese de la persecución fue una bendición, pero el
establecimiento del cristianismo como religión del estado llegó a ser una
maldición.
Todos procuraban ser miembros de la iglesia y a casi todos los
recibían. Tanto los buenos como los malos, los que sinceramente buscaban a Dios
y los hipócritas que procuraban ganancia personal, se apresuraban a ingresar en
la comunión. Hombres mundanos, ambiciosos, sin escrúpulos, buscaban puestos en
la iglesia para obtener influencia social y política. El tono moral del
cristianismo en el poder era mucho más bajo que el que había distinguido a la
misma gente bajo el tiempo de la persecución.
Los servicios de adoración
aumentaron en esplendor, pero eran menos espirituales y sinceros que los de
tiempos anteriores. Las formas y ceremonias del paganismo gradualmente se
fueron infiltrando en la adoración. Algunas de las antiguas fiestas paganas
llegaron a ser fiestas de la iglesia con cambio de nombre y de adoración.
Alrededor de 405 d.C., en los templos comenzaron a aparecer, adorarse y rendirse
culto a las imágenes de santos y mártires. La adoración de la virgen María
sustituyó a la adoración de Venus y Diana. La Cena del Señor llegó a ser un
sacrificio en lugar de un acto recordatorio. El "anciano" evolucionó
de predicador a sacerdote. Debido al poder ejercido por la iglesia, no vemos al
cristianismo que transforma al mundo a su ideal, sino al mundo que domina a la
iglesia. A la humildad y la santidad de la época primitiva le sucedieron
ambición, orgullo y arrogancia entre los miembros de la iglesia. Había aun
muchos cristianos de espíritu puro, como Mónica, la madre de Agustín, y
ministros fieles tales como Jerónimo y Juan Crisóstomo. Sin embargo, la ola de
mundanalidad avanzó indómita sobre muchos de los que profesaban ser discípulos
de su humilde Señor.
Si se le hubiese permitido al cristianismo desarrollarse
normalmente sin tener el poder del estado, y si este hubiese continuado libre
del dictado de la iglesia, ambos hubieran sido mejores estando separados. Sin
embargo, la iglesia y el estado llegaron a ser una sola cosa cuando el imperio
adoptó al cristianismo como la religión oficial. De esta unión forzada
surgieron dos males: uno en las provincias orientales y otros en las
occidentales. En Oriente el estado dominaba de tal modo a la iglesia que esta
perdió toda su energía y vida. En Occidente, como veremos, la iglesia usurpó
poco a poco el poder al estado. Como resultado, no había cristianismo, sino una
jerarquía más o menos corrupta que dominaba las naciones europeas y que
convirtieron fundamentalmente a la iglesia en una maquinaria política.