lunes, 5 de abril de 2010

Darwinizando la moralidad

Hay todo un ramo de actividad dentro del imperio darwinista que trata de explicar la moralidad en términos de selección natural. Apenas pasa una semana sin un nuevo artículo que trate de explicar por qué los humanos recompensan la conducta moral y castigan la conducta inmoral. Algunos tratan de hacerlo buscando moralidad entre los animales, en un intento de seguir una progresión en una dinámica de moralidad entre bacterias, peces, insectos, aves, ratas, simios y Homo sapiens. Otros tratan de modelar la moralidad con la teoría de juegos. ¿Qué éxito tienen estos intentos? ¿Pueden explicar toda la aportación de ayuda voluntaria para las víctimas de Haití? ¿Pueden explicar al soldado que da su vida por sus amigos? ¿Pueden explicar a la persona que se enfrenta a un pelotón de ejecución por haber ayudado a gentes perseguidas?

Todos los intentos materialistas de explicación del instinto moral del hombre, de su conciencia de bien y mal, están abocados al más rotundo de los fracasos. Cada juicio moral que realiza el hombre constituye una prueba más de la realidad de Dios y del juicio absoluto que se avecina sobre toda iniquidad. Esta prueba, que surge de la naturaleza misma del hombre, recibe la única posible explicación de su origen, naturaleza y función en la Palabra de Dios.
Fotografía: Torah de la Sinagoga Glockengasse, Colonia, por Willy Horsch


  1. Moléculas altruistas: Uno de los enfoques más extremistas de la continuidad atribuía el altruismo a las moléculas. Con esto se quiere fundamentar la moralidad en el mismo origen de la vida: «Las moléculas altruistas pueden haber ayudado a generar el material genético de la vida», anunciaba PhysOrg. Cuando aquellas hebras de ARN estaban esforzándose por ensamblarse, según Nicholas V. Hud del Instituto Tecnológico de Georgia, unas pequeñas moléculas pueden haber actuado altruistamente como «comadronas moleculares» para ayudar al enlace de los pares de bases. No parece que Hud tuviera la intención de presentar este modelo como nada más que una metáfora, pero visualizaba una forma rudimentaria de moralidad ya desde el principio: «Una especie de molécula “altruista” que no formaba parte de los primeros polímeros genéticos, pero que fue crucial para la formación de los mismos.»
  1. Fuerzas evolutivas: Un reciente ejemplo de este género se encuentra en PhysOrg y Science Daily. «Durante mucho tiempo los investigadores se han sentido perplejos ante numerosas sociedades en las que extraños realizan rutinariamente actos voluntarios de bondad, respeto y beneficio mutuo a pesar de que hay involucrado a menudo un coste individual», comenzaban ambos artículos, descartando cualquier aportación desde la teología. «En tanto que las fuerzas evolutivas asociadas con el parentesco y la reciprocidad pueden explicar esta conducta cooperativa entre otros primates, estas fuerzas no explican fácilmente una conducta similar en grandes grupos no relacionados, como aquellos en los que viven la mayoría de los humanos».

Y aparece la teoría de Richard McElreath de la Universidad de California en Davis. Él y su equipo lo explican en términos de fuerzas de mercado, de creencias religiosas y de derecho penal. Su artículo en Science usaba la palabra «evolución» en el título: «Mercados, religión, tamaño de la comunidad, y la evolución de la equidad y del castigo»,1 y a todo lo largo del artículo. Las normas evolucionaron; y, con ellas, «trabajos recientes también han propuesto con cautela que ciertas instituciones, creencias y rituales de naturaleza religiosa pueden haber coevolucionado con las normas que dan apoyo a sociedades a gran escala y a un amplio intercambio». Se referían a «nuestra historia evolutiva» y a «enfoques evolutivos» para comprender nuestra «psicología evolucionada» expresada en la «evolución de la complejidad social» — evolución aquí, allá y acullá.

Se debería comprender que conceptos como equidad, normas, religión, confianza y otros términos de carácter moral se usaban en estos estudios sin referencia a ningunas normas absolutas. Se trata de meros soportes en un modelo conductista que trata de comprender cómo las fuerzas evolutivas producen comportamientos observados. Los autores trataban estas palabras como términos matemáticos. P. ej., «Argumentos teóricos sugieren que el castigo (MAO) debería relacionarse de manera más directa con el logaritmo natural de CS [tamaño de la comunidad], debido a que la eficacia de sistemas basados en reputación decae de forma aproximadamente proporcional con esta variable». Los «experimentos» a que se referían eran en realidad juegos: «usamos tres experimentos que diseñamos para medir las propensiones de individuos a la equidad y su buena disposición a castigar la injusticia a través de 15 poblaciones que varían en su grado de integración en el mercado y en su participación en las religiones del mundo», explicaban ellos. «Nuestros tres experimentos son los juegos del dictador, el ultimátum, y el castigo de tercera parte». Voluntarios en estos juegos inventados actúan a modo de cobayas de laboratorio para representar a poblaciones humanas reales bajo fuerzas evolutivas. (El lector debería recordar que las «fuerzas evolutivas» son pasivas, como los elementos pasivos en el juego «del millón»).

Este estudio, financiado en parte por fondos públicos gestionados por la Fundación Nacional de las Ciencias, «encontró que el castigo público, las creencias religiosas que pueden actuar como una forma de castigo psicológico, y la integración en mercado mostraban correlación con la equidad en los experimentos». No parece que «equidad» recibiese una definición independiente, que no constituyese una petición de principio, en el modelo que empleaban. Los castigados probablemente pensaban que su castigo era injusto. ¿Y fue cosa justa que estos investigadores materialistas aceptasen fondos públicos para tratar a sus semejantes como cobayas de laboratorio?

Karla Hoff, del Banco Mundial, comentando acerca de este artículo en el mismo número de Science,2 contemplaba estas mismas fuerzas evolutivas en su forma de ver las cosas: «Una sociedad no es sólo un grupo aleatorio de personas que comparten un territorio», decía: «Es un grupo que comparte marcos cognitivos y normas sociales. No podemos saber de cierto con qué equidad se comportaban nuestros antecesores en partidas de búsqueda de alimentos en situaciones en las que se carece de información acerca de relaciones, pero Henrich et al. nos acercan más a un conocimiento al estudiar a personas en sociedades simples que podrían ser muy parecidas a las de nuestros primitivos antecesores».

  1. Altruismo de barba verde: Hace una semana, en Science,3 Stuart A. West y Andy Gardner de Oxford daban una explicación más tradicionalmente darwinista del altruismo. Defendían la teoría de Hamilton de la aptitud inclusiva que «exponía cómo la selección natural podía conducir a comportamientos que disminuyen la aptitud relativa del actor y que también o bien benefician (altruismo) o perjudican (hostilidad) a otros individuos». Les parecía que todo lo que tenían que hacer era aclarar algunas pocas cuestiones conflictivas:

Aquí exponemos cómo trabajos recientes han resuelto tres debates cruciales, ayudando a clarificar cómo la visión teórica de conjunto de Hamilton se vincula con ejemplos del mundo real, en organismos que van desde las bacterias a los humanos: ¿Está la evolución del altruismo extremo, representada por las obreras estériles de los insectos sociales, impulsada por la genética, o por la ecología? ¿Existe realmente la hostilidad en la naturaleza? ¿Y puede favorecerse el altruismo entre individuos que no tienen un parentesco estrecho, sino que comparten un gen «de barba verde» para el altruismo?

Este curioso término de «barba verde» se refiere a cualquier marcador genético (como el de una barba verde) que, según las palabras de estos autores, se explica de la siguiente manera: «Dawkins propuso el ejemplo hipotético de un gen que da origen a una barba verde a la vez que impulsa a los individuos con barba verde a una cooperación directa con otros individuos con barbas verdes». Uno de sus diagramas incluso proporcionan figuras de cómic de hombres, algunos con barbas verdes y otros sin ellas (véase «Beard Chromodynamics», 31/03/2006). Prescinden sin embargo del problema de los «barbas falsas» (tramposos) que podrían exhibir el marcador sin llevar a cabo el comportamiento, con lo que conseguirían el beneficio sin pagar el coste. Dicen que se han encontrado barbas verdes altruistas en mohos mucilaginosos, en levaduras, bacterias y en un lagarto —pero el rasgo de barba verde es amoral. Igual podría tratarse de un marcador para hostilidad.

Está claro que West y Gardner están en el campo de la continuidad: es decir, que contemplan la moralidad humana como continua con la conducta animal que se observa en los insectos sociales y en los microbios. Así, ¿a qué se debe la moralidad, a la genética o a la ecología? La conclusión a que llegan es que se debe a ambos factores. ¿No se olvidan de nada en su planteamiento de esta alternativa entre lo uno y lo otro? Lo cierto es que desde su frase inicial, su artículo comienza con una cosmovisión darwinista: «La teoría de Darwin (1) de la selección natural explica tanto el proceso como el propósito de adaptación». Esta llamada (1) en la cita da un puesto de honor a El Origen de las Especies como primera entrada en la lista de referencias. También elogian a Darwin más adelante (después de considerar las extensiones que hacen Hamilton y Fisher a la teoría de la selección), diciendo: «la aptitud inclusiva no es simplemente un concepto que se relacione con interacciones entre parientes; es nuestra moderna interpretación de la aptitud darwinista, que proporciona una teoría general de la adaptación.» (Véase Aptitud para Dummies).

  1. Moralidad en evolución: El artículo más reciente en el género narrativo de evolución de la moralidad es el artículo de opinión de Paul Bloom’s Opinion en el número para hoy de Nature,4 «¿Cómo cambia la moralidad?» Ya desde el principio, preguntaba: «¿De dónde procede la moralidad?» Para responder, recurre al filósofo ateo David Hume (desde luego, no a Moisés, ni a Jesucristo), observando que «Párvulos tan jóvenes como seis meses juzgan a las personas según la manera en que tratan a otros, e incluso niños de un año se comportan con un altruismo espontáneo». Para muchos psicólogos, dice Bloom, el hecho de que «un sentido moral rudimentario es universal y emerge temprano» significa que se trata de un aspecto no racional (es decir, no razonado) de nuestra biología. Lo racionalizamos posteriormente; pero, en realidad, según algunos, «tenemos poco control consciente sobre nuestro sentido del bien y del mal». A esto los teólogos lo llamaban la conciencia.

Bloom cree que esta perspectiva acerca de la moralidad, «con su rechazo global de la razón», llegará a demostrarse falsa. ¿Por qué? Porque no puede explicar por qué evoluciona la moralidad, dice él. Podemos cambiar de opinión acerca de las normas morales. Se nos puede persuadir, y persuadimos a otros. Observa las perspectivas en evolución de las minorias raciales y de la homosexualidad como ejemplo de ello. Ni siquiera la «hipótesis de contacto» (que nuestras opiniones evolucionan al agrandarse nuestro círculo de contactos) explica esto. «No explica cómo pueden cambiar nuestras actitudes morales hacia aquellos con los que nunca nos asociamos directamente —por ejemplo, por qué algunos de nosotros damos dinero e incluso sangre a personas con las que no tenemos contacto y poca cosa en común». Incluso encuentra defectos en las típicas explicaciones darwinistas para la moralidad. «Ha habido intentos por explicar esta caridad a tan gran distancia mediante mecanismos como reciprocidad indirecta y selección sexual, sugiriendo que los individuos adquieren un beneficio reproductivo a partir de edificar una reputación de ser buenos o útiles. Pero esto constituye una petición de principio de por qué tales acciones son ahora consideradas como buenas cuando no se las consideraba así en el pasado

Lo que falta, discurría Bloom, es el papel de la persuasión deliberada en moralidad. «Los cuentos emergen porque las personas llegan a ciertas opiniones y se esfuerzan por comunicarlas a otros», explicaba. «Es esta capacidad generativa que los psicólogos coetáneos han dejado generalmente a un lado». Contempla a los humanos como «narradores naturales, [que] usan la narrativa para influir sobre otros, en particular sobre sus propios hijos». Pero, ¿qué hay acerca de su planteamiento inicial acerca de párvulos que actúan espontáneamente de forma altruista? ¿Y cómo podemos estar seguros que Bloom mismo no nos está contando un cuento? sean cuales sean las preguntas que se pudiesen hacer a Bloom, es uno de los muy pocos evolucionistas que ven defectos en una explicación estrictamente materialista o conductista de la moralidad humana. «Los psicólogos han resaltado con razón que las perspectivas morales ejercen su influencia al traducirse en emoción», acaba: «Una teoría completa tiene que explicar ante todo de dónde proceden estas perspectivas». Aunque habla de la evolución de la moralidad, no propone ninguna teoría darwinista para ello.


1. Henrich, Ensminger, McElreath et al, «Markets, Religion, Community Size, and the Evolution of Fairness and Punishment», Science, 19 marzo 2010: Vol. 327. no. 5972, pp. 1480-1484, DOI: 10.1126/science.1182238.

2. Karla Hoff, «Fairness in Modern Society», Science, 19 marzo 2010: Vol. 327. no. 5972, pp. 1467-1468, DOI: 10.1126/science.1188537.

3. Stuart A. West y Randy Gardner, «Altruism, Spite, and Greenbeards», Science, 12 marzo 2010: Vol. 327. no. 5971, pp. 1341-1344, DOI: 10.1126/science.1178332.

4. Paul Bloom, «Opinion: How do morals change?», Nature 464, 490 (25 marzo 2010) | doi:10.1038/464490a.

Los darwinistas nunca se incluyen en sus propios modelos, o sus modelos se hundirían. Pretenden enseñar al resto de la humanidad desde algún plano exaltado de la ciencia. Pero si fuesen consecuentes tendrían que concluir que su razonamiento científico es también una conducta determinada por la selección natural. (Observemos que inventaron juegos para sus especímenes humanos, pero que no se preguntaron en qué clase de juego ellos mismos eran los peones.) Para ellos, la moralidad es sólo un efecto de un proceso esencialmente amoral. No es diferente de lo que sucede en ningún otro organismo. De hecho, el razonamiento darwinista se parece a un moho mucilaginoso en un sándwich, o a una población de larvas de la mosca de la fruta en una manzana.

Es irónico que estos darwinistas se refieren con frecuencia al comportamiento de la levadura en sus modelos evolutivos de altruismo, porque sus puntos de vista tienen la característica de la influencia creciente y corruptora de la levadura que se menciona a menudo metafóricamente en la Escritura. Jesús dijo a sus discípulos: «Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos» (Mateo 16:6-12), refiriéndose a las doctrinas de estas dos facciones. En nuestros días, los discípulos deben guardarse de la levadura de los darwinistas, que es también un ácido que disuelve y destruye todo lo que toca.


Fuente: Creation·Evolution HeadlinesCan Morality Be Darwinized? 25/03/2010
Redacción: David Coppedge © 2010 Creation Safaris - www.creationsafaris.com
Traducción y adaptación: Santiago Escuain — © SEDIN 2010 - www.sedin.org

1 comentario:

  1. Hola,

    En los intentos por naturalizar la moralidad ha surgido la polémica de hasta donde depende esta de nuestras intuiciones (que tú llamas conciencia) y hasta donde del raciocinio. Me parece que lo que Bloom desea plantear, a manera de reflexión, es que al momento no existen buenas explicaciones científicas ni filosóficas (y para el caso ni teológícas) de lo que hace evolucionar a la moralidad.

    En mi opinión cualquier esquema moral, secular o religioso, que alimente las reacciones de disgusto hacia nuestros semejantes (ej. disgusto por "pecados"), es un impedimento para la evolución moral. Pienso, con todo respeto, que en más de una ocasión la moralidad ha avanzado pese a la religión.

    Saludos

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