Roma y las Escrituras


Roma y las Escrituras

SEGÚN ROMA, LA INTERPRETACIÓN LITERAL DE LA BIBLIA ES PELIGROSA

Santiago Escuain

La prensa* se ha hecho eco de un nuevo documento del Vaticano en el que se dice que la lectura de la Biblia es peligrosa. Según este documento, ello es debido a que ofrece una «falsa certidumbre» e invita a una forma de «suicidio del pensamiento».

Este documento, sobre La interpretación de la Biblia en la Iglesia, ha sido redactado por la Pontificia Comisión Bíblica, y fue presentado en el Vaticano por el cardenal Joseph Ratzinger como presidente de esta comisión.

Dice un especialista de esta comisión que «la Biblia precisa de una interpretación competente, ante el fundamentalismo que se toma al pie de la letra las palabras de la Escritura».

Ante todo, esta declaración es muy cuestionable, pues el fundamentalismo «no se toma al pie de la letra las palabras de la Escritura», sino lo que significan sus declaraciones. En efecto, el «fundamentalismo» acepta no el sentido literal de las Escrituras, sino el sentido llano. Por ejemplo, el «fundamentalismo» reconoce las figuras de lenguaje de sentido común (donde a veces Roma, precisamente, insiste en una cruda literalidad: Como ejemplo, cuando Cristo dice, al dar el pan a Sus discípulos, Esto es mi Cuerpo; quien interpreta aquí de una manera injustificadamente literal y material es Roma, y no los «fundamentalistas»).

Lo que en realidad quiere decir Roma con todos estos circunloquios es que ningún creyente puede comprender la Escritura por sí mismo, sino que precisa de una interpretación competente. Esto es algo en lo que siempre ha insistido Roma: El magisterio de la Iglesia. Ahora bien, lo que Roma entiende por Iglesia aquí no es la comunión de los creyentes, sino la estructura clerical-jerárquica que ha asumido el papel de dictadura espiritual sobre sus fieles, que le deben por otra parte una adhesión total y absoluta.

A pesar de su pretendida preocupación por el «suicidio del pensamiento» en que según Roma caen aquellos que interpretan la Biblia de manera natural y llana, lo que Roma no admite es que nadie ejerza su personal capacidad mental para la lectura del Libro de Dios. Y no sólo esto, sino que niega que nadie tenga esta capacidad aparte de la Jerarquía Autorizada. Lo que quiere Roma es que todo el mundo acepte ciegamente las interpretaciones con las que siempre ha tratado de desvirtuar las llanas declaraciones de la Palabra de Dios tocante a las Buenas Nuevas de la Salvación de Dios.

En Roma vemos la tragedia histórica en la que una Institución se ha esforzado por escamotear a los fieles católicos el acceso directo a la Palabra que Dios les quiere dar, y por negar a los fieles católicos la certidumbre que Dios ofrece en Su amor y gracia mediante Su Palabra. Vemos cómo se ha puesto la Iglesia-institución como objeto de fe y de lealtad de los creyentes —con un uso erróneo del concepto del «Cristo místico», o Cuerpo de Cristo en la tierra—, en lugar de la confianza dada por el creyente a Jesucristo hombre y Dios de una manera personal y del acceso directo que mediante Él tenemos ante el Padre. El concepto de Iglesia que Roma impone a sus fieles no es el que aparece en las Escrituras. En ellas, la Iglesia es la feliz y santa comunión de los ya salvados, que son hermanos, hijos de un mismo Padre en los cielos, y unidos en un cuerpo bajo un mismo Señor y guiados por el Espíritu Santo mediante la Palabra y dotados por Sus dones. Es una comunión de salvados que se gozan no en una «falsa certidumbre», sino en una certidumbre gozosa: «Mirad que amor tan sublime nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios ... Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (Primera Epístola de Juan, 3:1; 5:13).

Para pasar a ejemplos concretos, citaremos pasajes de la Escritura que tratan de las diversas cuestiones sobre la salvación y la vida cristiana, y dejaremos que el lector saque sus propias consecuencias.

Una clave del por qué: ¿Cómo interpreta Roma pasajes como los que siguen?

Sobre el reino de Cristo y la vocación de los Suyos
«Mi reino no es de este mundo» (Juan 18:36.)
«No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones horadan y hurtan; sino allegaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, y donde los ladrones no horadan ni hurtan. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6:19.)
«Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro en la tierra a nadie; porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo. El mayor de vosotros, será vuestro servidor. Mas cualquiera que se ensalce a sí mismo, será humillado; y cualquiera que se humille a sí mismo, será ensalzado. Mas, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.» (Evangelio de Mateo, 23:8-13).
«Ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis a Dios abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.» (Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses, 1:9-10.)
Estos pasajes, con muchos otros, son irreconciliables con Roma: con su insistencia en el «Vicario de Cristo» como «Santo Padre» y en el tratamiento formal dispensado a los obipos y sacerdotes como «reverendísimos padres» y «padres», así como «monseñor» y otros muchos, buscando así aquello contra lo que también advierte el Señor Jesús: «Guardaos de los escribas, que gustan de pasearse con ropas largas, de que les saluden respetuosamente en las plazas y de ocupar las primeras sillas en las sinagogas, y los lugares de honor en los banquetes ...» (Lucas 20:46). Son también irreconciliables con el lujo y los fastos del Vaticano y de tantas otras cortes eclesiásticas pertenecientes a la disciplina romana (lo mismo que a otras formaciones eclesiásticas no sujetas a Roma).
Sobre la Salvación, la Gracia y las Obras
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de él. El que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean redargüidas.» (Evangelio de Juan, 3:16-20.)
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por medio del cual hemos obtenido también entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.» (Romanos 5:1-2.)
«Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe; y esto no proviene de vosotros, pues es don de Dios; no a base de obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» (Efesios 2:8-10.)
«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.» (Evangelio de Juan, 5:24.)
«Pero cuando se manifestó la benignidad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no en virtud de obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, a quien derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.» (Epístola de Pablo a Tito 3:4-7.)
Estos pasajes son también imposibles de conciliar con la doctrina romanista. En Roma, la salvación se logra quizá al final de todo, tras una larga vida de conseguir la salvación por las buenas obras con fe. Se pasa por alto que toda buena obra hecha para lograr la salvación no puede ser buena: se hace en beneficio propio y es por ello una forma más de egoísmo. Dios sabe que no podemos alcanzar la salvación, y nos la ofrece de pura gracia. Como se indica en los pasajes anteriores, no es una mera salvación del infierno: es una salvación para vida; una salvación que se acepta por la fe y que involucra una transformación que opera Dios en nosotros, y un camino de buenas obras para el que Dios nos ha salvado. Así, Dios nos salva sin obras propias, pero para buenas obras. Y es una salvación dada por Dios ahora. Una vida eterna y una condición de hijos de Dios que los salvos reciben de manera irreversible. Pero Roma no admite lo que llama «falsas certidumbres», contradiciendo con ello llanamente a las Escrituras, que nos ofrecen pasajes como el escrito por el Apóstol Juan en su Primera Carta, donde anuncia: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.» (Primera Epístola de Juan, 5:13.) En contraste con esto, la doctrina de Roma sobre la salvación no es la sencilla aceptación de Jesucristo como Señor y Salvador, creyendo que Él murió por nuestros pecados y que resucitó para nuestra justificación: requiere la adhesión a su particular disciplina y la aplicación de sus sacramentos, que tienen un poder eficaz como medios de salvación. Naturalmente, si hay conflictos entre la enseñanza llana de la Escritura y la doctrina de Roma, para Roma es preferible dar «una interpretación competente».
Cristo como único mediador
«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.» (Primera Carta a Timoteo, 2:5-6.)
«Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:12.)
La Palabra de Dios nos lleva a depositar nuestra fe personalmente en Jesucristo, muerto por nuestros pecados, resucitado y exaltado, ascendido a las alturas y sentado a la diestra del Padre. Frente a las sutilezas de Roma que quiere hacer de «Cristo encarnado en la Iglesia» el Mediador, con lo que se refieren a la Iglesia Jerárquica con todo su sistema sacramental, la Escritura es taxativa: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (Primera Epístola a Timoteo, 2:5). Observemos: el Único Mediador es Jesucristo hombre. No el Cristo místico «encarnado en la iglesia», sino Jesucristo hombre: Aquel que es el Hombre glorificado, que está descrito así en la Epístola de Pablo a los Romanos 8:34: «¿Quién es el que condena? Cristo es el que murió, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.»
El sacrificio de Cristo: Único y no repetido
«La sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice:
Sacrificio y ofrenda no quisiste; pero me preparaste un cuerpo. En holocaustos y expiaciones por el pecado no te complaciste. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito de mí en el rollo del libro.
Diciendo más arriba: Sacrificio y ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni en ellos te complaciste (las cuales cosas se ofrecen según la ley), ha dicho luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer lo segundo. En la cual voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y en verdad todo sacerdote [judaico] está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, para siempre se ha sentado a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.» (Epístola a los Hebreos, 10:4-14.)
Esto se opone frontalmente a la doctrina de Roma de que la Misa es una repetición no cruenta del Sacrificio de Jesucristo en la cruz, y que esta repetición es esto, una repetición y un sacrificio, no un simple recuerdo o acción de gracias. Mantiene Roma también que este sacrificio de la Misa tiene un valor propio, aplicable por los vivos y los muertos. Los decretos del Concilio de Trento (que fueron solemnemente ratificados por el Concilio Vaticano II) dicen:
Si alguno dice que en la misa no se ofrece un sacrificio real y verdadero ... sea anatema (Canon 1).
Si alguno dice que por las palabras: «Haced esto en memoria de mí» Cristo no instituyó a los apóstoles como sacerdotes, ni ordenó que los apóstoles y otros sacerdotes ofreciesen su propio cuerpo y su propia sangre, sea anatema (Canon 2).
Si alguno dice que el sacrificio de la misa es sólo de alabanza y acción de gracias; o que es meramente una conmemoración del sacrificio consumado en la cruz pero no es propiciatorio, sea anatema (Canon 3).
(John R. W. Stott, The Cross of Christ (Inglaterra, Intervarsity Press, 1986), págs. 264, 265.
Más crucial que el hecho de los anatemas es la contradicción frontal con el hecho de que el sacrificio de Cristo en la cruz fue único, suficiente y eternamente eficaz.
Sobre los cargos en la Iglesia
«Es palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Es, pues, necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, ordenado, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sumisión con toda dignidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)» (Primera Epístola de Pablo a Timoteo 3:1-5.)
«Porque el siervo del Señor no debe ser pendenciero, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad.» (Segunda Epístola de Pablo a Timoteo, 2:24.)
«Por esta causa te dejé en Creta, para que acabases de poner en orden lo que faltaba, y constituyeses ancianos en cada ciudad, como yo te ordené; el que sea irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes, que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque el obispo debe ser irreprensible, como administrador de Dios; no arrogante, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sensato, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana doctrina y redargüir a los que contradicen. Porque hay aún muchos rebeldes, habladores de vanidades y engañadores ... repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe, no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad.» (Epístola de Pablo a Tito, 1:5-10.)
Observamos aquí que el cargo de episkopos u obispo es el mismo que el de anciano o presbyteros. Jerónimo (el traductor de la Vulgata, «San Jerónimo» para los católicos) reconoce que «en los antiguos, obispos y presbíteros es lo mismo, porque lo primero es el nombre de la dignidad, y lo último de la edad» (Epístola a Oceano, Vall. 69, 416). Y en su epístola a Evangelo cita Filipenses 1:1; Hechos 20; Tito 1:5, etc.; 1 Timoteo 4:14; 1 Pedro 5 y las epístolas segunda y tercera de Juan, y emplea un lenguaje muy enérgico, diciendo textualmente: «Que después se eligiera uno que estuviera por encima (latín: praeponeretur) de los demás se hizo como remedio para los cismas, no fuera que al ir cada uno a atraer hacia sí la iglesia de Cristo la fuera a dividir.» Jerónimo amplifica en este y otros escritos el testimonio de que la elección de un obispo presidente entre los ancianos fue una disposición no sacada de las Escrituras, sino de conveniencia, debido al clericalismo en que se había caído ya en aquel entonces, y que iría creciendo con el posterior desarrollo de la iglesia, hasta culminar en Occidente con el Papado.
Sobre la advertencia de Pablo a los cargos locales de la Iglesia y sobre las Escrituras y la comunión directa con Dios como recurso de los creyentes
«Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores [obispos], para apacentar la iglesia del Señor, la cual él adquirió para sí por medio de su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, recordando que, por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.» (Pablo a los ancianos [presbíteros] que eran supervisores [episkopos u obispos] de Éfeso, convocados en Mileto, registrado en Hechos 20:28-32.)
«Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y éstos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.» (Hechos 17:11.)
«Las cosas que se escribieron en el pasado, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Epístola de Pablo a los Romanos, 15:4).
«La palabra de Cristo habite ricamente en vosotros, enseñándoos y amonestándoos unos a otros en toda sabiduría, ...» (Epístola de Pablo a los Colosenses, 3:16).
«Pero tú persiste en lo que has aprendido y de lo que te persuadiste, sabiendo de quién lo has aprendido; y que desde la infancia sabes las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra.» (Segunda Epístola de Pablo a Timoteo, 3:14-17.)
«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos acerca del Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos fue manifestada); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos también; para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo.» (Primera Epístola de Juan, 1:1-4.)
«Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Evangelio de Juan, 20:31).
«Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas escritas en ella; porque el tiempo está cerca» (Apocalipsis, 1:3).
«¡He aquí, vengo pronto! Dichoso el que guarda las palabras de la profecía de este libro» (Apocalipsis, 22:7).
Los apóstoles y evangelistas escribieron para los cristianos sencillos. Y escribieron para que el gozo de ellos fuese completo. Para que tuviesen una plena certidumbre de fe y un pleno gozo de la salvación, y el conocimiento de su acceso personal y directo delante de Dios como Padre por medio de Jesucristo Hombre glorificado a la diestra del Padre. Pablo, escribiendo a Corinto, decía a los destinatarios de sus escritos: «Pues mirad hermanos, vuestro llamamiento, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que escogió Dios lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y escogió Dios lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para anular lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, tal como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor» (Primera Epístola a los Corintios, 1:26-31).
Históricamente, la iglesia de Roma no ha sido de ayuda para que los creyentes tuviesen fácil acceso a la Escritura. Con el advenimiento de la imprenta, Roma vio en la rápida difusión de las Escrituras un poderoso enemigo que combatir, y por decreto del Concilio de Trento procuró poner todas las trabas posibles para su difusión. Allí donde Roma dominaba, se impedía al pueblo que tuviese acceso a traducciones de la Biblia. Uno de sus principales argumentos era que la Biblia no era para el común de la gente, para la gente sencilla. «Doctores tiene la Iglesia.» La palabra de la iglesia era la norma; no la palabra de Dios. Esto en contradicción a la clara intención de los apóstoles, que se dirigían directamente a los sencillos cristianos, con el propósito, entre otros, de advertirlos contra los falsos maestros, contra los razonamientos sutiles y contra los que torcerían las Escrituras para sus propios fines. En la actualidad, y como vemos por las actuales acciones, se sigue en el mismo sentido. Manteniendo las formas de una aparente libertad de acceder a las Escrituras, en realidad se desautoriza a los católicos a que las empleen como la norma verdadera para su fe y vida. La norma, para Roma sigue siendo la iglesia divinizada.
Sobre la responsabilidad de cada creyente de juzgar toda enseñanza dada por los que profesan ser enseñadores
«Asimismo los profetas hablen dos o tres, y los demás disciernan.» (Primera Epístola de Pablo a los Corintios 14:29.)«Mas vosotros tenéis la unción del Santo, y sabéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la sabéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.
Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna.
Os he escrito esto sobre los que os engañan.
Y en cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; sino que así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así también, según ella os ha enseñado, permaneced en él.» (Primera Epístola de Juan, 2:20-27.)
Sobre la advertencia del Señor Jesucristo a sus discípulos del rechazo que sufrirían en el mundo
«Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. ... Estas cosas os he hablado para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí.» (Evangelio de Juan, 15:18-21; 16:1-3.)
Sobre los falsos maestros que buscarían desvirtuar el sentido llano de las Escrituras
«Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y considerad que la longanimidad de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito asimismo en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las demás Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad! Amén.» (Segunda Epístola de Pedro, 3:14-18.)
«Mirad que no haya nadie que os esté llevando cautivos por medio de filosofías y huecas sutilezas, según la tradición de hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no según Cristo. (Epístola de Pablo a los Colosenses 2:8.)
El problema crucial que tiene Roma con una lectura llana de las Escrituras es que hay un choque frontal entre la dinámica de la salvación en las Escrituras y lo que Roma propone.
En efecto. Las Escrituras declaran primero que el pecador está perdido y que necesita la salvación de parte de Dios. Las Escrituras anuncian el perdón de los pecados a todo aquel que cree en Jesucristo, y la posesión presente de la vida eterna. Esta salvación es sencillamente por la obra consumada de Cristo en la cruz por los pecadores, donde Él murió por nosotros, y se obtiene creyendo en él. Es una salvación para buenas obras, esto es, su objeto es darnos una nueva naturaleza y un nuevo andar. Pero no es por obras, es decir, no se consigue mediante ninguna buena obra nuestra, sino sólo por la fe puesta en la obra de Cristo en la cruz. Y es por medio de esta salvación es incorporado a una comunión fraternal con los demás salvados, para crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, servir al Dios vivo y verdadero, apartado de los ídolos, y esperar a Jesucristo de los cielos.

En cambio, según Roma, la iglesia es el canal de la salvación obrada por Cristo en la cruz, y es necesario pertenecer a ella para obtener finalmente la salvación. Para ello, ha de recibir los sacramentos. El bautismo es según Roma lo que le hace hijo de Dios y heredero del cielo. Cuando cae del llamado «estado de gracia» por pecado mortal, necesita el sacramento de la penitencia para no ir al infierno y ser restaurado al estado de gracia. Mediante estos y otros sacramentos es llevado por la Iglesia a mantenerse en el estado de gracia. Si muere en este estado de gracia, irá generalmente al purgatorio para pagar «las penas temporales» por los pecados que haya cometido, tanto de los veniales como de los mortales perdonados por la penitencia, y, finalmente, cuando sea apto, al cielo.

El «evangelio» de Roma es en realidad un evangelio diferente. Es asimismo un sistema de tiranía por medio del cual se mantiene a multitudes bajo un temor constante en lugar de aquella libertad perfecta de aquel amor que echa fuera el temor (1 Juan 4:18). ¿A qué amor se refiere el apóstol Juan? Dice él: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.» Todo amor del salvado para con Dios es consecuencia y fruto de este amor de Dios para con nosotros, fruto de una salvación recibida y vivida por la fe: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Bien al contrario de ser el Evangelio un instrumento de temor y sujeción a instituciones, pone al creyente en contacto directo con Dios por medio de Jesucristo, en relación fraternal los unos con los otros y en un camino de buenas obras que no se hacen para alcanzar una salvación ya recibida como un don gratuito de Dios, sino para agradar a Dios en todo y andar como es digno de esta condición de hijos de Dios. «Así que, por cuanto los hijos han tenido en común una carne y una sangre, él también participó de lo mismo, para, por medio de la muerte, destruir al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 4:15).


Presència Evangèlica Maig/Juny 1994, No. 145-146, pàg. 30 

Fotografía portada

EL EVANGELIO SEGÚN ROMA

Una comparación de la tradición católica con la Palabra de Dios

Cuando la reciente publicación del Catecismo de la Iglesia Católica se anunció en la lista de best-séllers del New York Times, su asombroso éxito confirmó el abrumador interés de católicos y protestantes para entender el catolicismo moderno. Este cuidadoso y penetrante examen de la Iglesia Católica da:
  • Una comparación de las Escrituras con el primer catecismo católico mundial que se ha publicado en 400 años.
  • Un resumen de cómo el catolicismo moderno contempla la gracia, las obras y el cielo.
  • Razones por las que el plan católico de salvación sigue estando en contradicción con la verdad bíblica.
  • Una perspectiva equilibrada de cómo la estructura de autoridad de la Iglesia Católica Romana se compara con la de la Iglesia del Nuevo Testamento.
  • Una explicación de por qué la participación en la misa y en otros sacramentos no es consecuente con la fe en Cristo como Salvador.             ISBN: 0-8254-1461-X

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