¿Es injusto Dios al elegir a unos y no a otros para salvación?
¿Es injusto Dios al elegir a unos y no a otros para salvación?
Por Sugel Michelén
Muchas personas piensan que la doctrina de la elección soberana plantea un problema a la justicia de Dios. ¿Por qué Dios elige a unos y no a otros?
Noten cómo Pablo trata con este problema en el capítulo 9 de Romanos; luego de declarar que Dios soberanamente había elegido a Jacob y no a Esaú, él pregunta: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?”
Es obvio que Pablo está situando su oponente del lado arminiano, no del lado calvinista. Si Pablo hubiese sido arminiano este hubiese sido el momento más oportuno para aclarar su posición: “Por supuesto que no hay injusticia en Dios, pues Él eligió a los que sabía de antemano que iban a creer”. Pero eso no es lo que Pablo responde:
“¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (Romanos 9:14-24).
El argumento de Pablo es que Dios es soberano y no le debe nada al hombre. Por tanto, al dispensar Su gracia depende únicamente de Sí mismo. Él tendrá misericordia, no de aquellos que supuestamente habrían de creer, sino de aquellos que Él decida soberanamente tener misericordia.
Si Dios decide salvar a un sólo hombre, los demás no tienen derecho a demandar que se les de lo mismo. Esa idea de demanda es totalmente contraria al concepto de gracia que la Biblia enseña. Aquellos que no son salvados no son víctimas de ninguna injusticia o crueldad; simplemente están recibiendo lo que justamente merecen. Son los recipientes de Su gracia los que reciben algo que no merecen, no los condenados.
Esta doctrina de la elección se encuentra íntimamente relacionada con la total depravación del hombre. Si el hombre está muerto espiritualmente, entonces la elección de Dios no puede estar condicionada por nada que nosotros podamos hacer.
¿Por qué algunos responden a la predicación del evangelio y otros no? Cristo responde claramente esta pregunta en Juan 6:44: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. La razón por la que algunos responden a la invitación del evangelio no es porque son más inteligentes, o menos malos, es porque el Padre los atrae. Y ¿por qué el Padre atrae a esos y no a los otros? Porque esos fueron los elegidos.
Esa es la explicación de Lucas en el libro de los Hechos, cuando un grupo de personas a las que Pablo predicaba creyó en el Señor: “creyeron todos los que estaban ordenados (del griego tasso – asignados, dispuestos, establecidos) para vida eterna” (Hechos 13:48).
Escribiendo a los filipenses Pablo les dice algo similar: “a vosotros os es concedido (del griego charizomai – se os ha dado de gracia) a causa de Cristo (no por causa de nada que hubiese en ellos o haya sido hecho por ellos), no solo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él” (Filipenses 1:29). El creer en Cristo es algo que se nos ha concedido de pura gracia.
La enseñanza bíblica siempre nos lleva al mismo punto: a la humillación del hombre y a la exaltación de Dios, para que junto con el salmista digamos: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Salmo 115:1).
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